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Ella es Gilda

El tema de esta nota es el origen de la devoción. Voy a tomar como ejemplo la ficción que todos conocemos como Gilda, a la que misteriosamente, tal vez por la fuerza de su figura, también los que nos interesamos en ella consideramos un ícono religioso, es decir, algo sobrenatural. Espero no decepcionar a los devotos confesando esta pretensión un poco blasfema, a pesar de que no sé si podría acusarse de blasfemo a alguien cuya mayor notoriedad se debe a que es el demiurgo de una santa profana. Sucede que, además, o antes de ser periodista y biógrafo, soy escritor o, como me lo hizo notar hace poco una devota de Gilda, soy el narrador de historias que, al contar, al redactar, al escribir la suya antes que nadie lo hiciera se convirtió, involuntariamente, en algo así como su primer fan.

En estos días, el 7 de septiembre, nuestra santa profana Gilda cumple años después de muerta, exactamente 25, un cuarto de siglo. Y sigue tan viva como cuando vivió. El mes próximo, el 11 de octubre, cumplirá años otra vez, exactamente 60, pero desde que nació. Ella y yo tenemos la misma edad. Tendríamos la misma edad. Contra todos los pronósticos, el hecho de haber muerto le otorgó una vida más duradera que si hubiera estado viva. Se sabe: son pocos los ídolos musicales que siguen causando sensación cuando llegan a la sesentena. La muerte temprana –aunque Gilda ya llevaba casi un lustro por encima de los 30 cuando falleció– favorece la memoria o la recordación. Desde otro punto de vista, podríamos pensar también que, de haber llegado a los 60, ser tan recordada por un puñado de canciones que le dieron fama sería un martirio. La historia del arte aconseja el olvido de lo creado para poder seguir creando.

¿Habría seguido creando temas inolvidables Gilda de haber continuado viva?

NACE UN INTERÉS

Cuando a comienzos del año 2000 me interesé por su historia y su vida, no sabía que desde ese momento cada nuevo aniversario me iba a poner en la ocasión de decir algo en público acerca de ella. Por supuesto, tuve en ese momento el fuerte deseo de publicar un libro que contara su biografía y hasta puse un exvoto en su santuario pidiéndole, un poco irónicamente –porque nunca fui particularmente de creer en esas cosas–, que me concediese la oportunidad de publicar algo interesante sobre ella.

Ese deseo se hizo realidad dos veces: en 2012 y en 2016. En esas fechas, una editorial, Grupo Planeta de la Argentina, me publicó su biografía. La primera vez, fue sólo el relato prolijo y ordenado de su vida y trayectoria musical hasta que falleció en ese accidente de ruta que se la llevó a ella, a su mamá, a su hija, al chofer que conducía el micro y a tres de sus músicos. Siete muertos en total el 7 septiembre de 1996. Y su cuerpo que fue introducido en una bolsa con el número 7, para la autopsia en la morgue judicial donde el forense, cuando la vio, creyó que se trataba de una mujer de 25 años, no de los 34 que en realidad tenía.

El número 7 fue importante en su vida y después de su muerte. De esto hablé en la reedición del libro que se hizo en 2016, donde además de la vida conté la devoción que la gente en la Argentina y otros países de América latina, como Chile y Perú, siente por ella. Yo mismo me figuré devoto y de ese modo resolví un problema estrictamente técnico, literario: cómo contar de un modo ameno la serie de anécdotas más o menos similares que constituyen una devoción colectiva. Cuando mi editor, Nacho Iraola, me lo propuso, le dije que para contar los milagros iba a tener que recurrir a los procedimientos básicos de cualquier ficción.

En la construcción que ella prefiguró de sí misma se encontraba ya el germen de lo ficticio y eso quizá dio pie a la posterior devoción hacia su persona, primero, y hacia su recuerdo, después. Ser devoto y ser fan son dos cualidades de la credulidad. De ahí que un fan disculpe cualquier error de su ídolo, lo mismo que el creyente toma como ordinario lo extraordinario: en este caso, que alguien o, mejor aún, que la sola invocación de alguien genere sanaciones. Lo mismo une a los creyentes de una santa llamada Gilda, de un santo considerado Expedito o de un Gauchito Gil.

