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“Mi hermano estaba marcado y no lo cuidaron”

Fotos: gentileza Revista Caras / Ed. Perfil

Fotos: gentileza Revista Caras / Ed. Perfil

Está “enchufada” preparando los actos por los 25 años del crimen de su hermano José Luis Cabezas. Estará en Pinamar y Madariaga, en la cava donde el cuerpo fue encontrado calcinado el 25 de enero de 1997. “Estoy ocupada en organizar, pero no son fechas fáciles y sé que llegan. Mi vieja hinchaba con ir a la cava porque decía que ahí estaba. Yo al único lugar que no voy es al cementerio”, dice Gladys Cabezas.

“Mis viejos se dejaron morir. Alguna vez les dije: ‘Ustedes no me quieren más’. Después de que mataron a José Luis, no fuimos los mismos. Mi papá, después del juicio, se enfermó. Murió muy triste. Después de eso, mi mamá se quiso matar dos veces, hasta que no me quedó otra que internarla en un geriátrico. Nada la motivaba, se la pasaba encerrada”, recuerda Gladys, y dice que en esos momentos extrañó mucho a su hermano, que le hizo mucha falta para tomar decisiones que no le quedó otra que tomar sola. Ya no estaba él para contenerla, para acompañarse en el proceso de la muerte de los padres.

Gladys es una mujer con mucha energía, pero el tono de su voz cambia al recordar ese día en que le arrebataron a su hermano, y con él, a sus padres.

“Estábamos en la casa de campo de una tía, nos estábamos preparando para ir al corso. Papá estaba escuchando la radio porque jugaba Independiente. De repente, se corta la transmisión y dicen que encontraron a un reportero gráfico muerto, pero no decían el nombre. Después dijeron que era José Luis Cabezas. Así nos enteramos, por la radio, nadie nos avisó. Eran cerca de las 21, porque nos estábamos preparando para salir. No teníamos auto, no había celular. Les di a cada uno de mis viejos la pastilla que le tocaba y me fui al pueblo para que nos prestaran un teléfono. Contraté una combi y nos vinimos a Buenos Aries. No sabíamos bien qué había pasado, llegamos a las 3 de la mañana. No quería que les dijeran nada a mis viejos hasta no enterarme bien. Pensábamos que había tenido un accidente”, dice la hermana, y agrega: “Él nunca nos dijo nada. Después supimos que ese verano no quería ir a Pinamar, que tenía amenazas”.

VOZ QUEBRADA

“Tenía que contener a mis viejos. Antes del velorio, le expliqué a mi mamá por qué había que velarlo a cajón cerrado. Fue terrible. No lo volvimos a ver. A mí se me borraron muchas cosas de la cabeza de esos días”, relata, y se le va quebrando la voz, pero enseguida busca volver a su tono enérgico, tal vez el que a su hermano le hubiese gustado.

“En el velatorio había mucha que no sabía quién era. En un momento llegó Patricia Bullrich a los gritos diciendo que lo había matado Yabrán. Yo no sabía nada de lo que hacía mi hermano en el trabajo. Cuando me juntaba con él no hablábamos de laburo, conversábamos de nuestras cosas. Ni yo decía que él trabajaba en Noticias. A Gabriel Michi lo conocí en el velorio”, dice Gladys, en referencia al compañero de su hermano con quien hoy tiene una gran relación.

“En la primera marcha no entendía nada. Pusimos a nuestro abogado, Alejandro Vecchi. Hasta ahí no sabíamos ni a dónde ir. Fuimos caminando ese camino negro, no teníamos ni idea. No se termina nunca; ahora estoy presentando un escrito por el asesino de mi hermano, Gustavo Prellezo, que en la cárcel se recibió de abogado, y no puede ejercer pero lo hace igual. Él dice que yo no entiendo, a lo que respondo: ‘No sé nada, pero usted me cagó la vida’”, cuenta Gladys, otra vez enérgica.

“Mis viejos pasaron a ser ‘los padres de Cabezas’, y yo, ‘la hermana’. Mi sobrina se durmió con el padre preguntándole qué quería ser cuando fuera grande. Y al otro día estaba su mamá, que había llegado de Buenos Aires a buscarla. No entendía nada. Los dos hijos del primer matrimonio de mi hermano estaban allá con él, con Cristina y Candela, que era bebé. Mi sobrino Juan Ignacio cumple el 28 de enero; mi hermano le había comprado el metegol que quería, se lo dio Cristina. Mi casa era un expediente: iba a Tribunales, los leía y grababa, después los pasábamos a máquina, no te lo daban para fotocopiar. Balearon el edificio en el que yo vivía con mis hijos. Me separé en el medio… Soy docente y psicóloga, no sabía nada de leyes ni de investigaciones, fui aprendiendo de a poco. Crecí mucho, era muy nena, puteaba a todo el mundo”, cuenta Gladys, tratando de enumerar los cambios de su vida y de su familia. “Ninguna navidad fue lo mismo. Era un dramón cuando estaban mis viejos. Ahora tampoco me entusiasma”.

EN DOLORES

“Para el juicio, ya estaba separada. Me alquilé una casa en Dolores y me fui con mis hijos tres meses, justo cuando empezaban las vacaciones. Mis viejos fueron a un hotel. Me llevé hasta a la perra. Era una romería esa casa: papeles por todos lados, iba todo el mundo, periodistas todo el tiempo. Estuvimos muy acompañados”, recuerda, y enseguida cuenta algo del presente: “Agustina tuvo un bebé hace un mes, espero que en febrero puedan viajar. Mis tres sobrinos viven en España. Candela es azafata. Que mi hermano sea abuelo y no esté es un dolor insoportable. Me hubiera gustado que conociera a mis nietos. Cuando fue lo de mis viejos, mi separación, me sentí muy sola, lo necesitaba conmigo”.

“Me siento muy orgullosa de mi hermano”, afirma con una gran sonrisa. “Era re jodón. Compartíamos música, fiestas… Tenemos un año de diferencia, así que teníamos amigos en común. Nos reíamos mucho, éramos re compinches”, relata.

José Luis Cabezas está presente en la familia. “Mis nietos saben que, cuando juegan a la pelota, tienen que tener cuidado con el portarretrato del tío. Fui a buscar a mi nieto mayor al colegio, y cuando leyeron mi documento le preguntaron si era la hermana de Cabezas. La maestra salió a abrazarme emocionada. Mis hijos siempre lo recuerdan con una sonrisa, ellos estaban muy cerca, siempre dicen ‘si el tío estuviera acá’”.

“Mi cuñada la pasó muy mal el tiempo que se quedó en Pinamar. Después ella se fue solita con la nena a España, fue muy valiente”, dice Gladys, que está siempre en contacto con ella.

La imagen de José Luis se convirtió en un símbolo, ella lo sabe, pero aclara: “No era un héroe, era un trabajador, no nos olvidemos que era su trabajo. Mi hermano estaba marcado y no lo cuidaron. Mi hermano no quería ir. Yabrán había mandado un jarrón a la editorial diciendo que se lo iba a romper en la cabeza al periodista indiscreto. Era un laburador, quería hacer bien su trabajo, como todos, pero estaba laburando, iba a donde lo mandaban”.

“Si pudiera, le diría a mi hermano que lo quiero mucho y que me hace mucha falta”, dice Gladys, y ya no puede contener la emoción. Se cumplen 25 años del asesinato, pero el tiempo no hace que la ausencia sea menos dolorosa. Su hermano está presente en su vida, en su familia, en sus recuerdos.

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