Se entiende por álbum póstumo aquel que es editado en forma posterior a la disolución de una banda o –en términos más estrictos– de la muerte de un solista. El uso y abuso del recurso por parte de la industria musical redundó en pilas y pilas de discos con escasas o nulas novedades, material no terminado que los propios artistas jamás hubieran querido editar y otros rejuntes de escaso valor artístico y relativo aporte testimonial. Siervo es todo lo contrario. Se trata de un disco pensado, grabado y terminado por Palo Pandolfo antes de su inesperada y trágica muerte, y lanzado poco después de esta. Un álbum excepcional en casi todas las acepciones de la palabra. La todavía difícil de aceptar partida del cantante y compositor de 56 años resulta imposible de ignorar y provee a la experiencia de la escucha de nuevos significados. Pero Siervo ya era uno de los mejores discos de Pandolfo antes de las ineludibles implicancias emocionales y casi metafísicas que hoy lo completan. Con el determinante aporte de Juan Belvis en la producción –que va mucho más allá del sonido y cierto concepto general del disco–, las once composiciones desarrollan una suerte de síntesis entre la canción rock y el folklore, con letras de tono confesional y por momentos dramático que retratan rupturas, búsquedas, desesperanza y dolor. Ninguna de ellas tiene desperdicio, pero acaso resulte particularmente difícil no mencionar la hondura cósmica y reflexiva de “Doble corazón” (“Buscaré en el cielo la luna nueva/ El frío cielo esperando el ¡gong!”), el frenesí andino de “Párpados” (“Sueño con los párpados abiertos/ Manos dolidas, almas sin consuelo”) y la más confesional y telúrica “El alma partida” (“Estoy llorando el alma partida/ estoy llorando sin esperanza”). Un disco y un testimonio imposibles de pasar por alto.
Siervo / Palo Pandolfo
