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“La comunidad gay gestó su propio ¡Nunca más!”

A diez años de su publicación, se reeditó en versión ampliada Los últimos homosexuales (Ediciones UNL-Eudeba), el libro que devino en un clásico para la intelectualidad y la militancia de la comunidad LGTBIQ+.  

Hay obras que tienen la sensibilidad de captar el aire de los tiempos. A la par que se expandían los derechos y en pocos años surgían las leyes de matrimonio igualitario y la ley de Identidad de género, el sociólogo Ernesto Meccia, autor de libros pioneros como La cuestión gay (2006) y El tiempo no para (2016), les otorgó voz a aquellos que históricamente no la habían tenido: esas existencias marcadas por la injuria social, la discriminación, la represión policial y estatal y luego, la pandemia del sida.  

–¿A quiénes llamás los últimos homosexuales y por qué?  

–El libro trata sobre las transformaciones de la homosexualidad desde el punto de vista de quienes las vivieron. Las personas que vivenciaron esos cambios son los “últimos homosexuales”, personas que nacieron en las décadas de los 40, 50 y 60, es decir, que fueron jóvenes en los años 60, 70 y 80. Por aquellos momentos no existía el equipamiento cultural, legal y tecnológico con que hoy los jóvenes gays para llevar adelante su vida. Cuando me refiero a la dimensión cultural pienso en que no existían en el imaginario social ideas como “orgullo gay” o de “salida del armario”. Mucho menos de “matrimonio”. Eran ideas imposibles de concebir. ¿Qué ideas existían entonces? Las que había inventado el heterosexismo y la homofobia. Estas personas, durante mucho tiempo, se pensaron a sí mismas con esas ideas ominosas y llevaron una vida en gran medida secreta, marcada por la vergüenza y el autodesprecio. Sin embargo, a partir de la llegada de la democracia en 1983 empezaron a activar un conjunto de organizaciones que, paulatinamente, propagaron las ideas de orgullo y visibilidad y reclamaron derechos. Producto de una compleja interacción sostenida a lo largo de los años entre las militancias, los medios de comunicación, algunas entidades estatales, y algunos actores políticos, las condiciones de vida para gays y lesbianas fueron cambiando hasta hoy, en que el Estado ha corregido muchas desigualdades jurídicas. Bien: cuando estas situaciones empezaron a tener lugar, las personas que yo entrevisté tenían de 45 años para arriba, o sea, su subjetividad ya había sido moldeada por la homofobia y habían desarrollado pautas de socialización que la tenían en cuenta. Los llamo “últimos” homosexuales porque fueron los últimos en crecer en situación de miseria cognoscitiva, secreto y aislamiento social.  

–¿Por qué utilizas el concepto homosexual a pesar de que surge con connotaciones negativas como hijo del discurso jurídico y médico en el siglo XIX?  

–Lo utilizo con aire conmemorativo. Justamente los entrevistados pertenecieron a las últimas generaciones que tuvieron que cargar sobre sus espaldas esas connotaciones negativas y deshumanizadoras. Y me interesa oponer “homosexual” a “gay” para dar cuenta de que la comunidad gay gestó su propio ¡Nunca más!

–¿Cómo caracterizas las pautas de sociabilidad y territorios de los últimos homosexuales?  

–El libro se ocupa de lo sucedido en la Ciudad de Buenos Aires y sus alrededores. Por supuesto, llega a conclusiones que no son trasladables a otros contextos, aunque noto cierto aire de familia con lo sucedido en Rosario y Córdoba. La sociabilidad durante lo que llamé el período homosexual se caracterizaba por el aislamiento y la invisibilidad y las relaciones sociales eran cerradas o entre pares. Te encontrás con relatos penosos de ocultamiento a la familia y en el lugar de trabajo: otros relatos ponen énfasis en el casamiento con una mujer a pesar de llevar una vida paralela. Y recuerdo que más de un entrevistado se refirió a la “muerte civil” si en los años 60 y 70 se sabía que eras gay. La legendaria sociabilidad en los baños públicos (las “teteras”) corresponde a esos momentos, no porque ahora no existan, sino porque no existían lugares “para” los gays. Por eso hablo de “sociabilidad de territorio”, queriendo significar que no existían lugares para los gays sino territorios apropiados sigilosamente para la joda. La “sociabilidad de lugar” se dio más tarde al amparo (precario, debe recordarse) de la democracia en los años 90. Discotecas, pubs, restaurantes, confiterías, clubes de sexo, saunas formaban en su conjunto un paisaje nuevo. En los 90, el epicentro de esa sociabilidad estuvo simbolizado por el cruce de las avenidas Santa Fe y Pueyrredón. A diferencia de la sociabilidad de territorio, la sociabilidad de lugar era visible. Parecía como si la “pakitocracia” le hubiera cedido un trozo de espacio público a los gays. Esa sociabilidad entró en declive, como cualquiera puede comprobar si camina por esa zona los fines de semana.  

–¿Qué es para vos “narrar” la historia de las transformaciones de la homosexualidad?  

