Icono del sitio Caras y Caretas

MOROCHOS DE NEW YORK

Por María Susana Azzi.

Vicente Piazzolla era un hombre inquieto, siempre inclinado a pensar que la vida era más linda en otra parte. Los amigos le habían dicho que en Nueva York se podía vivir bien; hacia allí viajó en barco, pues, para investigar las perspectivas, y a su regreso resolvió emigrar. Astor acababa de cumplir cuatro años. Su primera cédula de identidad (Nº 87.979) fue emitida el 29 de marzo de 1925, y el viaje en el buque Pan America fue poco después.

El propio Vicente tocaba bastante bien el acordeón y la guitarra; a veces lo hacía en los festivales de la comunidad italiana de la ciudad, y había compuesto un tango. En el departamento donde vivían había discos de fonógrafo de Julio de Caro, así como de la superestrella de aquel entonces, el barítono Carlos Gardel.

El jueves 28 de diciembre de 1933 llegó a Nueva York a bordo del buque Champlain, procedente de Francia, el más famoso cantante popular de la América latina. Sus primeras películas, rodadas en Francia por Paramount, se exhibían en toda la región. Arribó para participar en una serie de programas radiales de la NBC y con la esperanza de convencer a la cinematográfica sobre la conveniencia de filmar nuevas películas. La empresa aceptó. En 1934 y 1935, Gardel hizo cuatro nuevos filmes en los estudios Astoria de Long Island.

EL ENCUENTRO CON EL ZORZAL CRIOLLO

Al igual que muchos otros argentinos, Vicente era fanático de Gardel. Aprovechó su habilidad para la talla de madera y grabó la figura de un gaucho tocando la guitarra, le agregó una leyenda y dio instrucciones a Astor para que se la llevara al departamento que ocupaba Gardel con su asesor musical, Alberto Castellano, y con Alfredo Le Pera, su letrista y guionista. Así, una lindísima mañana de primavera de 1934, Astor se encontró a la entrada del alto edificio Beaux Arts, en la Calle 44 Este, con un hombre calvo que tenía en la mano una botella de leche y parecía perdido. Astor se dirigió a él en inglés y el individuo le respondió en español: era Castellano, que había extraviado la llave del departamento. Viendo que el chico era ágil, le pidió que trepara por la escalera de incendio e ingresara en el penthouse a través de una ventana. “Gardel es el de pijama azul con pintitas blancas”, le aclaró. La primera persona con quien Astor se topó fue Alfredo Le Pera, que recién se despertaba y a quien la súbita intrusión le provocó malhumor. En cambio, Gardel se mostró sumamente amable con el chico; abrió el paquete que este le había llevado, contempló un momento la pequeña talla, le ofreció desayunar con ellos y le regaló dos fotografías autografiadas, una de ellas para Vicente.

En el curso del año siguiente, Astor iba a tener muchos encuentros con el ídolo. El inglés del muchacho le era muy útil a Gardel para salir de compras; él estaba tratando de aprender el idioma sin mucho éxito. Ambos realizaron numerosas excursiones por Gimbels, Macy’s, Florsheim, Saks y otras tiendas a fin de comprar ropa y zapatos. No pasó mucho tiempo antes de que Astor le revelara a Gardel que tocaba el bandoneón. El astro lo hizo tocar y escuchó con agrado sus versiones de obras clásicas; en cambio, los tangos que ejecutó no le impresionaron para nada. En un impecable lunfardo, le dijo: “Mirá, pibe, el fueye lo tocás fenómeno, pero el tango lo tocás como un gallego”. Gardel le permitió que lo acompañara cuando cantaba. Es un hecho cierto que lo acompañó en una fiesta celebrada en los estudios Astoria, y evidentemente hubo reuniones en el departamento de Gardel en las que Astor tocó el bandoneón para reemplazar el piano.

A comienzos de 1935, Gardel consiguió que se le adjudicara a Astor un papel minúsculo en la tercera de las películas que hizo en Nueva York, y también la mejor: El día que me quieras. Astor representó a un canillita (“El papel está justo para un reo como vos”, le dijo Gardel) y recibió como paga 25 dólares. Conservó toda su vida una foto de la fugaz y casi imperceptible escena en la que apareció junto a Gardel y al actor Tito Lusiardo. A fines de marzo, Gardel inició una gira por los países del Caribe. Fue el fatídico viaje que le provocó la muerte en el accidente que se produjo en el aeropuerto de Medellín, Colombia, el 24 de junio. Astor tocó el bandoneón en una de las muchas ceremonias de despedida que se le hicieron al cantor. Gardel quería que Astor lo acompañara en la gira, como una especie de factótum o asistente general, pero Vicente se plantó: el chico tenía apenas catorce años. Si Astor hubiera ido en ese viaje, como escribió después, “en vez de tocar el bandoneón estaría tocando el arpa”.

Los encuentros entre Gardel y Astor tuvieron un epitafio bastante sobrecogedor. Piazzolla contó ante Alberto Speratti en la larga serie de entrevistas que mantuvo con este en 1968: “En el 56 o 57 (…) vino a verme Andrés D’Aquila a Buenos Aires y me dijo: ‘Astor, voy a contarte algo que te va a poner los pelos de punta. La vez pasada, caminando por el Greenwich Village, encontré en un negocio que estaba en un sótano, un muñeco todo quemado, todo chamuscado, con un cartel debajo que decía Muñeco que perteneció a un cantor argentino. Bajo, entro y pregunto cuánto vale. La empleada me dice veinte dólares. Busco, sólo tengo diez y le digo mañana lo vengo a buscar. Voy al día siguiente con la guita, y el muñeco ya no estaba. Lo habían vendido’. Es escalofriante pensar en las vueltas que pegó este muñeco. Se lo di a Gardel… cayó con él en Medellín, quemándose parcialmente, y de allí alguien lo robó. Vaya uno a saber cómo viajó desde Colombia hasta Nueva York, hasta un negocio que estaba a sólo una cuadra de la casa donde mi papá lo talló. Pareciera como si el muñeco hubiera querido volver por un momento al lugar donde había sido creado”.

Astor siempre tuvo la esperanza de que alguien encontrara la talla y se la enviara. Nadie lo hizo.

Salir de la versión móvil