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Caras y Caretas

           

Éramos tan jóvenes

“Rebelde, me llama la gente…”, de Los Beatniks, fue el primer simple del rock criollo. Su campaña promocional fue tan risueña como fallida.

A mediados de 1966, una calcomanía promocional de un ignoto conjunto de música “moderna” sorprendía a los incautos peatones porteños con el mensaje: “Aquí estuvieron Los Beatniks. ¡Cuando no!”. Podía encontrársela en el centro, por avenida Rivadavia, en estaciones de subte, como una contraseña dirigida a un público casi inexistente, cuando el rock nacional se limitaba apenas a un colectivo de voluntades.

Los Beatniks habían tomado entidad el verano de ese mismo año fundacional, en las playas de Villa Gesell, integrando a Moris, que regenteaba allí un boliche, y a su compinche Javier Martínez. Ambos se conocían de La Cueva, de avenida Pueyrredón, donde solían parar músicos jóvenes y no tanto. En medio de un repertorio basado en versiones de los Beatles y los Stones, asomaba una composición original y emblemática, “Rebelde”.

“Rebelde me llama la gente/ rebelde es mi corazón”, enuncia, una verdadera declaración de principios que se entroncaba con el nombre del grupo, inspirado en la generación poética estadounidense que militaba contra la Guerra de Vietnam.

Pero la propuesta musical adquirió forma definitiva como cuarteto con el regreso a Buenos Aires, cuando Javier tomó otro rumbo y Moris se reencontró con un viejo conocido del barrio, Pajarito Zaguri. Juntos comenzaron a componer material, para salir de vuelta al ruedo, sumando a Alberto Fernández Martin (batería) y Antonio Pérez Estévez (bajo), que provenían del jazz.

Una serie de recitales en una salita de la calle Florida terminó por definir la actitud contestataria y la estética preslyana de cuero negro, aunque las falencias técnicas e instrumentales (sobre todo por parte de Zaguri) eran insoslayables.

“En el invierno de 1966, un amigo me pasó el dato sobre unos recitales. Sus protagonistas se llamaban Los Beatniks y cantaban en castellano. Me acerqué un día y quedé impresionado por su vigorosa manera de hacer música que poseía algo distinto, lleno de realidad”, recuerda Miguel Grinberg, el primer biógrafo especializado del rock argentino. Mucho tiempo después, en charla franca con Moris, señaló sobre aquellas deficiencias: “Lo que a mí más me impresionó fue la entrega. Se desafinaba, había barandas terribles, pero entregaban la vida en cada cosa, en toda la música. Un tipo de experiencia que yo no conocía, mucho menos en los músicos profesionales”.

Los Beatniks prologaban el repertorio de canciones con una especie de gag teatral, basado en sus propias experiencias como aspirantes al estrellato.

“Nosotros vivíamos en una pensión a diez cuadras de ahí. Vivíamos con el gordo Horacio Martínez (que oficiaba de manager), Pajarito, el bajista, y un poco era nuestra vida, juntar un poco de guita, pichulear, moverse”, ilustra Moris.

Con las luces apagadas sobre el escenario, que simulaba un dormitorio, irrumpía el presunto manager dando la noticia de haber conseguido un show en alguna localidad del conurbano. Hay bostezos y protestas, hasta que uno le pide a un compañero que lleva una gorra de dormir en la cabeza que se toque “aquella bossa de Gesell”, se escucha música y… ¡comienza el show!

Zaguri compensaba su precariedad instrumental con su carisma arriba y abajo del escenario y quizás haya tenido bastante que ver con el interés despertado en una discográfica como CBS, que les ofreció un contrato de grabación.

Así, a comienzos de ese junio demasiado intenso (el 28 de ese mes, un golpe de Estado desplazaría la frágil experiencia democrática encabezada por el radical Arturo Illia), Los Beatniks se metieron en estudios para registrar un simple, con “Rebelde” como cara A y “No finjas más”, en la cara B. A falta de una primera guitarra que metiera el consabido solo, el propio Moris se encargó de imitarlo apelando a un fraseo vocal.

Tres décadas más tarde, en los archivos de la discográfica apareció una tercera canción registrada en aquellas sesiones históricas. “Soldado” es un tema de bien de época que dice en el estribillo: “Soldado, ya regresa, ven y no luches más”.

