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El sida y el legado de Federico Moura y Cazuza

Junio de 1981, los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos publican por primera vez sobre un “extraño brote de neumonía asesina”, “un cáncer raro” que se estaba propagando en la comunidad gay.  

Una vez descubiertas las vías de infección y contagio del HIV, desde ciertos discursos reaccionarios el sida devino una de esas enfermedades que culpabilizan a los enfermos. Así, fue llamado despectivamente “peste rosa”, “cáncer gay” y enfermedad de las cuatro H: la de homosexuales, heroinómanos, haitianos (un delirio atribuyó el origen de la pandemia al turismo gay fascinado con los penes enormes de los negros) y hemofílicos (los únicos inocentes).  

Desde sus orígenes en los años cincuenta, el rock aparece asociado al sexo y las drogas. “Rock and roll” significa literalmente “mecer y rodar”, es decir, hacer el amor. En los sesenta, el hipismo propuso el desborde sensual de los sentidos estimulado por sustancias y música roquera. Sin embargo, la tríada “sexo, droga y rock and roll” termina de consolidarse hacia los setenta, cuando Ian Dury graba la canción homónima.  

Si sexo, droga y rock and roll conforman una comunión indisoluble, era lógico que el trauma de una enfermedad relacionada con la promiscuidad sexual y las adicciones afectara las letras y la música de las canciones.  

Placer y riesgo de vida  

Federico Moura (1951-1988) y Cazuza (1958-1990) se erigieron en íconos roqueros de los años ochenta en Brasil y la Argentina, respectivamente. Crearon e interpretaron canciones alegres y sentimentales que festejan el cuerpo e incitan al baile después de una época tan poco sensual como la de las dictaduras militares latinoamericanas.    

Junto a sus hermanos, Marcelo y Julio, Eduardo Costa y Roberto Jacoby, Federico Moura, cantante del grupo Virus, compuso canciones que relataban encuentros eróticos callejeros, “levantes” en el colectivo (“El 146”) o en un negocio de ropa (“El probador”) y disfrutes sexuales de un taxi boy (“Sin disfraz”), entre otros. Locura (1985), considerado por algunos críticos el primer disco argentino dedicado íntegramente al sexo, incluye una canción que puede leerse como una oda a la masturbación: “Luna de miel en la mano”. El tema tenía un componente de época: su coautor Eduardo Costa vivía en Nueva York, donde, para no contagiarse, se habían formado clubes para masturbarse que reemplazaban a los de sexo grupal o anónimo.  

Cazuza fue el poeta brasileño abiertamente bisexual que celebró el banquete de la carne: las lenguas y los dientes sobre las pieles de varones y mujeres. (“Y el cuerpo entero como un huracán/ boca, nuca, mano y a tu mente, no/ Ser tu pan, ser tu comida, /todo amor que exista en esta vida/ Y algún remedio anti monotonía” Todo o amor que houver nessa vida). Particularmente adoraba la sensualidad de los garotos de las playas de Ipanema y de los lúmpenes de Lapa (“Lo quiero a él, muchacho triste/ lo quiero a él / detrás de él/ quiero sus huevos” Quero ele).  

Fue una triste paradoja que, siendo pioneros de la libertad sexual, Federico y Cazuza murieran jóvenes y consumidos por la enfermedad de fin de siglo XX. Pero antes, gritaron su bronca. Si ciertos discursos ultramontanos insistían en que el sida era el mal merecido por los excesos y pecados de drogadictos y gays, Cazuza la emprendió contra la clase dirigente en Burguesía (“Mientras haya burguesía no habrá poesía”) y desde la letra de “O tiempo não para”: “Nos tratan de ladrones, maricas, faloperos y ellos convirtieron todo el país en un puterío/ porque así se roban más dinero”. Mientras, Fede Moura le cantaba a la cocaína en temas como “Oro en polvo” (“Oro en polvo /yo te adoro”), “Pronta entrega” (“Me puedo estimular / con música y alcohol / Pero me excito más/ cuando es con vos / siento todo ideal”) o “Tomo lo que encuentro”.  

Placer   y melancolía

Ya enterados de que Federico está tocado por el HIV, el último LP de Virus -cuya ilustración de portada es el dibujo de un gran culo, ese lugar erógeno siempre negativizado para los varones y aún más en tiempos de sida- Superficies de placer, está atravesado por la melancolía de perderlo todo: “Las cosas se alejan de mí / y es difícil poder tocarlas/ las cosas se alejan de mí /y yo debo seguir soñando /ausencia que vuelve a traer/ el recuerdo de cada día / la noche protege otra vez /un amor fuera de la vida”. Ausencia).  

A su vez, Cazuza, guerrero en la agonía, gritaba: “aunque pienses que estoy derrotado / quiero que sepás que me se la sigo jugando/ aunque el tiempo no para”. En su último show cantaba “Vida loca, vida breve/ Ya que no puedo llevarte, quiero que vos me lleves” (“Vida louca vida”) y reclamaba: “Por un segundo tuyo en mí/ Por un segundo más feliz” (Mais feliz). A la brevedad de la vida ambos le oponían la intensidad de las pasiones.  

Los artistas llegaron a las cúspides de la poesía con letras tales como “Mi placer /Ahora es riesgo de vida/ Mi sexo y droga / No tiene ningún rock and roll” (Cazuza, Ideología) y “De todo nos salvará este amor / hasta del mal que haya en el placer” (“Encuentro en el río musical”).  

Cuando supo que era portador de HIV, otro gran roquero argentino que le cantó a la concupiscencia, Miguel Abuelo (1946-1988) escribió en un poema inédito: “Tocado por el sino / me golpea el destino / y el impulso proviene / del animal maldito / Uno nada se propuso… / Dolor humano / Bomba infectada / en el Estolón de la morsa / Paraguas atómico. / Protector de Pestes nacionales”.    

Si la comunidad médica se expidió pronto sobre el sida no ocurrió lo mismo con algunos gobiernos. Sin ir más lejos, recién en 1987 el presidente Ronald Reagan osó pronunciar la palabra sida -ni hablar de implantar políticas sanitarias- cuando la enfermedad ya había hecho estragos en la población estadounidense. Por eso, la palabra del rock resultó crucial oponiendo a la estigmatización lo propio de su naturaleza: la lucha subversiva, la rebeldía y la transgresión. Y dando nuevos sentidos a la terna sexo, droga y rock and roll.

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