NO SIEMPRE SON AMORES

Después de 25 años todavía escucho o leo que el origen del nombre mítico de Gilda está en las ganas, frustradas por el registro civil de la época, que su madre tuvo de ponerle así en honor a la famosa película de Rita Hayworth. No fue así. En el caso personalísimo de la vida real de la persona Miriam Alejandra Bianchi, ella quiso que la llamaran de otro modo desde su adolescencia porque se había fascinado con un personaje de la serie Los ángeles de Charlie que interpretaba Farrah Fawcett, el de Jill, Jill Munroe. Lo deseó y lo impuso del mismo modo en que después fraguó o hizo creer, con ambigüedad muy femenina, que su director musical, Toti Giménez, era su novio para que esa imagen la protegiera frente a los posibles arrebatos del ambiente particularmente machista donde iniciaba su carrera musical, un territorio que le era totalmente desconocido y que hasta podía resultar peligroso para una chica como ella, que pasó su niñez en un barrio bien de clase media como Villa Devoto y su veloz adolescencia en uno de nivel más popular como Lugano, antes de casarse y dedicarse al comparativamente mucho más tranquilo trabajo de la educación preescolar como maestra jardinera.

Entonces Miriam, queriendo que la llamasen Jill, con jota, que al oído nos suena como una especie de G aspirada o Sh, devino su apodo privado, Shyll. Debo el privilegio de este dato a una revelación íntima del padre de sus hijos, Raúl Cagnin, su único y auténtico marido a pesar de que se habían separado para cuando ella despuntó como cantante. Cuando Shyll conoció al productor de cumbia peruano José “Cholo” Olaya, este, para simplificar, la rebautizó Gilda. El relato de cómo lo hizo me lo contó él mismo por teléfono, desde Chile, donde se encontraba prófugo sospechado de haber asesinado o mandado a asesinar de once tiros a un cantante famoso que había dejado embarazada a una de sus ocho mujeres. Como el Cholo falleció hace poco, víctima de coronavirus, ya no puede aclarar esa versión que la propia Justicia argentina desestimó por falta de mérito cuando pasaron diez años del hecho, y así él pudo regresar a la Argentina liberado de culpa y causa. Un día, no hace mucho, nos juntamos con el Cholo a conversar acerca del común problema que teníamos con unos realizadores cinematográficos sin escrúpulos, y me contó su versión: según él, ese crimen se lo había plantado, por asuntos de polleras, un comisario celoso.

La palabra ficción viene del latín fictio y tiene varios significados, por ejemplo, acción y efecto de pretender que algo es cierto, cuando en verdad no lo es. Por extensión, la idea de una ficción proviene precisamente de fingir, y también del latín fictioonis, sustantivo derivado de fictum, participio del verbo fingere, que significa representar en escena, inventar, amasar y modelar. ¿Qué fue lo que hice cuando llegó a mí la anécdota del surgimiento del nombre de Gilda? Justamente, modelar esa historia como un relato literario. Es decir, construirlo como tal. Así, para la primera edición de mi biografía, que se publicó con el título Gilda. La abanderada de la bailanta en un formato de kiosco accesible a un público no habituado a la lectura, busqué modelar como diálogo el relato que después usaron en una película sin siquiera mencionarme en los agradecimientos. Colocaré en paralelo ambos diálogos. En la película repartieron la línea de diálogo de Gilda, tal como yo lo fungí en mi libro, entre ella y Toti Giménez, su director musical. Transcribo el ejemplo:

–¿Cómo es que te llamás vos? (Y en la película: –¿Cómo te llamás?)

–Miriam. Miriam Bianchi. (Y en la película: –Miriam.)

–No sirve. (Y en la película: –No vende.)

–Me dicen Gil… (Y en la película: –Me dicen Yil.)

–¿Yil? (Y en la película: –¿Yil?)

–Shyll. (Y en la película: –Shyll.)

–¿Chil? (Y en la película: –¿Chil? No entiendo, nena…)

–Shyll, como Gill… de Gilda. (Y en la película: –Shyll.)

–Ah, ponete Gilda entonces. Te vas a llamar Gilda. (Y en la película: –Entonces te llamás Gilda.)