Desamparados por la compañía, que no pensaba invertir un peso en publicidad, la campaña promocional quedó a cargo de los propios músicos, que idearon una serie de eventos para atraer la atención del público, como subirse a la caja de una camioneta y tocar en vivo en Corrientes y Florida, ante la mirada desconcertada de tanto porteño de a pie.

Si bien es posible que Moris y Pajarito se hayan inspirado en la experiencia vanguardista de Oliverio Girondo, quien promocionó su primer libro desfilando por el centro en una carroza (1932), es indudable que se anticiparon al menos una década a los mismísimos Rolling Stones, que tocaron “Brown sugar” a bordo de un camión con acoplado por la Quinta Avenida, para el lanzamiento de su gira estadounidense de 1975. 

Eran otros tiempos aquellos, y otro presupuesto, claro.

El único single publicado por Los Beatniks.

TRISTE, SOLITARIO Y FINAL

Fueron incluso más lejos. Se bañaron semidesnudos en la fuente de una plaza de la paqueta calle Arroyo, frente a la disco Mau Mau, previa notificación a los medios, que acudieron a cubrir la noticia, en especial el semanario Así, del empresario Héctor Ricardo García, dueño de Crónica, que les dedicó un buen espacio.

Los músicos fueron identificados varios días después y aunque la leyenda quiere que durmieron tres noches en la cárcel, la verdad histórica es que fueron notificados por la falta en el Departamento Central de Policía y se fueron a sus casas.

Eso sí, el flamante gobierno militar del general Juan Carlos Onganía mandó secuestrar las ediciones que los mostraban en paños menores.

“Divertido; reconocen los Beatles argentinos que introdujéronse (sic) en un fuente pública”, tituló el diario La Razón en su edición del 2 de agosto sobre una fotografía que mostraba a Moris y Zaguri dando detalles del hecho.

La presentación formal se produjo en La Cueva, donde jugaban de locales, con la asistencia de amigos y músicos del palo. No faltó un periodista de la influyente revista Primera Plana, que ironizó sobre los “émulos del desertor Bob Dylan”.

Pese a todos los ardides publicitarios (o quizás, en parte, debido a esa actitud de confrontación), del simple en cuestión apenas se vendieron doscientas copias de una tirada de seiscientas. Hoy es una joya de colección, aunque puede escuchárselo fácilmente por internet, musicalizando un rarísimo videoclip filmado por Osvaldo, el hermano de Moris, en la secuencia de la camioneta.

“Cuando salió el simple, ya estábamos a punto de separarnos. Yo no quería seguir. Era un problema, en un conjunto había que consultarlo todo. La letra, la forma de vestirse, las actitudes que se tomaban. Y aparte, había un problema con Pajarito, yo lo defendía a él, los otros querían echarlo porque no tocaba bien la guitarra. Yo decía que el Pájaro tocaba mal pero tenía mucho carisma sobre el escenario, mucho ángel… Hacía siempre quilombos, y al final dije: ‘Yo me voy a tocar solo’. Así un día decidimos separarnos. Arranqué solo”, reseñó Moris el final de ese capítulo y el comienzo de su carrera solista, signada por la aparición de su LP debut 30 minutos de vida (1970). Con la última dictadura en ciernes, se radicó en España y volvió a sacar chapa de pionero, enseñándoles a las nuevas generaciones rockeras de la península a cantar en su propio idioma.

Pajarito voló primero a La Barra de Chocolate y después afrontó un desparejo periplo por muchas formaciones y escenarios. Tras su muerte, fue homenajeado en los documentales El rey del rocanrol (2014) y El mago de los vagos (2016).

“The Times They’re a Changin’”, cantaba Dylan. En perspectiva, Los Beatniks se adelantaron (apenas) a su tiempo. Tan solo al año siguiente, la irrupción de Los Gatos con “La balsa” marcó un antes y un después en la música popular argentina. Ese simple que vendió más de 200 mil copias en el mercado local y exportó el grupo a Latinoamérica traía en su cara B “Ayer nomás”, una composición original de Moris, adaptada con algunos cambios en la letra para su difusión radial.

Escrito por
Oscar Muñoz
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