Cuando en una de esas charlas del programa De la mano del 10, que Diego Armando Maradona y Víctor Hugo Morales sostenían en 2018, pleno Mundial de Rusia, Víctor Hugo le preguntó qué opinaba sobre la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo que se estaba debatiendo en la Cámara de Diputadxs, el Pelusa, sencillo, le dijo: “Mi idea es cuidar a la mujer”.
–Cientos de miles de mujeres mueren por año, pero en cualquier lado y con una gran diferencia social –acotó Víctor Hugo.
–Exacto. Y esto es lo que les pediría a los que están votando, que les den una oportunidad a esas mujeres de elegir –respondió Diego.
Para entonces ya había bailado con una fan nigeriana, había usado trajes alla El padrino y aros de diamantes, dormía durante los partidos, peleaba con tribuneros, agradecía al cielo los goles de Messi, la FIFA lo reprendía por su comportamiento y su novia usaba pieles de animales en extinción, la Argentina quedaba fuera del Mundial y 35 senadorxs revocaban el derecho a decidir de las mujeres y personas gestantes. Fin.
Diego murió el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres y Diversidades y cuando la IVE volvía a debatirse. La tragedia no dio tiempo para reforzar su opinión, siempre nacional, siempre acariciando la vulnerabilidad de un pueblo, como si la suya propia estuviera hecha de montones de hilachas capaces de tejer un abrigo planetario. Ese hijo del patriarcado que repudió a Videla, que escuchaba con pasión a Chávez y a Fidel, que provocaba en Punta del Este con su tatuaje del Che, con sus explosiones y sus penurias, el hijo más edípico de Doña Tota, nunca pidió permiso para decir sin que le temblara el pulso que las mujeres son sagradas, que juraba por sus hijas, que Juan Pablo II vivía bajo un techo de oro mientras les besaba la panza a los nenes pobres, que era un cabecita negra orgulloso y que Cristina tenía que pelear a los contras como los peleaba Néstor. En El héroe partido, Alejandro Modarelli describe que Diego habitaba cada opinión suya entre el machismo y la crítica “a las mentes cavernícolas, como cuando dijo de Daniel Passarella, que rechazaba la posibilidad de incorporar gays a la Selección nacional, que era ‘un retrógrado. Además si alguien que es gay hace tres goles por partido, vamos a ver qué director técnico no lo cita. No puede ser tan tajante, hay que tratar de dejar bien paradas a las personas y no meterse en sus vidas privadas’. Años 90, no cualquiera”, cerraba Modarelli, con la sabiduría de que nada de él podía leerse en código punitivista.
Diego es el mito entrañable y situado que nunca se puso la gorra contra les pobres, las diversidades, los feminismos, y eso es mucho decir en un país donde la anchísima avenida de “los referentes” deportivos deja tanto que desear, embarrada de violentos, abusadores y escrachados de alta gama.
PUNITIVISMO VS. AMOR COLECTIVO
Pero en medio de la muerte menos muerte de este siglo –“era un ídolo dionisíaco. Por eso no murió, se gastó”, aclara María Moreno–, pintó la acusación punitiva de un sector de los feminismos, “el feministómetro inquisidor” al que se refirió Mariana Carbajal, y el que reaccionó con una dureza infumable contra cualquier manifestación pública de reconocimiento y dolor, como si los sentimientos no estuvieran compuestos por partículas de contradicciones o los pensares se redujeran a un montón de valoraciones petrificadas. La directora técnica feminista Mónica Santino redobló la interpelación. ¿Qué les pasa a los feminismos con la figura de Diego? “¿Es imposible amarlo? ¿Está mal?”, apuró en su columna “Diego de todes. Gambeta a la moral berreta”, publicada en Radio Gráfica. “Me animo a expresar que sin saberlo Maradona también forma parte de nuestros feminismos populares. Genera odios, amores, idas y vueltas. Y pensar un feminismo libre de clasismos es nuestro desafío. Ese que hace años impulsamos desde la barriada, desde la cancha de Güemes en la Villa 31. Un lugar donde nos encantaría recibir a Diego para hacer lo que tanto amamos. Jugar, embarrarnos, seguir deconstruyendo y pararnos en la cancha como en la vida”.
Hace unos días, casi mordiéndole los talones al velatorio en la Casa Rosada, una niña de 12 años le dedicó a Maradona un texto agudo y bellísimo que sin pretenderlo hizo pedagogía de la comprensión, de la tolerancia, de la inclusión y, de alguna manera, del amor. “El feminismo al que suscribo lucha contra las desigualdades y las injusticias. Asimismo, es sensible, comprensivo y consciente de que el patriarcado no es propio de un sujeto, sino de todo un sistema. También, apunta a hacer las cosas posibles dentro de lo que la realidad permite, y a no aspirar a las utopías. Por eso, pretender un mundo que de un día para el otro no sea machista me resulta irrealizable. Se trata de construir progresivamente y de ser inclusivas”, escribió Julia Masetti Iglesias, bisnieta del periodista Jorge Ricardo Masetti.
“En este momento no contribuye ponerse en policía de la moral o tildar de menos feminista a una mujer por llorar al Diego (…) Además, estamos hablando del mejor jugador del mundo que salió de una villa y nunca se olvidó de dónde venía. Fue alguien a quien, desde que nació, se le dijo que no podía y que era inferior, tal como a nosotras nos sucede constantemente. Ahora no es el momento”, concluyó Julia.
Como al peronismo, a Diego se lo seguirá analizando y diseccionando hasta la eternidad, por esa carnadura común de “amor colectivo”. Por ese arte único y rebelde que surge de los pueblos, porque los descamisados también llevaban los botines desatados, porque, como los muchachos peronistas, picó todos los boletos del machismo rancio, por la mirada sublime de chico desconfiado a un rosario papal que resulta que se vende hasta en los trenes. Porque la carcajada villera de Fiorito va a seguir resonando como inspiración en cada cancha de tierra transfeminista. Porque y a pesar de que, como al peronismo, al Diego que nos tocó no se lo justifica, ni se lo padece, ni se lo disciplina. Se lo vive.