Para escribir una historia es muy importante tener claro cuál es el rol y, sobre todo, las circunstancias en que interviene un oponente al protagonista para destrabar los obstáculos que irá superando en su camino. Llegar a conversar con el Cholo Olaya durante la investigación literaria que hice durante diez años me dio la clave que necesitaba para ordenar el caos de una vida y convertirlo en la aventura de una sencilla maestra que deseaba cantar y vivir de eso. Para que esa peripecia tuviese carnadura creíble, dediqué años, de 2000 a 2012, y después días, hasta organizar ese relato y recrear esa escena que nadie conocía. Allanado el camino de la creación, con esa rara libertad de usar sin permiso el contenido pacientemente trabajado por los casi siempre invisibles biógrafos, fue bastante fácil resolver la escena clave de la identidad en lenguaje cinematográfico. Por eso un poco me causa gracia cuando me felicitan por los logros millonarios que obtuvieron los productores, los realizadores y la actriz principal.

Ahora, cuando depongo la rigurosidad del biógrafo y dejo salir la inocencia del literato, me da por pensar algo que muchas veces dije en los reportajes que me hacen: y esto es que las leyendas son mucho más interesantes y perduran más que los datos comprobados. Escrito lo cual no queda otra que volver al tema de esta nota: el origen de la devoción. Porque después de todo, ¿qué es una devoción sino una ficción paciente, consensuada, colectivamente construida? No veo gran diferencia entre la manera en que trabaja el subconsciente colectivo y la forma en que lo hace un escritor que inventa y organiza sus historias. Ambas son un poco ingenuas si se quiere, caprichosas incluso, pero el creador solitario y un pueblo trabajan del mismo modo: siempre alrededor de una o varias anécdotas imposibles, que nunca ocurrieron así, y que sin embargo es o son mucho más fascinantes que la verdad histórica.

En estos años yo, con cientos de miles, pude ir viendo cómo la figura de Gilda se agigantó. Cada vez más personas la adoran y le confían su salud, además de y más allá del éxito que su figura y su música generan como manifestaciones de un auténtico nuevo commodity de la industria cultural argentina, y no tenemos tantos. Para decirlo en términos tangueros: Gilda, como Gardel, cada vez canta mejor. Y es que su solo nombre suena, y cada vez más lejos. De hecho, ahora mismo quizá, hoy o cualquier otro día, es posible que estén oyendo, leyendo estas palabras, adictos suyos en cualquier punto del planeta.

Las industrias culturales surgidas bajo el ala del capitalismo son uno de los recursos más interesantes que tiene una sociedad para garantizar su identidad. También, para mostrarla al mundo y, naturalmente, para monetarizar sus historias. Piensen si no en los estadounidenses y Hollywood, en el modo en que impusieron al mundo sus íconos culturales. Lo mismo ha hecho la Iglesia moderna con su reinterpretación y edición de los antiguos evangelios que seleccionó de entre cientos hasta consagrar una serie con la ilusión del Libro único, la Biblia, las Sagradas Escrituras a partir de las cuales se construyó la doctrina de la Iglesia piedra sobre piedra. O tal vez sería más apropiado decir Pedro sobre Pedro. Todo mito es una fabulación planificada.

Una creencia, como la que está basada en la fe, también implica creer en algo fantástico, que no es de este mundo, que escapa a cualquier lógica racional. En el Vaticano hay una pequeña inscripción en una de las paredes que condensa perfectamente esta idea. La menciono ahora de memoria, pero creo que seré bastante fiel al espíritu con que fue redactada. La frase la escribieron los prelados para uno de los concilios primeros del cristianismo, hacia el año 500 si mal no recuerdo. Y aludía al milagro de la concepción. Allí los primeros príncipes de la Iglesia fundamentaban porqué era imprescindible que se aceptase como verdadero el inverosímil hecho de que una mujer, María, hubiese engendrado a un hombre, Jesús, sin haber tenido contacto carnal. La frase daba cuenta de que esto es algo increíble pero justamente por lo absurdo del hecho o, mejor dicho, debido a lo ilógico de él, era que recomendaban, perentoriamente, a quienes decidiesen abrazar la misión evangelizadora, que lo tomasen como punto de partida, piedra basal de la Iglesia en sí misma. El milagro, entonces, no tanto como el hecho a creer, sino como la voluntad de creer en ese milagro.

