Icono del sitio Caras y Caretas

La muerte que está sola y espera

Gilda, Rodrigo, Walter, Tamara.

Como si la muerte no fuera la muerte. Están vivos como si la muerte no matara. Como si la muerte no significara morir.

A Gilda, probablemente, algún día la santificarán y se hablará de santa Gilda, a pesar del santuario inundado. Gilda se fue en septiembre de 1996, a los 34 años, cuando se dirigía a dar un concierto con sus músicos y parte de su familia. Iban en un colectivo adaptado para descansar entre concierto y concierto. Un camión mordió la banquina de la RN 12 y chocó al micro en el que viajaba Gilda. La muerte se llevó a varias personas: a ella, a su madre, a su hija mayor, a tres de sus músicos y al conductor del micro. Y la vida sigue andando. Su figura delgada, sus canciones, su vestimenta, son objeto de idolatría.

En el año 2000, el mismo día del aniversario de la muerte de Gardel, se murió Rodrigo Bueno. Si no fuera verdadera la coincidencia de las fechas, parecería un chiste negro. Tanto Gardel como Rodrigo murieron viajando. Como se sabe, el avión de Gardel se incendió antes de despegar de la tierra y después de chocar con otro avión. Rodrigo y un productor (hijo de Alberto Olmedo) murieron en un accidente en la autopista Buenos Aires-La Plata, su familia que lo acompañaba quedó viva. Rodrigo había llegado a ganar un público que iba creciendo cada vez más. Son míticos sus conciertos en el Luna Park, la imagen de Rodrigo saltando en camiseta, abarcando con su sonrisa y su mirada a miles y miles de personas, enamoradas de él mientras cantaba “La mano de Dios”. Rodrigo se fue el 24 de junio de 2000.

¿Y qué pensaba Walter Olmos cuando gatillaba su pistola 22 con una bala calibre 38 en su tambor? ¿Pensaba que no le iba a llegar la muerte? ¿Que no se iba a aprovechar de esas circunstancias? ¿Qué pasó? ¿No se dio cuenta? ¿No intuía que lo que se decía en ese momento –“Walter será el sucesor de Rodrigo”– era cierto? ¿O acaso pensó que la muerte no significaba morir? Tenía apenas 20 años y canciones que siguen sonando.

¿Y Tamara Castro, con esa voz maravillosa envolvente, que parecía que iba a ser tan grande como Mercedes Sosa? ¿Era necesario morir en la Ruta 13 por una nimiedad que terminó en un choque y nuevamente la muerte haciendo de las suyas, llevándosela en diciembre de 2006? También a los 34 años, igual que Gilda.

¿Es un designio? ¿Es un destino inevitable? Es demasiado poderosa la muerte, deja agujeros eternos. Cómo no llevar obsequios al santuario popular que se hizo a Gilda en el lugar del accidente. Tal vez algo de su alma anda rondando por allí y los que van hacia el lugar lo presienten.

“La muerte estuvo sentada en esa esquina desde antes de que yo naciera. Silenciosa aguardaba resultados”, escribe la poeta chilena Alejandra Basualto. Adiós, ídolos. Adiós, artistas populares.

Salir de la versión móvil