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Mitos y verdades de la relación entre Paco Jamandreu y Eva Perón

El 9 de julio de 1944, Eva Duarte traspasó por primera vez las puertas del Teatro Colón. Su entrada fue apoteósica: lucía un vestido de raso negro, enorme pollera con corsage y largas mangas producidas en tiras delgadas de terciopelo negro, con un azabache en cada cruce. La joven se preparó especialmente para la ocasión a sabiendas de que todas las miradas se posarían sobre ella. No sólo era una ascendente actriz, sino que también tenía una relación con el militar más influyente del gobierno de facto. En efecto, el entonces coronel Juan Perón era el poder delante y detrás del trono que mientras acumulaba cargos políticos –secretario de trabajo y previsión, ministro de Guerra y vicepresidente de la Nación– se erigía como líder de la mayoría de la clase obrera. Al mismo tiempo, Perón se ganaba la oposición de la burguesía agraria y de los militares más conservadores. Esos sectores estaban particularmente representados en el público asiduo a la clásica gala del Colón.  

Para la ocasión, Eva Duarte eligió un diseño de Paco Jamandreu, el creador en boga de los vestuarios de las divas cinematográficas del momento. Con esa aura de elegancia y misterio ocupó un palco vecino al de su novio. Quizás, el plan fue cuidadosamente trazado por Evita y Paquito. Aunque el romance entre la actriz y el coronel era un secreto a voces, esta vez Eva en connivencia con el modisto decidió divertirse con la ola de habladurías que despertaban sus relaciones sentimentales. Lo que los complotados no pudieron prever y dejó asombrada a Evita fue la intensidad de la repulsión que su ingreso produjo entre la concurrencia. Al ver los gestos de crispación indisimulables que generaba a su paso, al sentir el hielo del ambiente y al ser discriminada sin ambages, Eva dimensionó los efectos de la insolente osadía de su acción. Fue la primera vez en la que Evita pudo percatarse con certeza de la magnitud del odioso rechazo que producía entre la gente regia.  

La anécdota es el punto culminante de la complicidad entre Eva Duarte y Paquito Jamandreu. Probablemente se habrán reído de antemano mientras la modelo se probaba y ensayaba las poses cosmopolitas, los gestos y mohines necesarios para lucir el vestido negro creado por el diseñador. Éste se habrá dedicado especialmente a la confección considerando que también era un paria social por su condición de gay. Paquito habrá tomado plena conciencia de los puntos en común con su bella modelo y habrá visto reflejado en los amores de Juan Perón y Eva Duarte, su propio destino de pasiones prohibidas y castigadas por la sociedad. Por primera vez esos afectos iban a ver la luz y por eso, la revancha era doble y había mucho de justicia poética en esa revancha. A su vez, visto de manera retrospectiva, en un juego especular, Jamandreu contribuyó a convertir a Eva en reina de los gays y las trans al cubrirla de una feminidad exagerada con los adornos, joyas, vestidos excesivos semejantes a una drag.  

La amistad entre Evita y Paquito quedó sellada a los pocos días desde las páginas de El Hogar. Por influencia de Perón, esa revista que solo consumía la élite se vio obligada a publicar a todo color la nota “Eva Duarte estrella del cine argentino”, con la bella muchacha luciendo el traje del “oprobio” destinado a provocar la fascinación y el rechazo del público del Colón. Y a continuación, también a todo color, un breve reportaje a Paco proclamado por la misma publicación “el joven creador del vestuario de las estrellas”. Es la prueba más contundente de la afinidad entre Paco y Eva. Lo demás solo lo sabemos por la pluma de Paquito.  

Evita según Paco  

En La cabeza contra el suelo (1975) y Evita fuera del balcón (1981), Paco Jamandreu dejó plasmadas anécdotas de su amistad con Eva Perón que se convirtieron en mitos perdurables y hasta llegaron a la pantalla grande en películas paradigmáticas como Eva Perón (Juan Carlos Desanzo, 1996), con Esther Goris en el rol de Evita y Horacio Roca como Paquito.  

Según sendos libros, Paquito conoció a Eva Duarte en el departamento de Recoleta de la entonces actriz adonde acudió a su pedido para prestarles sus servicios de modisto. Ese mismo día, le fue presentado oficialmente Perón quién, desde la habitación pidió a los gritos su deseo de conocerlo y no se molestó en salir de la cama donde estaba comiendo un sándwich de chorizo y bebiendo un vaso de vino en una posición tan incómoda y con una imagen tan asociada al imaginario nacional y popular que resulta poco probable que sea cierta. También resulta poco creíble el impudoroso pasaje del modisto a la intimidad de la alcoba.  

Siguiendo la narración de Paquito, en esa ocasión Eva le habría pedido al diseñador dos estilos diferentes: uno para continuar con la carrera de actriz y el otro para la incipiente política en que quería convertirla Perón. Así, Paco habría pergeñado la creación más perdurable que lo asociaría a la figura de Eva: el sencillo traje sastre príncipe de Gales, con cuello de terciopelo oscuro y botones forrados, ropa oficial de trabajo de Eva para recibir a los humildes en la Fundación.  