En ese momento, yo era uno más de los miles de esos peregrinos modernos que somos los turistas. Había muchísima gente en el interior de la Basílica de San Pedro y no miento si digo que nadie se detuvo a leer esa frasecita. Me estremeció comprobar la astucia de aquellos hombres y entendí el porqué del éxito de la empresa cristiana. Si un solo grupo rector logró horadar el sentido común de millones de personas, haciéndoles suspender su incredulidad frente al curioso hecho de que una mujer conciba sin perder la virginidad, cómo no iban a conseguir todo lo que se propusieron.

Con el correr de los años, me encontré enfrentado al mismo dilema que el de los maestros evangelizadores. Porque a medida que pasó el tiempo, aquella mujer y cantante, esposa aburrida del matrimonio y con ansias de ganarse la vida exclusivamente con su vocación y su arte, se convirtió en algo mucho más potente incluso de lo que ella misma soñó para su destino.

FETICHE CULTURAL

Como en cualquier otra manifestación de la inteligencia práctica, el dinero es el gran fetiche que motoriza las industrias culturales. Y por eso la misma Gilda o, si prefieren, Shyll se sentía frustrada al final de su vida porque no había conseguido juntar más que 70 mil de los 250 mil dólares que ansiaba poseer para comprarse una linda casa para ella y sus hijos. Esto la tenía muy mal y ponía al grupo que habían formado junto a Toti, su indudable y primer compañero de ruta en el mundo musical, al borde de la disolución. Pero lo que pasó después de su muerte fue impensado. Nadie lo podía imaginar. Desde entonces su nombre no ha dejado de crecer. Y no hay señales de que este movimiento vaya a detenerse. Yo no las veo al menos, aunque quizá se deba a que estoy muy involucrado en mantener viva, como se dice, la llama de su memoria. A la vez, haber sido su único biógrafo me coloca en un lugar equívoco: me complace seguir pensándola y planeando nuevos recordatorios tanto como me constriñe a no poder despegarme de su figura cautivadora. Yo mismo quisiera a veces desprenderme de Gilda.

Motivado por la invitación a escribir esta nota, lancé una convocatoria a través de las redes sociales para tantear el pulso que ella sigue generando en la gente 25 años después. Publiqué en el grupo que tenemos en Facebook (gildalaabanderadadelabailanta) un llamado a las anécdotas que ilustrasen lo que sienten por ella y porqué. Llegaron tantas que servirían para publicar una tercera edición de la biografía. Me gustaría, como cierre, compartir la primera:

“Yo tenía a mi papá, Carlos Norberto Villanueva, en 1996, internado en terapia intensiva en Pilar por problemas cardíacos. Él desde 1985 sufría de infartos y siempre estaba internado.

”Y él era muy joven y siempre con infartos.

”En 1996 y hasta 1997 estuvo internado en terapia sin posibilidad de que salga con vida. Yo estuve pidiendo y rezando por todas partes para que mi papá no se me muera y anduve por todas partes y mi papá seguía cada vez peor. En esos tiempos yo lloraba un montón porque éramos muy pegados con mi papá, yo nunca lo dejé de cuidar desde que estaba con los problemas del corazón. Pero ese año más, 1997, era como que mi papá ya me dejaba. Los médicos nos citaron a todos para decirnos que como mi papá no reaccionaba le iban a sacar el respirador el fin de semana y dejarlo que no sufra más.

”En ese momento me puse muy mal y lloraba un montón y en eso estaba mirando la tele y salió la información de que se inauguraba después de un año de su muerte el santuario de Gilda.

”Y salían unos micros desde Polvorines, cerca de casa.

”Pero como yo no tenía plata, una amiga llamada Verónica me dijo:

‘¿Y si vamos y pedimos un milagro a Gilda?’.

”Yo ya estaba en lo último y con la desesperación para que mi papá no se me muriera.

”Entonces yo dije: ‘Voy a ir a pedirle un milagro a Gilda, la cantante de la bailanta’.

”Yo nunca la conocí, pero escuchaba sus temas y veía en las revistas todo sobre su tragedia.

”Y bueno, entonces con mi amiga decidí ir hasta Entre Ríos y pedir por mi papá.

”Cuando estábamos viajando en ese micro se detuvo en Zárate y decidió no seguir porque había una fuerte lluvia y nos quedamos en una estación de servicio.

”Yo desde el micro veía el sol adelante y les dije: ‘Podemos seguir, allá se ve el sol’.

