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Un mártir de tierra adentro

“No he venido a ser servido, sino a servir.” Con estas sencillas y directas palabras se presentó el flamante obispo de La Rioja, Enrique Angelelli, el 24 de agosto de 1968. Era todo un programa de trabajo pastoral que menos de ocho años más tarde lo llevaría a la muerte. El 4 de agosto de 1976, su auto fue encontrado volcado en la ruta que une la ciudad de Chamical con la capital riojana. Su cuerpo apareció varios metros fuera del vehículo con la nuca destrozada a culatazos. Dentro de la camioneta Fiat Multicarga que conducía, había quedado inconsciente pero con vida su acompañante, el padre Arturo Pinto. Hacía cuatro meses y medio se había instalado la dictadura militar encabezada por Jorge Rafael Videla.

Después del asesinato del cura Carlos Mugica a manos de la Triple A en 1974, el crimen de Angelelli fue el más resonante en la Iglesia católica. Ya se había enfrentado con sus pares obispos Raúl Francisco Primatesta y Juan Carlos Aramburu a partir de 1969 en las sucesivas asambleas de la jerarquía católica. En primer lugar, por su cercanía con el poder de turno y, a partir del golpe de marzo de 1976, directamente por el silencio cómplice. Junto con sus amigos los obispos Jaime de Nevares (Neuquén), Jorge Novak (Quilmes) y Esteban Hesayne (Viedma) hacían rancho aparte en la reuniones de la Conferencia Episcopal Argentina. Con sorna eran llamados “los tres mosqueteros” y Angelelli era el D’Artagnan del grupo por sus posiciones radicales en plena dictadura.

EL CURA DE LAS CAUSAS JUSTAS

Angelelli había nacido en Córdoba capital en 1927, y en 1949 fue ordenado sacerdote. Desde la parroquia San José Obrero, había trabado amistad con los dirigentes sindicales provinciales, y con el golpe de 1955 les dio cobijo en medio de la persecución a la que fueron sometidos por la “Revolución Fusiladora” encabezada por los militares Pedro Aramburu e Isaac Rojas.

Cuando el papa Juan XXIII “abrió las ventanas y las puertas de la Iglesia” convocando al Concilio Vaticano II en 1959, Angelelli fue de los primeros sacerdotes en adherir a esa renovación. En 1960 fue nombrado obispo auxiliar de Córdoba por el Papa y desde entonces su prédica creció en el reclamo al poder por la suerte de los más pobres. Acompañó varios conflictos gremiales apoyando a los sindicatos, y en 1965 el flamante obispo de Córdoba, Raúl Primatesta, decidió enviarlo al exilio interno con un cargo menor hasta encontrar un destino alejado de la ciudad docta. Así logró que el nuevo papa Paulo VI lo nombrara en La Rioja. Fue darle protagonismo nacional.

En sus escasos ocho años al frente de la Diócesis, apoyó la organización del sindicato de empleadas domésticas, la creación de la CGT de los Argentinos, el sindicato minero de La Rioja y la expropiación de un latifundio para entregarlo a un cooperativa campesina.

En la provincia se potenció su acción gracias a la tarea que desde 1959 venía desarrollando el diario El Independiente, fundado por los hermanos Alipio y Mario Paoletti, dos periodistas decididos a hacer escuchar la voz de los desposeídos en la provincia. El Independiente se convirtió en cooperativa en 1973 y se constituyó así en el primer medio latinoamericano en organizar a sus trabajadores como propietarios del medio.

Con el endurecimiento de la represión en el país y las persecuciones, la Diócesis riojana se convirtió en refugio de curas y monjas perseguidos por otros obispos. Antonio Puigjané, Mauricio Silva –el cura barrendero desaparecido en 1977 en Capital– y una docena de religiosos encontraron en Angelelli un protector. Nunca adhirió al Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, pero no se opuso a que sus curas militaran.

En mayo de 1976, se reunió en Córdoba con el jefe del Tercer Cuerpo de Ejército, Luciano Menéndez, para pedir que cesaran las persecuciones a sus religiosos. “El que tiene que cuidarse es usted”, lo amenazó el Carnicero de La Perla, el principal centro clandestino de detención de la provincia mediterránea.

El obispo Enrique Angelelli celebrando misa.

CRIMEN Y JUSTICIA

El 18 de julio aparecieron asesinados los sacerdotes Carlos de Dios Murias y Gabriel Longueville en la ciudad de Chamical, con evidentes signos de torturas. Una semana más tarde, asesinaron a balazos al laico Wenceslao Pedernera delante de su familia en Sañogasta. Luego de participar de los sepelios, Angelelli volvía a la capital riojana con una voluminosa carpeta donde sobraban las pruebas sobre los tres asesinatos: estaban involucrados los militares de la Fuerza Aérea con asiento en la Base de Chamical, las policías Federal y provincial, el Ejército y los servicios de inteligencia. La carpeta estaba destinada al papa Paulo VI y a los jerarcas de la Conferencia Episcopal Argentina. A las 14.30 del 4 de agosto, la camioneta conducida por el obispo fue perseguida e interceptada por un vehículo oscuro, un Peugeot 404 cuyos ocupantes hicieron volcar el auto de los religiosos y remataron a culatazos a Angelelli.

Recién con la vuelta de la democracia, en 1983, el juez Aldo Fermín Morales inició una investigación seria y determinó que el obispo fue asesinado. Sin embargo, la causa nunca fue elevada a juicio y quedó cajoneada. Terminaron de sepultarla las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, entre 1986 y 1987, y los indultos de Carlos Menem, en 1990.

Sólo con la anulación de las leyes de impunidad en el Congreso Nacional, en 2004, la causa pudo reabrirse trabajosamente. En 2006, durante los actos por los treinta años de su asesinato, coincidieron en los actos el presidente Néstor Kirchner y el cardenal primado Jorge Bergoglio, quien celebró la misa en homenaje al “Pelado” Angelelli, como lo llamaban sus amigos. Fue el visto bueno desde el poder político y religioso para avanzar con la investigación judicial, que se extendió hasta 2014, cuando fueron sentenciados a prisión perpetua el general Luciano Menéndez y el comodoro Fernando Estrella, como responsables mediatos del asesinato de Angelelli.

Bergoglio revirtió en parte el silencio cómplice de la Iglesia católica. Angelelli había enviado en junio de 1976 una carta al nuncio apostólico Pio Laghi, que jugaba al tenis con el dictador Emilio Massera en Buenos Aires. En esa misiva revelaba las amenazas que recibió de Menéndez. Pío Laghi ocultó deliberadamente esa carta y en 2014 Bergoglio, alias papa Francisco, la entregó a la Justicia argentina. Hacía cinco años que Laghi había muerto y 38 del asesinato de Angelelli. La Iglesia podía seguir en paz. La sociedad riojana supo desde el mismo 4 de agosto de 1976 que su pastor había sido asesinado por la dictadura en complicidad con la jerarquía eclesiástica.

Las movilizaciones populares ante cada aniversario de los crímenes de Angelelli, de sus curas Longueville y Murias y del laico Wenceslao Pedernera se replican en todos los pueblos riojanos como una fiesta popular en homenaje a quien devolvió la dignidad a los desposeídos de la tierra. Hace 45 años, una semilla de libertad fue sembrada en La Rioja bajo el simple enunciado de un hombre de tierra adentro: “No he venido a ser servido, sino a servir”.

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