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VICENTICO / El Pozo brillante

Gabriel Fernández Capello construyó a Vicentico durante casi 40 años. Los sucesivos hits de Los Fabulosos Cadillacs y los de su carrera solista le dieron a ese personaje entre lúdico, simpático, osco y extraviado –casi siempre al mismo tiempo– una cotidianeidad que puede hacer perder de vista su carácter singular. Pero lo fue armando con un registro inconfundible –suerte de salsero zigzagueante de múltiples caras– y su vocación de saltar entre mil y un géneros, casi como un niño jugando en una casa de disfraces. En ese recorrido también se fue consolidando como un compositor camaleónico y eficaz. El pozo brillante despliega todo eso junto y más. En tiempos donde editar simples parece ser norma y ley, un disco con múltiples caras, pero también con una coherencia que las une, resuena casi como un desborde equivalente a la edición quíntuple de El salmón (Andrés Calamaro, 2000). En ese marco aparece el Vicentico clown entrañable (“FREAK”), el introspectivo existencialista (“No tengo”, versión en castellano de “Ain’t Got No, I Got Life”, popularizada por Nina Simone), el festivalero (“¿Quién sabe?”), el intimista (“Cuando salga”), el juguetón (“Tengo miedo”) y el irónico circense (“Chau estrella”), entre otros. Puede que al gran público cada vez le importe menos que los artistas piensen, compongan y graben un disco, pero el peso específico de trabajos como El pozo brillante sigue siendo mucho más que el de una colección de canciones.

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