”Y después de un rato decidieron seguir.

”Cuando llegamos, el sol estaba ahí.

”Y cuando vamos caminando hasta el monolito y yo llorando para que mi papá pudiera salir y pudiera seguir viviendo, lloré hasta llegar al monolito.

”Y cuando estoy llegando empieza a llover y suena la canción de Gilda ‘Se me ha perdido un corazón’.

”Y en ese momento el cielo se abre y aparece el sol, ahí le pido de rodillas para que salve a mi papá que no se me muera.

”Ya era el último lugar donde pedí un milagro para mi papá, estuvimos todo el día ahí en el santuario donde compartimos mates y charlas y música de Gilda.

”Y me llamó la atención porque ese fans club era ‘No es mi despedida’, el tema que ella nunca llegó a grabar.

”Eran de Beccar.

”Bueno, cuando regreso a casa estaba re mal porque al otro día teníamos que ir a verlo a mi papá para que le sacaran todo y pudiera descansar en paz.

”A la mañana, antes de ir al hospital a verlo, nos llaman y nos dicen: ‘Tenemos que darles una noticia’.

”Nosotros pensamos lo peor y nos pusimos a llorar, y desde el hospital nos dijeron que no nos pongamos mal, algo había pasado, a eso de la madrugada mi papá empezó a mejorar y que sí le habían sacado el respirador porque él empezó a ponerse bien y respiraba por sus propios medios. Dijeron que era un milagro.

”Y claro que sí, Gilda me escuchó e hizo el milagro.

”En la semana ya tenía a mi papá en casa.

”Muy feliz por ese milagro, yo se lo conté a una amiga, que mi papá había recibido un milagro de Gilda.

”Mi papá me propuso que tendríamos que darle las gracias a Gilda y que nos hagamos de un fans club para ayudar a la gente.

”Y ahí me acordé de Laura Marezca de Beccar.

”Y nos hicimos fans con mi papá y ayudamos a llevar comida y cosas en los alrededores del santuario.

”Íbamos todos los domingos al fans club de Beccar con mi papá.

”Y aunque no lo creas, mi papá cumplía años el 11 de octubre, como Gilda.

”Y mi historia se hizo conocida porque una vez en una radio de Beccar conté la historia y vinieron canales de televisión y revistas por el milagro de mi papá.

”Donde yo digo por primera vez que para mí Gilda era una santa.

”Hoy mi papá ya no está porque en el 2003 lo operaron del corazón ❤ y falleció, pero mientras estuvo vivo siempre fue fiel a Gilda y hoy siempre lo recuerdo por su corazón ❤ valiente que nunca dejó de latir.

”Yo tuve la oportunidad de estar en la peli de Gilda como homenaje a mi papá, Carlos Norberto Villanueva.

”Un gran hombre que vivió desde 1997 gracias al milagro de Gilda.

”Espero te guste mi testimonio, amigo, ese es el milagro de Gilda.

”Y es algo muy lindo, fue un milagro de verdad y mi papá fue un verdadero ejemplo de eso, murió con esa fe increíble a Gilda.

”Yo pronto voy a hacer, en homenaje a mi papá, un monolito en casa donde poner sus cenizas y hacer su propio santuario. Él fue un ángel muy especial para mí. Carlos Norberto Villanueva conoció en vida el milagro de Gilda.

”Yo soy de Grand Bourg, tengo 52 años.

”Y ahora el 7 voy al cementerio para llevarle unas flores por los 25 años de su partida.

”Yo amo a Gilda, y aunque hoy no está conmigo, mi papá sé que está con ella entre el cielo y la tierra”.

Un mito se mantiene vivo gracias a su renovación. Este mito se desprendió de una mujercita de carne y hueso y se salió de los cánones de su época, en vida de ella, para abrirles el camino a las que venían detrás y, después de muerta, fue llevado por la conciencia colectiva a vivir eternamente como una santa que quizás un día, digamos dentro de unos cien años, llegue hasta a ser canonizada por la Iglesia futura. En cuanto a mí, el primer narrador de su historia, entre los sentimientos que guardo en relación a este trabajo hay uno que me llena de orgullo. Es el de saberme parte indisoluble de la ficción colectiva que incorporó los relatos sobre Gilda que escribí y los usa como emblemas para seguir recordándola.

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