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Cancionero

Las décadas del 60 y del 70 fueron años de obras conceptuales. De la Cantata de Santa María de Iquique, de los Quilapayún, a Mujeres argentinas o Cantata sudamericana, de la tríada Mercedes Sosa, Ariel Ramírez y Félix Luna; de Tommy, de The Who, a la ópera inconclusa de Almendra, todo debía ser contado con el espesor de los vientos de cambios. Esa densidad provenía principalmente de la izquierda revolucionaria o del flower power, aunque también se expresaba en obras como La misa criolla, de Ariel Ramírez, o María de Buenos Aires, de Horacio Ferrer y Astor Piazzolla. Son años en que la infancia aparece como un territorio romantizado, donde convergen injusticias y pesares. El niño en la calle de Armando Tejada Gómez dialoga con el chiquilín de Bachín de Ferrer y con el niño dormido que sueña que el mundo es un chocolatín de Luis Alberto Spinetta. En ese marco, Juanito Laguna destaca como un perfecto exponente de su tiempo. La serie pictórica de Antonio Berni fue, en su contundencia, movilizante y logró sortear el ámbito más bien endogámico de las artes plásticas. El llamado “nuevo realismo” de Berni era una forma de denuncia en sintonía con la canción de protesta. “Yo no concibo el arte sino como acción y testimonio. Y eso excluye toda tesitura meramente esteticista, desglosada de la realidad cuya expresión lo hace necesario. Sin esto, el arte pierde su sentido, su objetivo original en cualquier otra época de su historia”, opinaba el pintor.

En 1977, César Isella concibe el álbum Juanito Laguna, con la participación de Ana D’Anna y del grupo Cantoral. Compositores notables escriben inspirados en el personaje de Berni, en lo que se recorta en perspectiva como otro detalle de época: la interacción entre la pintura y la música popular. El arte de las portadas de los vinilos es una muestra de ese vínculo virtuoso. El disco comienza con la cascada voz del propio Berni. Nadie mejor que él para definir su alegórica creación: “Juanito Laguna es un niño de extramuros de Buenos Aires o de cualquier capital de América latina. Es un chico pobre, pero no un pobre chico. No es un vencido por las circunstancias sino un ser lleno de vida y esperanzas que supera su miseria circunstancial porque intuye vivir en un mundo cargado de porvenir”, asegura.

El disco incluye composiciones de tres de las duplas más trascendentes de la música argentina: las de Falú-Dávalos (“Juanito Laguna se salva de la inundación”), Leguizamón-Castilla (“Navidad de Juanito Laguna”) y Piazzolla-Ferrer (“Juanito Laguna ayuda a su madre”). Y participaciones de la orquesta de Oscar Cardozo Ocampo y de la de Rodolfo Mederos. El propio Isella produjo en 2005, con motivo del centenario de Berni, un disco con nuevos intérpretes y algunas canciones agregadas.

Muchos temas de la publicación original no eran inéditos. En 1967, Mercedes Sosa, cuándo no, había alumbrado un simple doble de cuatro temas titulado, justamente, Juanito Laguna remonta un barrilete, un aire de huella escrito por Hamlet Lima Quintana e Iván Cosentino, que también tiene una buena versión a cargo de Inti Illimani. La lozana voz de la Negra entona: “Si Juanito Laguna llega a la nube/ es el viento que viene, lo ama y lo sube/ es el nombre Juanito en la cañada/ es el nombre Laguna, casi no es nada”, y conserva, todavía, a más de medio siglo, una belleza desarmante, una intersección conmovedora entre lo urgente y lo trascendente. Mercedes cantó otros temas más del repertorio inspirado en el niño de Berni. Su nombre, más el de Tejada Gómez y el de César Isella, expresan que de alguna manera esa mirada social convocada alrededor de la obra del pintor tuvo su origen programático en el Nuevo Cancionero surgido de Cuyo. Fueron, finalmente, partes de un todo: la ilusión de un mundo nuevo, más justo, donde el rostro cándido y desolado de Juanito Laguna no es otra cosa que la máscara que oculta el rostro siniestro del capitalismo.

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