Sin embargo, es dudoso que en aquel lejano 1944 Perón pensara en una carrera política de Evita. De hecho, el traje sastre que persiste como marca de estilo de la militante y compañera Evita no fue diseñado por Jamandreu para la política sino para quien todavía era actriz: Eva lo lució por primera vez en mayo de 1944 en ocasión de la renovación de su contrato con Radio Belgrano. En junio del mismo año aparece con el mismo look desde la tapa de la revista Antena en una foto de Annemarie Heinrich.  

La confianza e intimidad entre Eva y Paco habían sido inmediatas –demasiado inmediatas según la narración de Paquito– y no había pasado mucho tiempo del primer encuentro que ya Eva se burlaba de la promiscuidad de su modisto con frases tales como: “Te espero a las ocho. Pero a las ocho. A ver si te encontrás con un chongo en el camino y llegás pasado mañana”. En Evita fuera del balcón, Paco relata que Eva se cruza una madrugada casualmente con Paquito a la salida de la Fundación y después de reprenderlo por vivir “yirando” y por usar una matraca de auto, le manda regalar un flamante Packard. Y otra vez ante un comentario deslizado al pasar en que Paquito expresa el deseo de realizar un viaje a Europa junto a su hermano le hace llegar a los pocos días los pasajes.  

Lo único comprobable de la idílica amistad es que tuvieron una relación profesional que duró poco más de dos años hasta el momento en que ella –ya esposa del presidente– abandonó el estilo Jamandreu por el de Dior y otros modistos europeos. Mi hipótesis es que una vez que se convirtió en Primera Dama, Evita no volvió a ver a Paco. No se pelearon ni se distanciaron. Simplemente, sus vidas tomaron rumbos diferentes y Eva dejó atrás al modisto como todo lo que relativo a su vida de artista. El resto es lo que Paco quiso que fuera, lo que imaginó o inventó a su conveniencia. Como toda existencia de un gay del siglo XX, Paco tuvo que mentir en muchas cosas para sobrevivir: lo extraordinario y conmovedor es que probablemente mintió en casi todo.   

Princesa y mendiga  

-A los pobres les gusta verme linda. No quieren que los proteja una vieja mal vestida. Ellos sueñan conmigo y yo no puedo decepcionarlos- dicen que Eva le dijo al dictador Franco cuando éste se escandalizó frente a las pedrerías con que la muchacha se había engalanado para visitar a los obreros españoles en la gira europea. Aún dubitativo, Franco se habría quejado a Perón por teléfono. La escena es surrealista: dos militares maduros charlando de moda océano de por medio.  

Ya de regreso a Buenos Aires y en ocasión de una condecoración que el gobierno español le daría a Perón en la Embajada de España, Paquito narra que Evita lo llamó por teléfono y le ordenó que le encontrara un collar muy sencillo para ponérselo sobre el vestido verde y marrón que el modisto le había confeccionado argumentando que “todas las otras van a ir adornadas como arbolitos de navidad. Quiero sorprender haciendo todo lo contrario”. Jamandreu salió a la calle para cumplir con el capricho de su clienta más poderosa. En la vidriera de un negocio pareció encontrar el objeto adecuado: un collar marrón y verde.  

Esa noche, Evita se puso el vestido con el modesto adorno. Pero durante la fiesta se sintió incómoda con las señoras de la “alta sociedad” y se llevó el collar a la boca de los nervios. Al regresar al Palacio Unzué llamó furiosa a Paco por teléfono y sus improperios solos eran interrumpidos por las carcajadas de Perón. Evita había presenciado la ceremonia con los labios pintarrajeados de dos colores: el collar que Paco le había conseguido era de fideos pintados.Resulta poco creíble que cualquier mujer y mucho menos Evita hubiera confundido un collar sencillo por uno de fideos pintados. Pero la anécdota de Paquito funciona porque rebosa gracia y ternura.  

Lo que es seguro es que el viaje a Europa marcó un punto de inflexión en el modo de vestir de Evita. El pasaje de la ostentación de los primeros tiempos a una elegancia más austera puede apreciarse cuando se revisan las fotografías que dan cuenta de su breve vida. Pasó de la reina plebeya a la militante radical con el rodete sencillo que anticipa al mármol.    

Amistad de folletín  

El momento más emotivo de la relación Paquito-Evita es aquel en el que describe a Jamandreu diseñando una serie de vestidos para hacerle creer a una Evita muy enferma que va a emprender un largo viaje. En esa ocasión, supuestamente el propio Perón llamó de urgencia al modisto a la madrugada para hacerle el pedido.  

Según su propia narración, Paquito trabajó incansablemente toda la noche y a la mañana siguiente le llevó los diseños al presidente.  Desde la recámara escuchó la voz apagada y agradecida de Eva Perón diciendo que Paquito “tiene tanto talento que debería ser modisto en París”. Nunca más la volvería a escuchar. A la salida de la habitación Perón miró a Paco, con ojos llorosos. Cuatro días después Evita murió con esa última ilusión que rememoraba sus fantasías más juveniles: la de la jovencita de Junín que, mirando las fotos de las revistas Sintonía y Antena, soñaba con otro mundo.  

