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“A LA MÚSICA DE MI ABUELO NO LE FALTA NADA”

La primera batería de Pipi Piazzolla fueron dos guías de Entel, una carpeta del secundario y el piso para los agudos. En pleno agite de su adolescencia ochentosa copada por Miles Davis, la decisión de vender la mítica Commodore 64 para obtener unos platillos de verdad fue, a todas luces, una cruzada heroica. Pero no alcanzó ni para empezar. Entonces el abuelo Astor, el tanguero revolucionario que lo llamaba “Danielito” y lo llevaba a todos sus conciertos, apuró la llegada del sueño desenfundando un sobre con ahorros: “Tomá, para que te compres la batería”, recuerda Pipi que le dijo, y continúa: “Eran 1.400 dólares en billetes de veinte y de diez. Así empezó todo: mi vida junto al jazz”.

Daniel “Pipi” Piazzolla nació en Buenos Aires en 1972 y es uno de los grandes bateristas de la Argentina y tercera generación de una familia de músicos descollantes. Nieto de Astor e hijo del pianista Daniel Hugo, fundó hace una década el Pipi Piazzolla Trío (Premio Gardel 2020 al mejor álbum de jazz por Rata) y hace veintiún años el ya legendario sexteto Escalandrum, nave insignia del jazz argentino en el mundo, que lleva once discos editados, dos de ellos dedicados a la música de Astor Piazzolla.

–¿Cómo se gestó 100, el nuevo álbum de Escalandrum en homenaje al centenario de tu abuelo? ¿Qué le aporta tu jazz a su universo tanguero?

–Es un disco hermoso lleno de curiosidades. Para mí, a su música no le falta nada, nomás le aportamos improvisación y ciertas sonoridades a partir de una instrumentación diferente. A la mitad de los temas pudimos grabarlos en Abbey Road, el gran estudio londinense donde los Beatles registraron casi todo: en realidad habíamos reservado dos días para grabar otro álbum, Studio 2, pero llegamos tan embalados que lo sacamos en la primera jornada. Entonces les dije a mis compañeros: “¿Y si encaramos con música de mi abuelo que no tengamos registrada? Así grabamos cuatro temas de él que ya veníamos tocando: “Soledad”, “La Muralla de China”, “Milonga en re” y “Primavera porteña”. Para este álbum también grabamos la Suite Troileana que mi abuelo compuso para su gran amigo Pichuco: ahí están “Whisky”, “Zita”, “Escolazo” y “Bandoneón”, y además agregamos una versión de “Adiós Nonino” que incluye todos sus “Adiós Nonino” en uno solo. Otra perla del disco es una introducción en bandoneón tocada por mi abuelo, inédita hasta ahora, a la que acompañamos con nuestro jazz.

–Astor fue un vanguardista que se convirtió en un clásico mundial. ¿Qué pasa cuando un familiar tuyo se vuelve un universal de la cultura, un prócer?

–Empecé a sentirlo un ídolo con las giras de Escalandrum: en las peatonales de Europa veíamos nenes descalzos que lo tocaban con acordeón sin saber quién era Piazzolla. Y en los jardines de infantes de Rusia los chicos cantan “Libertango” para ir al recreo. Me emociona, es increíble. Es un gran orgullo darme cuenta de que es un ídolo total. Mi abuelo hizo una música universal que se gestó con esas vivencias que tuvo desde chico: admiraba mucho la música clásica, pasó la infancia en las calles de Nueva York y conoció a Gardel y a Troilo, los más grandes.

–Cuando eras chico, Astor te llevaba a todos sus espectáculos en Buenos Aires. ¿Qué fotos mentales te quedan de aquellas noches?

–Tengo grabada a fuego la vez que lo acompañé al Colón, en 1983, y todavía guardo el programa de mano que me dedicó: “Para Danielito, mi nietito, para que no te olvides nunca de esta noche en que tu abuelo triunfó. Portate bien y estudiá mucho”. De aquellas noches me queda su gran concentración, la puntualidad, la seriedad para encararlo todo. Además, mi abuelo cocinaba unas salsas espectaculares para las pastas, con mucho ajo, y me invitaba a su casa a escuchar jazz y me daba grandes consejos. Compartimos mucho.

–¿A qué tangos suyos te gusta volver?

–“La camorra”, “Milonga en re” y “Lunfardo” son tres temas que me encantan y que siempre interpretamos con Escalandrum. A veces en casa también me pongo Pulsaciones, un disco que tiene una sonoridad que me cautiva. Y lo mismo me pasa con el único registro que queda de su Octeto Electrónico: un tesoro lleno de improvisación que fue grabado en vivo en el teatro Olympia de París y escuché muchísimo de chico.

–¿Es cierto que tu viejo hipotecó su departamento para que te fueras a estudiar música a Los Ángeles? ¿Qué papel jugó tu abuelo en esos inicios?

–Fue en 1992, yo tenía veinte. Encarar un viaje de estudios no salía la fortuna que sale ahora, pero tampoco podíamos costearlo. Ese esfuerzo de mi papá me transmitió un sentido de la responsabilidad total: llegué a practicar diecisiete horas diarias. Para fin de año había pasado de ser un baterista del montón a egresar del Musicians Institute con honores. Le agradezco mucho a mi viejo el aguante. Y mi abuelo jugó un papel grande desde el vamos. Cuando yo tenía cuatro o cinco años, mi papá tocaba con él en el Octeto Electrónico y me llevaban a todos los ensayos. La cosa viene de lejos.

–Te sumaste en 2018 a la Experiencia Piazzolla del Konex en calidad de curador. ¿Qué tenés en cuenta a la hora de convocar a artistas para que lo interpreten?

–Es un honor que me convocaran para este festival que ya lleva tres ediciones. Por lo general, busco a gente que nunca lo haya interpretado. Creo que la novedad que genera ese descubrimiento personal conecta muy bien con la vanguardia que propone Ciudad Konex a su público joven. El festival está muy equilibrado porque combina, de repente, la actuación del famoso Quinteto Piazzolla, que lo interpreta desde hace veinte años, con jóvenes artistas del folklore, el jazz, el rock o la música clásica que no lo tocaron jamás.

–¿Qué movidas por el centenario de Astor podremos disfrutar en este 2021 de pandemia?

–Desde el 11 de marzo vamos a tener un montón de actividades hermosas, como un festival de casi quince días en el Teatro Colón, movidas en el CCK, la Experiencia Piazzolla del Konex en septiembre, un concierto inmenso en el Obelisco a fin de año y varios festivales en otros lugares del mundo.

–Durante décadas le achacaron a tu abuelo que lo suyo no era tango. ¿También se dan en el jazz estos fundamentalismos tan del tanguero tradicional?

–A él le tocó luchar solo en una época muy cerrada. Pero el jazz es libre por definición. Es un género que recibió con curiosidad la llegada de la bossa nova, de la mano de João Gilberto y Stan Getz, y del latin jazz, con Dizzy Gillespie, Chano Pozo y Paquito D’Rivera. Igual siempre aparece alguno diciendo que el jazz argentino no es tal, pero es ridículo discutirlo.

–¿Qué queda de Astor en vos?

–Creo que estas ganas de hacer música nueva, de no repetirme y tocar con gente de vanguardia. Escalandrum y mi trío pueden gustarte o no, pero no se parecen a nada. Ese es el legado de mi abuelo: estudiar y ensayar todos los días, ser un apasionado y compartirlo.

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