“Como un monstruo más”, dice Mario Rapoport, economista e historiador. “Así la historia hegemónica se empeñó en plasmar a Güemes. Jugó un rol crucial en la independencia, en la contención de los realistas, pero eligieron ralearlo del relato oficial. ¿Por qué? Porque tomó muchas decisiones contrarias a los intereses de la elite de Buenos Aires y a los de la aristocracia salteña, claro, que lo repudió, aunque él pertenecía a esa aristocracia.”
Para Rapoport es esa transgresión de clase, los fundamentos populares de la construcción militar pero también política que configuró Martín Miguel de Güemes en la defensa de la frontera norte, lo que lo marginó de la historización posterior durante décadas. “Aquella aristocracia norteña estaba muy ligada, incluso por la proximidad, con el Alto Perú, con los intereses españoles. No toleró que Güemes se pusiera a defender la nueva provincia de Salta con un batallón de gauchos corajudos armados con machetes contra los fusiles del ejército realista. Más aún, fue sindicado como un traidor. Yo comparo a Güemes con personajes como Franklin D. Roosevelt, que en Estados Unidos fue repudiado por su propia clase: un hombre muy rico que toma medidas en favor de los trabajadores. Güemes también actuó pensando en los sectores despreciados por la oligarquía. Y no se puede salir de la clase así nomás.”
–¿Qué puntos de contacto tuvo, en términos de visión política, con San Martín y Belgrano?
–Fueron quienes facilitaron la constitución de las fronteras definitivas hasta mucho tiempo después. Los tres se llevaban muy bien. Güemes trabó una amistad muy grande con Manuel Belgrano, que en su momento lo echó porque decía que las tropas de Güemes se comportaban mal sexualmente, pero después se hicieron muy amigos. Como Güemes, Belgrano y San Martín fueron agredidos y gozaron de la indiferencia de las elites que gobernaban Buenos Aires, además de las elites provinciales que querían quedarse con el poder en sus respectivos lugares, al precio de deshacer un país.
–Y en Güemes se agrega, tempranamente en la historia argentina, ese perfil de caudillo popular.
–Exacto. En esa disputa interna, Güemes se constituyó como el protector de los pobres. La guerra gaucha, con esa lógica de enfrentamientos y retiradas, fue llevada adelante con tropas poco disciplinadas, emancipadas, pero, precisamente, como eran apoyadas por las poblaciones, le hicieron mucho daño al ejército regular de invasión. En parte pasó con Güemes lo mismo que con Artigas: un hombre que perseguía más independencia, más soberanía, y por eso era objeto de recelos, por el temor de que un hombre así pudiera adueñarse del poder y favorecer a sectores de la población absolutamente desfavorecidos. Por eso es necesario recordarlo y remarcarlo: Güemes era odiado en Salta, lo consideraban un traidor a su clase. Él fue gobernador durante seis años y podría haber dirigido la provincia de manera de complacer esos intereses, pero en cambio se rodeaba de gauchos. Diríamos que en esa época la lucha de clases estaba plenamente al descubierto, en la figura de caudillos o líderes como Güemes que se oponían a la expoliación del pueblo.
–Güemes fue asesinado en una emboscada. La historia oficial sostiene que por tropas realistas, pero también se sospecha que fue a instancias de la oligarquía salteña.
–Que lo mataron a Moreno todavía está en discusión, así que es muy probable que hayan mandado a matar a Güemes. No había muchos escrúpulos en aquella época para aniquilar a los verdaderos héroes que defendieron la Patria. Justamente, esos héroes, que tuvieron la capacidad para manejar situaciones complejas en el caos de la revolución, después, en las luchas internas, perdieron como en la guerra. La discusión que me parece esencial es por qué esos líderes y otros que procuraron transformar, aunque fuera un poco, la sociedad argentina se convirtieron en desplazados, en meras estatuas y monumentos, pero de cuyas vidas se conoce poco y nada. Muchos de los mejores hombres de la Argentina terminaron traicionados, exiliados como San Martín o liquidados por sus enemigos. Güemes es uno de ellos. Un caso testigo, diría, es el de Bernardo de Monteagudo, a quien también mataron y hoy no se sabe ni quién es. Habría que hacer un inventario sobre los expulsados de la Revolución y de la Independencia en la Argentina. Quedaron los otros: los Saavedra, los Anchorena, los terratenientes y comerciantes que aprovecharon para enriquecerse a costa de los que pelearon. Y luego ellos mismos crearon una imagen falsa de un puñado de héroes glorificados. Y distorsionados. Eso fue lo que hizo Bartolomé Mitre. Con guerreros como Güemes, hacer eso era imposible. Pasan los años, los historiadores hacen nuevos descubrimientos, pero ese problema que está en la base de la indagación histórica, la desavenencia irreconciliable entre oligarquías y próceres, héroes o como se llamen, sigue estando.