Si la anécdota es cierta la relación de Eva y Paco deviene obra de arte, estética de la existencia. La escena de Paquito dibujando los diseños de ilusión para una Evita agonizante son de una piedad tan conmovedora que iluminaría las mejores páginas del melodrama. Me enfrento ante un dilema ético. Por un lado, me pregunto si tengo el derecho de sembrar la sombra de la duda (¿Por qué no dejar sin máculas la bella anécdota para la posteridad?) y por otro, en términos de objetividad histórica no se puede menos que dudar de su veracidad. Como en tantas ocasiones, lo que relata Paco Jamandreu en sus escritos no se puede asegurar que sea falaz pero tampoco se puede comprobar que sea real. En 1975 y 1981 cuando estás páginas son publicadas las únicas personas que podrían certificarlos están muertas. ¿Por qué no lo narró antes? ¿Por qué esperar a la muerte a de Perón? De todas formas, si la anécdota no es real, merecería serlo.  

La dama regresa  

Eva nunca olvidó el desplante de aquel día de julio de 1944. Como tantas cosas guardó ese glacial recibimiento en su corazón. “Las voy a derrotar en su propio campo: la guerra de los trapos…”, se prometió en voz alta.  Y entonces esperó, esperó con ardiente paciencia la oportunidad que le otorgara el destino para cumplir con la palabra empeñada y dar la última batalla. Y ese día llegó.  

El 9 de julio de 1946, ya esposa y primera dama, Eva irrumpió del brazo de Perón en la prestigiosa ópera de Buenos Aires como si fuera su propia casa luciendo un vestido de Christian Dior que se hizo traer de París con una falda adornada con decenas de hojas bajo cada una de las cuales pendía un brillante de un quilate. Evocando aquel momento, el propio Dior llegó a reconocer a la prensa que la “única reina que había vestido era Eva Perón”. Distinta fue la reacción de la oposición que calificó esas galas como “el más descarado derroche de la historia argentina”. Mientras los sectores populares la contemplaban maravillados, los volantes mandados a repartir en Barrio Norte por la élite porteña rezaban frases agraviantes: “Un carro oficial hundido en el barro y tironeado por una yegua”.    

La historia en trapos  

Las joyas y los vestidos se convirtieron por obra y gracia de Eva Perón en razón y asunto de Estado, en termómetro de las relaciones entre el Estado y la sociedad civil y en espejo de los prejuicios sociales.  Nunca anteriormente un estilo de mujer concentró y desató las corrientes libidinales subterráneas de agresión colectivas hasta volverlas discusión política.  

No trascendió en la historia argentina la manera en que se vestía ni las alhajas que luciera Clara del Corazón Funes y Díaz, beldad de su época y esposa del presidente Julio Argentino Roca. Tampoco sabemos nada de los trajes y los brillantes de Susana Rodríguez Viana, primera dama en tiempos de Manuel Quintana, ni de ninguna de las esposas de quienes ejercieron la primera magistratura en los tiempos de la opulencia de unos pocos de la autodenominada Argentina moderna ni de la llamada década infame como las matronas María Luisa Iribarne, el amor de la vida de Roberto María Ortiz o de María Delia Luzuriaga, la esposa de Ramón Castillo. Eran exclusivamente mujeres pertenecientes a la clase social ligada al comercio agroexportador. Tampoco se sabe cómo vestía Regina Pacini, cantante de ópera casada con el “aristocrático” Marcelo T. de Alvear. Eva María fue una primera dama excepcional que no se pareció a ninguna de las anteriores esposas de los presidentes, en su gama de estilos, glamorosa como estrella de celuloide y austera como una jacobina pronunciando discursos radicales contra la maledicencia de los vendepatrias.    

En ocasión del banquete servido en la noche del 4 de junio de 1946 cuando Juan Perón asumió la presidencia de la Nación y con presencia del Cardenal Santiago Copello, Eva María Duarte de Perón fue criticada porque su vestido dejaba el hombro izquierdo al descubierto. En un teatro de revistas de la época, la vedette Sofía “la Negra” Bozán, aparecía en escena luciendo un traje escotadísimo que llevaba la efigie de un cardenal prendido en la cintura.  Cuando la esposa del dictador Pedro Eugenio Aramburu lució un traje mucho más escotado que el de Eva Perón y también había sacerdotes en la mesa no hubo prensa en contra, ni comentarios desdeñosos que trascendieron ni burlas alusivas en el Maipo. Los escotes de la mujer de Onganía fueron celebrados en los medios masivos como el epítome de la elegancia en las galas del 9 de julio de 1967. El problema no era entonces el vestido sino quién lo luciera y de dónde provenía socialmente quien lo luciera. Evita nunca escapó al prejuicio social de sus orígenes: siempre fue ilegítima. Ese fue el verdadero destino que la unió indisolublemente a Paquito.   

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