–Suele pensarse que uno se pone a contar su vida porque tiene una historia detrás, pero a mí no me gusta pensarlo así: yo creo que uno tiene una historia porque logró armarse el relato de su vida. Uno se apropia de su vida al poder contarla. Esto es apasionante para un sociólogo. Las personas que entrevisté vienen de una época en la que no tenían recursos para contar su vida de una forma digna: las palabras que tenían a disposición estaban en el diccionario de la homofobia. Era evidente que, como generación, tenían una necesidad expresiva que ahora tal vez podían satisfacer con las nuevas ideas provistas por las organizaciones y los cambios culturales. Entonces decidí hacer de sociólogo “pasapalabra”, tratar de que mi tarea intelectual sea apenas la de un mediador entre mis entrevistados y el público que lea el libro. A ellos les facilitaría una especie de revancha por todo lo que no pudieron contar y por todo lo tuvieron que callar, y al público un conjunto de historias necesarias para que ampliemos la sensibilidad.  

–¿Qué reajustes y configuraciones se dan en las subjetividades en el tránsito de homosexualidad a la gaycidad?  

–La primera edición de este libro es de 2011, las entrevistas datan del 2010 y 2009. Imagina cómo ya había cambiado la vida para los gays: el matrimonio igualitario es de 2010. Uno podría pensar que como la sociedad progresa en ciertos aspectos las personas que se benefician con el cambio de inmediato se van a alinear a él. Pero encontré eso y mucho más. Conversé con personas que le daban la bienvenida a los nuevos tiempos: los llamé los “incorporados” a la sociedad gay. También escuché historias de gente que no terminaba de hacer pie en la gaycidad, los llamé los “extrañados”, personas que manifestaban no poder procesar tanto cambio, que no entendían por qué los códigos con los que se habían movido se transformaban, que no sabían en qué mundo estaban viviendo. Y también recogí testimonios que no valoraban para nada la gaycidad, los llamé los “contestatarios”. Me hablaban de cuestiones como el mercado gay, la frivolidad de la vida gay, de que la sociedad seguía siento tan hipócrita como antes, que los cambios progresivos eran puro humo. La verdad es que me hubiera encantado volver a entrevistarlos diez años después. Algunos ya fallecieron.  

–Me conmueve el relato de Tommy. ¿Qué impacto emocional tuvo para vos escribirlo?  

–Tommy fue un gran amigo cuando me mudé a Buenos Aires. Fue víctima de un crimen de odio. Desde mi punto de vista representa un ejemplo extremo y doloroso para pensar en los efectos que puede provocar en la subjetividad de algunas personas el tránsito de la homosexualidad a la gaycidad. En el brutal asesinato “pasoliniano” del que fue víctima, Tommy volvió al mundo de la discriminación, de la homofobia y de la heroicidad en el que se había movido como pez en el agua durante toda su vida. Tal vez te parezca mentira, pero no me costó escribir el texto. Sentí que era un deber dar a conocer esa historia. Lo más difícil fue cuando apareció publicada. Fue muy angustiante. Varias noches me sentí atemorizado, pensaba que Tommy tocaría el timbre de mi casa para reprocharme que haya utilizado su historia para hacer sociología. Me sentía un sociólogo arrogante y soberbio. Ahora no me siento de esa forma, pero no sé si podría volver a escribir algo así.  

–¿Qué anécdotas rescatas de tu entrevista con Sebreli en 2017 sobre la vida subterránea homosexual durante las décadas del 50 y 60?  

–Fue un gran encuentro. Sebreli tiene una memoria prodigiosa. Se acuerda de todas las calles y los pasajes de Buenos Aires, de los teatros que ya no están, de las viejas confiterías y también de los lugares de yire. Además, sabe mucho de cine argentino. Le llevé de regalo el libro El tiempo no para, de 2016. Se lo entregué tímidamente. Recuerdo que tomó el libro y fue en silencio directamente a la bibliografía. Cada vez que encontraba un autor de sociología urbana lo nombraba, levantando la voz: “¡Park! “¡Simmel!” “¡Wirth!”. “¡Lo felicito por sus lecturas!”. Ya más relajado después de semejante bienvenida, nos pusimos a hablar del yire por los años de su juventud. Hablaba un profesor. Dijo que en la ciudad de aquellos años cualquier varón en cualquier lugar y en cualquier momento, podía encontrar oportunidades para la joda. Solo era necesario tener activado el radar de la territorialidad homosexual y estar dispuesto para la aventura. Todavía recuerdo el relato alucinante de una escena chonga llena de tela de grafa y braguetas obreras que tuvo lugar en el corazón de Constitución mientras el pueblo iba al laburo, alumbrado por las primeras horas del día. Ese relato de Juan José me marcó y me hizo pensar en la película Los pájaros de Alfred Hitchcock. Aún en aquellos años de ostracismo y vigilancia era imposible controlar a los homosexuales que, como los pájaros, picaban y se iban, y se cagaban de risa de la urbe pakitocrática.  

–Pasó una década desde la publicación de Los últimos homosexuales. ¿Qué cuestiones reformulaste y cuáles agregaste a esta edición ampliada?  

–En la primera edición hablaba de “desenclave espacial”. Proponía que los lugares específicos serían cada vez menos importantes para la vida de los gays. ¡Y llegó Grindr! Esta edición tiene una nueva introducción y dos capítulos. Uno se refiere a las mutaciones de la espacialidad y la sociabilidad gay en el que doy una discusión sobre el mercado gay. El otro trata sobre la salida del armario. Armé una muestra polar entrevistando a gays mayores de 60 y menores de 30. Los cambios sociales que ese capítulo logra condensar son de gran profundidad.  

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