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EN LA PÁGINA COMO EN EL CINE

Manuel Puig amaba el cine. A esta altura, quién de sus lectores no lo sabe. O no lo sospecha: sus ocho novelas lo delatan. Pero no le gustaban los sets de filmación ni el proceso de trabajo colectivo que exige el séptimo arte. Encontró entonces en la literatura un modo de contar a su manera, que es tan singular como inimitable. “Cuando finalmente empecé a escribir novelas, descubrí que esa era una gran solución, porque lo que había querido hacer siempre es contar historias, con imágenes o con palabras, me daba igual: lo que me gusta es recrear la realidad para poder comprenderla mejor. Pero escribir era algo que podía hacer solo. Podía hacer todas las revisiones que quisiera y sin sufrir la presión de los presupuestos.”

Puig narra en la página como en el cine. Narra en la Tierra como en el Cielo: el cine es onírico, estelar, intangible a pesar de la presencia (ilusionista) de los cuerpos, y se va; la escritura es madera, punzón, filigrana, y se queda. El film como sueño, desliza Ingmar Bergman. Es decir, Puig narra desde un imposible: escribir el cine en su literatura. “Cuando leemos una novela –acierta John Berger– a menudo nos identificamos con un determinado personaje. En poesía nos identificamos con el lenguaje mismo. El cine produce otros efectos. Su alquimia es tal que son los personajes los que se acercan hasta identificarse con nosotros. Sólo el cine puede obrar de esta manera.” ¿Es posible entonces trasladar el cine a la página? Puig logra esa imposibilidad. Ese es su mérito y allí radica su magia. Inventa un género literario inimitable que se construye desde la nostalgia de un formato (la nostalgia de no haber hecho cine). La imposibilidad, entonces, se torna un gesto de genialidad narrativa. Y la nostalgia, un motor insaciable de su estética.

Pero no es sólo eso. Hay algo más que el recurso, el método, el resultado insólito. Una intromisión más directa, más literal, del cine: en todas las novelas de Puig circulan escenas de películas de la década del 40. De una u otra forma aparecen, se inmiscuyen, se entraman: fragmentos de diálogos, parafraseo, recreaciones. “Todos mis personajes han sido afectados por esos sueños del cine. En esa época, las películas eran muy importantes para la gente. Eran su monte Olimpo. Y las estrellas eran deidades.”

EL RECURSO DEL DIÁLOGO

La narración dialógica suelda su universo narrativo. Puig escucha a sus personajes, sus “voces colmadas de claves ocultas”, y monitorea con maestría. Así la historia se arma, como una arteria que acaudala voces que se plasman, se entrelazan, se complementan y se entroncan. Los personajes les van dando cuerpo, desde las voces, a los hechos. El nudo narrativo se arma desde el decir de los personajes. Mi voz no es de la clásica tercera persona, aclara Puig. “En términos estéticos, un escritor puede usar el método que quiera. Lo que importa, y lo que construye la ficción, es cómo se hace. El escritor que usa en su narrativa la tercera persona está utilizando un método o código ortodoxo y establecido.”

Pero también acude al soliloquio, que es diálogo interior, la voz que se corre a sí misma y que nunca se destierra. Y cuando se alcanza se pisa y resbala. Siempre el lenguaje cotidiano, un decir en apariencia sencillo, pero alucinantemente esculpido. Acaso resulta inaudito que la obra de Puig encaje más en una literatura de culto. No es un autor popular. He aquí una notable paradoja. Utiliza el registro de la gente común, recrea con maestría el lenguaje de la oralidad en la escritura hasta lograr que un diálogo de lo más banal se intensifique y cale. Estiliza la imperfección de las voces que intentan socavar sus propias almas cuando conversan. Y lleva todo eso a un plano más complejo, que surge de una comprensión profunda de la vida interior de los personajes. Puig los escucha, absorbe, canaliza y domestica. Si bien él no pone en evidencia su manipulación de pluma esteta, existe un detrás, un debajo, una especulación de demiurgo a la vez que una especie de sumisión ante las vanidades de sus personajes. “La manera de pensar y de hablar de mis personajes posee sus propias cualidades musicales y pictóricas. Yo tomo esas cualidades y hago mi trabajo de bordado. Pero no puede imponérseles nada. Ellos me ayudan, me dan todo, pero tengo que respetarlos.”

Los personajes no son filósofos, como los de Platón, ni el recurso que utiliza Puig para el desarrollo de los diálogos es la mayéutica, como enseña Sócrates, y Platón, alumno obediente, aplica. Los personajes de Puig hablan como personas reales, defectuosas, limitadas. Pero llegan a tocar las cuerdas sensibles de la existencia y que suenan expansivamente como campanario de catedral.

ESCRITURAS POPULARES, LITERATURAS DE CULTO

Formalmente, Puig apela a esquemas expresivos populares que, como los diálogos, forman parte de la vida y del día a día de la gente: el chisme, la carta, el diario íntimo, la novela rosa, la noticia policial, el magazine radial. Combina estos géneros y consigue un folletín de culto.

Pero dentro de ese embrollo estético tan fascinante denuncia –desde la mordaza, desde lo que los personajes no consiguen decir en su verborragia pequeña, porque dicen por lo bajo, dicen mucho más en lo que no dicen– la represión de las dictaduras militares, la homofobia, las desgracias del exilio, las consecuencias del patriarcado en sus mujeres tan bien labradas, tan intensas, tan verdaderas: acaso su más maravillosa picardía verbal.

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