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Ernesto Sabato, el escritor metafísico

El hombre es un animal político, aunque lo niegue. Ernesto Sabato, el escritor metafísico, fue un animal literario angustiado por la deshumanización de la sociedad. El joven físico –que flirteó con el anarquismo, militó en el partido comunista y coqueteó con el surrealismo– renunció al discurso científico para exorcizar su tormento interior en la escritura y la pintura. En ese tránsito de un lenguaje a otro, de la epistemología a la intemperie de la creación, en el momento en que publicó su primer libro de ensayos, Uno y el universo, irrumpió el peronismo en la arena política. Sabato inaugura la que podría denominarse “tercera vía literaria”, entre Jorge Luis Borges y Roberto Arlt, dos escritores que admiraba, más allá de las tensiones con el primero, a quien incluyó como personaje secundario en un pasaje de Abaddón el Exterminador, donde se lo menciona como “conferenciante para señoras de la oligarquía”. La ironía, según parece, es un virus contagioso.

Hay también una “tercera posición” que distingue a Sabato. El escritor, que apoyó inicialmente a la Unión Democrática, examinó críticamente su antiperonismo frente a la autoproclamada “Revolución Libertadora”. En una sintonía similar estaba Ezequiel Martínez Estrada, partidario de revisar las posiciones previas de condena sin miramientos. “La mayor parte de los partidos y de la intelligentsia, en vez de intentar una comprensión del problema nacional y de desentrañar lo que en aquel movimiento confuso había de genuino, de inevitable y de justo, nos habíamos entregado al escarnio, a la mofa, al bon mot de sociedad. Subestimación que en absoluto correspondía al hecho real, ya que si en el peronismo había mucho motivo de menosprecio o de burla, había también mucho de histórico y de justiciero”, escribió Sabato en El otro rostro del peronismo, buscando comprender la emergencia de una realidad aluvional. “Si es cierto que Perón despertó en el pueblo el rencor que estaba latente, también es cierto que los antiperonistas hicimos todo lo posible por justificarlo y multiplicarlo, con nuestras burlas y nuestros insultos. No seamos excesivamente parciales, no lleguemos a afirmar que el resentimiento –en este país tan propenso a él– ha sido un atributo exclusivo de la multitud: también fue y sigue siendo un atributo de sus detractores”, argumentó el escritor.

Otra tercera posición

Esa tercera posición implicaba desmarcarse del antiperonismo más visceral para alcanzar una especie de emancipación de las antinomias. En El escritor metafísico, Pablo Morosi y Sandra Di Luca, recuerdan que como director periodístico de la revista Mundo Argentino, el 22 de agosto de 1956, Sabato lanzó una edición en la que planteaba, desde la tapa, “Vuelve la tortura”, mientras que en el interior una larga nota informaba sobre los tormentos y vejámenes a trabajadores disidentes detenidos en los sótanos del Congreso y en la penitenciaría ubicada en la calle Las Heras. “No puedo hablar de ningún tema literario mientras a poca distancia de aquí, en la cárcel de la calle Las Heras, se está torturando a militantes peronistas”, dijo el escritor en una audición programada en LRA Estación de Radiodifusión del Estado, en la que también aprovechó el micrófono para anunciar su desvinculación de la revista.

Sabato mete las patas en la fuente de la polémica al postular la necesidad de “un examen a fondo de los hechos históricos y sociales de nuestra patria” en una mesa dedicada a analizar el fenómeno del peronismo, organizada por la Federación Universitaria de Buenos Aires (FUBA), en octubre de 1958. “Todos tendríamos que reconocer errores (…) Lo digo como uno de los tantos equivocados. Casi diría que me considero un especialista en errores, pero al menos quiero reivindicar para mí el mérito de reconocerlos públicamente”. Para el escritor la autocrítica más descarnada se construye desde un “nosotros” que responsabiliza al frente intelectual. “En el 45 nos volvimos a equivocar, nosotros, precisamente el sector más ilustrado del país”, advirtió el autor de El túnel. “Dijimos ‘cabecitas negras’, hablamos de ‘chusma’ y ‘alpargatas’. Olvidándonos que esos cabecitas negras habrían constituido el noventa por ciento de ejércitos patriotas que habían llevado a cabo la liberación de América”.

Sin indulgencias

Al autor de Sobre héroes y tumbas se lo juzgó con una severidad extrema. Si su mayor error fue almorzar con el dictador Jorge Videla, Borges y Astor Piazzolla, que también participaron de ese almuerzo, gozaron de cierta indulgencia. En sus memorias Antes del fin, Sabato se definió como “una especie de francotirador solitario”, una suerte de Albert Camus del Río de la Plata. “Uno no puede ponerse del lado de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la padecen”, señaló Camus. “El escritor debe ser un testigo insobornable de su tiempo, con coraje para decir la verdad, y levantarse contra todo oficialismo que, enceguecido por sus intereses, pierde de vista la sacralidad de la persona humana. Debe prepararse para asumir lo que la etimología de la palabra testigo le advierte: para el martirologio. Es arduo el camino que le espera: los poderosos lo calificarán de comunista por reclamar justicia para los desvalidos y los hambrientos; los comunistas lo tildarán de reaccionario por exigir libertad y respeto por la persona. En esta tremenda dualidad vivirá desgarrado y lastimado, pero deberá sostenerse con uñas y dientes”, auguró Sabato.

A diez años de su muerte, este clásico de la literatura universal del siglo XX permanece desgarrado y herido por las controversias políticas y literarias de la Argentina, como si encarnara el drama acaso irresoluble de un verso memorable de Leopoldo Marechal: “La Patria es un dolor que aún no sabe su nombre”.

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