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LOS MILAGROS DE GILDA

El fundador del santuario construido en homenaje a Gilda, muy cerca del lugar del accidente, se autodefinió como fan, aunque no parece haber sido uno de los adeptos de la primera hora que la estrella cosechó durante su vida. Carlos Maza describió su encuentro con Gilda como un hecho más bien casual (o providencial). “Todo comenzó cuando nació mi hijo con un tumor. Justo prendí la televisión y vi un programa en el que un grupo de seguidores de Gilda contaba historias milagrosas ocurridas por su intermedio, y decidí rezarle con fuerza”, declaró a BBC Mundo. La operación exitosa y la posterior recuperación completa del niño convencieron a Maza de que la cantante había obrado el milagro. Destacó ante la prensa no sólo el hecho de que antes de su muerte muchos seguidores confiaban en sus dotes benéficas y milagrosas, sino también ciertas coincidencias numerológicas en torno al número siete, empezando por las dimensiones del lote que Maza compró con gran esfuerzo para construir el santuario: “Si tomás las medidas del terreno, de cualquier manera que las sumes, siempre dan siete: el número místico de Gilda. Es una señal”. Otros advirtieron aún más “casualidades” de este orden: que eran siete personas las que fallecieron en el accidente, a las siete de la tarde de un día siete de setiembre. Y también que con el número siete estaba rotulada la bolsa de la morgue donde se llevaron sus restos mortales.

Su última grabación quedó en una cinta casera. El título (“No es mi despedida”), las versiones acerca de cambios significativos en esa cinta, decididos a último momento, y el rumor de que el casete había sido encontrado “de milagro” al lado de la ruta convencieron a muchos de que Gilda supo premonitoriamente su destino y que la canción estuvo pensada a la manera de un “testamento” trascendental.

Figuras como Gardel, Gilda o Rodrigo pertenecen a un grupo singular dentro del mapa de las devociones populares. Llegan a ser venerados a partir de su condición de estrellas carismáticas, y sus muertes violentas en plena juventud refuerzan un “estatus irradiante” ya preexistente. Gardel sigue convocando admiradores, algunos de los cuales son también sus devotos, en su tumba de la Chacarita. Para Rodrigo se erigió, como en el caso de Gilda, un santuario en el sitio de su deceso.

Roberto Bosca habla de “los nuevos cultos del star system” y la antropóloga Eloísa Martín se pregunta si es posible realmente asimilar sin más a figuras como Gilda al esquema tradicional de las devociones populares. Martín toma en cuenta especialmente las declaraciones de muchos fans, que no la identifican como “santa”, aunque sí consideran posible que haga milagros y, de hecho, algunos de ellos los solicitan. Fan y devoto –sostiene– no son categorías absolutamente intercambiables. Por su lado, María Julia Carozzi señala que no todos los fanáticos gardelianos le adjudican a su ídolo poderes sobrenaturales, quizá porque el único milagro (que excedía todos los otros posibles) era ya su voz prodigiosa. Aunque muchos especialistas tienden a interpretar el “fanismo” por una estrella o cantante como la metáfora de una religiosidad encubierta o una nueva versión de lo religioso en tiempos posmodernos, el estatuto de fan –afirma Martín– tiene su propia especificidad.

Uno de sus rasgos especiales es la mímesis, la personificación de la figura admirada que los seguidores llevan a cabo sobre sus propios cuerpos, adoptando la ropa, el peinado, los gestos y movimientos del ser carismático. La interpretación de las piezas famosas (de Gardel, Gilda o Rodrigo) en los lugares de inhumación o de muerte es también otro rasgo característico.

FANÁTICOS

Aunque el fanismo tenga su costado de “manía” u “obsesión”, tampoco hay por qué confundir el entusiasmo exacerbado con la irracionalidad, sostiene Eloísa Martín, ni ver a los fans como seres aquejados por una psicopatología, que no distinguen lo ilusorio de lo real, o bien como individuos deficientes que provienen sólo de las capas marginales de la sociedad. Los “clubes de fans” dedicados a perpetuar la memoria de Gilda y de otros artistas son, por el contrario, organizaciones disciplinadas que incluso realizan –los de Gilda lo hacen– tareas de ayuda social.

La antropóloga prefiere describir la relación con estos ídolos del espectáculo a través de “prácticas de sacralización” que forman parte de lo cotidiano y que apelan tanto a elementos religiosos como no religiosos: desde usar remeras u objetos diversos con la foto de Gilda hasta “hacerle compañía” en la Chacarita, donde descansan sus restos, o tenerla presente en la decoración doméstica; desde vestirse y ataviarse “a la manera de”, mimetizándose con ella, hasta prenderle velas con un toque new age. “Las fronteras entre categorías de seres milagrosos –sostiene– están abiertas y los tránsitos entre ellas son frecuentes, permitiendo que Gilda pueda ser considerada como cualquier difunto y, al mismo tiempo, pertenecer tanto al grupo de artistas excepcionales que encabeza Gardel como al de santos populares tradicionales, sin necesariamente establecerse en ninguno de ellos”.

El carisma de las estrellas también promueve santuarios y devociones personalizadas en otras culturas proclives a ello, como la budista. Es el caso de la cantante tailandesa Honey Sri-Isan (cuyo nombre verdadero era Supin Hemwijit), que nació en 1970 y murió en 1992 en un accidente de tránsito después de una presentación pública. El género que Honey practicaba se denomina mor lam, música tradicional, folklórica, cantada, danzada y actuada, propia de Laos e Isan. Sus temas giran (con cierto condimento humorístico) alrededor del amor no correspondido, las dificultades de la vida rural y el drama de la migración interna hacia Bangkok. En el lugar del accidente se erigió una caseta, donde los fans la homenajean y también le piden gracias y éxitos en su vida profesional (sobre todo cuando son artistas). Cada año se realiza una ceremonia conmemorativa delante de la casa-santuario con ritos budistas y conciertos.

Partícipe de lo sagrado y lo profano, Gilda cruza los límites de clase y las convenciones estereotípicas del género musical y del género sexual. Integra lo cándido y lo nocturno, lo erótico y lo maternal, la belleza carismática y el servicio a los demás, la persona y el personaje, con una naturalidad que sus fieles o sus fans estiman por sobre todo otro valor y que fluye, hoy como ayer, desde sus canciones.

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