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Cristina Banegas: “No hay estética sin ética”

Pensar la extensa trayectoria de Cristina Banegas, quien ha transcurrido más de medio siglo arriba de los escenarios, parece una tarea titánica. Pero puede que esa ardua puesta de trabajo, principalmente en teatro pero también en cine y televisión, haya partido de una infinita inquietud ya latente en sus primeros años de infancia. Allí, en el viejo barrio de Constitución, donde vivió hasta sus doce años. Y en donde las imágenes del antiguo asilo Nuestra Señora del Huerto, frente a su ventana de un cuarto piso, afloraban: el pabellón, los dormitorios, las puntas de las camas, las niñas que corrían por el jardín y barrían los restos del jacarandá con las grandes hojas de palmeras. Esa imagen, cuenta Banegas, le hizo pensar, desde la inocencia, en la narrativa de una amplia familia de hermanas que se acompañaban en su camino a la felicidad, y es la demanda de creatividad que se siguió fortaleciendo en sus años posteriores. Muchos los pasó en el viejo Canal 7, en de Ayacucho y Posadas, entreverada en los camarines y sets de filmación donde sus padres solían grabar. “Mi madre (Nelly Prince) era actriz y locutora, y en un momento fue realmente muy famosa, cuando yo era chica. Me gustaba mucho jugar detrás de los decorados y estar en los camarines, donde las locutoras y las actrices se maquillaban y se peinaban. Todo eso me divertía mucho. Mi padre (Oscar Banegas) tenía un programa que se llamaba Noches de ballet, que estaba los domingos a la noche. Todo era en vivo, con los primeros bailarines del Teatro Colón. Yo me quedaba atrás de un piano mirando a esos grandes bailarines, como Esmeralda Agoglia y Rodolfo Rodríguez, que hacían fragmentos de grandes ballets. Eso me hacía muy feliz también, porque estaba mirando algo que deseaba mucho, que era ser bailarina.”

Si bien tuvo su primer acercamiento con el medio artístico en la televisión, Banegas debutó en teatro en 1967 y desde ese momento no dejó de sumar grandes experiencias de la mano de maestros directores como Alberto Ure o Inda Ledesma, plasmando interpretaciones que aún guardan memoria en el imaginario teatral argentino, como su Antígona, de Sófocles; El padre, de Strindberg, o Eva Perón en la hoguera, de Lamborghini. Su ecléctica experiencia, llevada a la docencia, hizo de su sala, El Excéntrico de la 18ª, un lugar para seguir profundizando esas inquietudes enriquecidas por una vida plagada de vetas artísticas que tienen un largo recorrido en la escena cultural argentina.

–¿Qué encuentra en el teatro para seguir enriqueciéndote a nivel artístico y humano a pesar del paso del tiempo?

–Hace más de cincuenta años que hago teatro, de hecho los cincuenta años los celebré hace dos años con la puesta en escena de Edipo rey, en el Teatro Nacional Cervantes. Fue la obra más difícil que me tocó dirigir, pero realmente fue un trabajo maravilloso de dos años de preparación. Me siento absolutamente enriquecida a nivel artístico y a nivel humano por mi relación con el teatro, con el arte y la cultura.

–Trabajó muchos clásicos a los que les imprimió una impronta propia. ¿Cómo son esos procesos de creación?

–Los procesos de creación, sobre todo haciendo obras complejas, difíciles, de grandes autores, como me tocó hacer muchas veces, son procesos largos, me llevan tiempo, así como Edipo me llevó dos años. Medea, de Eurípides, también nos llevó dos años de trabajo, primero sobre el texto. Me gusta estar incluida desde la generación de la revisión, de las traducciones, de todo lo que tiene que ver con la construcción de una dramaturgia para subirla al escenario. Porque en general las tragedias griegas están escritas en una forma más vinculada con los espacios académicos que con el teatro, entonces es imposible poner una obra en escena, una tragedia griega, tal como está en los libros que se estudian en las universidades. Hay que hacer un trabajo dramatúrgico importante. Y esos procesos son complejos, son difíciles, son largos, pero son muy gozosos. Disfruto mucho trabajando desde la generación, desde la partitura hasta la puesta en acto en el escenario. Es algo que fue una constante en mi relación con muchos de los textos con los que trabajé en este más de medio siglo. 

–¿Existe la ética en el teatro?

–Por supuesto que existe, en todos los planos de la realidad y de la relación con la ficción. En la elección de los textos y en el compromiso político, cultural, artístico, ético y estético. Digamos que no hay estética sin ética.

–Hablemos de El Excéntrico de la 18ª. ¿Cuál es la poética que buscó lograr allí?

–El Excéntrico de la 18 existe hace más de 35 años. En un principio trabajamos allí con Alberto Ure, hicimos varias obras y ensayamos mucho tiempo esas obras en El Excéntrico. Tanto El padre de Strindberg como Antígona de Sófocles, cada una más o menos un año y medio de ensayos. Y luego, bueno, tantos directores y directoras, actores y actrices que pasaron por allí, alumnos de nuestros talleres. La poética siempre tiene que ver con la búsqueda de una actuación que perfore las convenciones, que perfore la mecanicidad en cuanto a la construcción de la ficción, que sea una actuación de riesgo. Pero al mismo tiempo con una intención de trabajar sobre los márgenes del realismo, los márgenes de cada género y estilo que nos toque atravesar. Es un espacio de investigación, de experimentación y de formación, por supuesto, en todo lo que tiene que ver con las herramientas de la actuación. 

–Recientemente puso su voz en la piel de Aletta Jacobs, una pionera en los derechos de las mujeres holandesas. ¿Qué le dejó su historia? ¿Se puede establecer una conexión entre Aletta y nuestra Evita?

–Trabajé en una performance de Aletta Jacobs, una pionera de las mujeres holandesas, del feminismo holandés, un gran personaje. No la conecto directamente con Evita, para mí Evita es incomparable, pero creo que fue una mujer extraordinaria, como hubo tantas en el mundo, como fue nuestra Alicia Moreau de Justo; mujeres de esa época que con una valentía extraordinaria defendían los derechos de las mujeres. Ahora estoy trabajando en la Biblioteca Sonora de las Mujeres, en el Proyecto Prisma. Es una experiencia performática también que se hace telefónicamente. Hablo con una persona por vez, y me ha tocado el personaje de Salvadora Medina Onrubia, que es un gran personaje de nuestra historia, y me ha resultado muy gozoso hacer ese trabajo. Y también el seguir trabajando sobre temas de mujeres.  

–¿Hacia dónde cree que va esta Argentina, que por momentos zigzaguea entre la justicia social y el neoliberalismo? ¿Ve esperanza tras la bruma de la pandemia?

–Estamos en un momento de la pandemia donde parecería que se está controlando el coronavirus. Hay que ver qué pasa con la cepa Delta. Pero tengo mucha esperanza en nuestro país, en el modelo de país que propone el Frente de Todos. Se trata justamente de elegir entre un modelo y otro, y desde luego siempre estaré del lado de los humildes, de los desposeídos y de un proyecto de país nacional y popular.

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