“Mi mamá dice que hay que dejar pasar unos diez días para que el espíritu se pueda ir libre, sin cargas, por eso recién ahora me dispongo a hablar de mi viejo”, explica Flexa Correa López apenas abre la puerta, mientras ofrece alcohol en gel y un aerosol para descontaminar el calzado. “Arriba, a tu izquierda, sobre la repisa, te presento al rey y la reina de la casa”, y señala dos bustos de madera de Pino Solanas y Ángela Correa.
Flexa quiso hablar de Pino, su padre por elección, en su propio hogar, para transmitir mucho más que palabras sobre este cineasta, político y luchador de causas justas. “Todo esto lo plantamos nosotros –cuenta en el jardín, abriendo los brazos como cuando se presenta un espectáculo sobre el escenario–: palta, guayaba, flores… bah, ‘lo plantamos’; el director de cine daba órdenes y acá el negro puso la mano de obra. Para llevar a cabo los proyectos siempre tiene que haber alguien que ponga el cuerpo, y ese soy yo, acá y en la política”, dice orgulloso y entre risas mientras apoya sus dos manos sobre el limonero. “Este era el árbol preferido de Pino, decía que lo tenía desde la infancia”, revela.
La casa, una edificación en L sobre una arbolada esquina de Olivos, conserva su fachada de principios de siglo XX. Adentro, todo es madera antigua, ventanales hacia el jardín y una profusión de fotos, cuadros, esculturas, premios. Subimos hacia la cúpula, una habitación redonda con ventanas hacia las copas de los árboles de la calle y hacia el jardín. En el medio del piso hay un vidrio redondo, grueso, tipo lupa, desde donde se ve la planta baja. Las paredes están repletas de libros, folios, carpetas, hojas, fotos, cuadros. “Este es el cuarto de pensar, de acá salen todas las ideas para el cine y para la política. La inspiración cerca del cielo”, señala.
–¿Cuándo viniste a vivir a la Argentina?
–En 1992, después del atentado que sufrió Pino. Yo tenía ocho años, no sabía el idioma y me pusieron en primer grado. En la escuela los chicos me decían ‘Cirilo’, ‘negro refugiado’, y la maestra les respondía: “Basta, chicos, él no tiene la culpa de ser negro”. Fue difícil, me salvaron la vida mi psicopedagoga, Marisa Aizenberg, y Pino: él entendió mi dislexia y me educaba con cine y documentales.
–¿Cómo te involucraste con él en política?
–En 2001 nos fuimos con Pino a la plaza, yo justo había aprendido a filmar. Sufrimos gases lacrimógenos, patadas, lo querían agarrar a mi viejo… Ahí descubrí al Pino combativo y nunca más lo dejé de acompañar en la política.
–¿Qué hacías?
–Al principio él necesitaba a alguien que le organizara un montón de cosas, que lo filmara, que le hiciera la prensa. Después, empezó Proyecto Sur y me metí en la juventud, hice pintadas, afiches, afiliaciones, todo lo que lleva el laburo de abajo del mundo político. Los temas estratégicos de Pino siempre fueron muy fuertes: megaminería, el agua vale más que el oro, el medio ambiente, los trenes. Para Pino la soberanía era el eje principal. En ese momento no había nadie, estábamosPino, Alcira Argumedo, Pali (Juan Pablo Olsson), Félix Herrero y yo. Punto. Nadie quería estar con Pino, tenían miedo. Él se metía con la Barrick Gold, nunca sabías si te podía pasar algo estando a su lado. Pino hablaba de cosas muy intensas y era amigo de Chávez y de Fidel.
–¿Es cierto que Pino gestó la creación de Telesur?
–Alcira, Pino, Félix y yo fuimos a Venezuela a presentar Memoria del saqueo en 2004. La película se estrenó en el teatro Teresa Carreño, tan grande como el Luna Park. Estaba lleno de gente, y en el mismo momento se pasaba la película por la televisión pública para todo el país. Fue el estreno más grande que tuvo Pino. Al otro día fuimos a almorzar con Chávez, y Pino le dice: “Hugo, hay que hacer el banco latinoamericano y el canal de televisión latinoamericano como contracara de CNN”. Y Chávez dice: “Sí, es así. ¿Y este quién es?”, señalándome a mí. “Mi hijo”, le dice Pino. “¡¿Tienes un hijo negro?! De haberlo sabido antes te hubiera querido más”. Después le preguntó si Fidel había visto la película. “No, tendríamos que presentarla en algún festival”. Chávez hace una seña y viene un tipo con un teléfono. “Hola, Fidel, estoy acá con Pino Solanas, ¿cuándo podría ir a mostrarte su película?” “Pino, fíjate si puedes tal mes, Fidel te va a llamar para que vayas a Cuba y de paso le hablas del canal latinoamericano”. Y así fue.
–Viviste aventura tras aventura con Pino.
–Siempre me llevó de aventuras, pero hay que aguantarle el carro. Ahora hablar de Pino es lindo, pero en su momento tuvimos fuertes enfrentamientos con diversas áreas que te daban un estrés muy grande y tenías que estar con la energía muy alta. Jamás daba algo por hecho. Pino es de una disciplina increíble. En campaña, estábamos a las seis de la mañana en pie. Se tomaba su licuado verde, atendía los llamados de las radios y, después, a trabajar. No existía “te dejo trabajar tranquilo”, Pino era un director las 24 horas. “Mejor haceme el ángulo por acá”, “¿chequeaste el sonido”, “¿llamaste a Zutano?”. Pino es de una disciplina fuertísima y aparte no se olvida de nada, su memoria es increíble (N. de la R.: sí, así, en presente lo dice Flexa). Lo que hacíamos con Pino era todo importante, en todo momento sabías que estabas haciendo algo grande.
–Como unir al peronismo.
–Llegó Macri, no hay nada como un enemigo común para que uno pueda redireccionar su energía. Un día, en el Senado, los amarillos contentos decían “vamos a sacar a Cristina”. Pino se sentó en su banca y dijo: “Hay cuórum, vamos a votar si sacamos o no a Cristina”, me miró, sonrió y se levantó: “No hay cuórum”. Tenía esas picardías. Cuando él y Cristina eran senadores se acercaron y se conocieron más. Faltaba una pata en esa mesa del Frente de Todos, y Pino fue uno de los impulsores. “Nos vamos a juntar, el peronismo tiene que estar unido”, y Pino, que estuvo al lado de Perón, fue un eje importante.
–¿Cuándo fue la última vez que lo viste?
–Hace tres meses, cuando él y mi mamá se fueron. Nunca lo voy a recordar con tristeza, para mí no cabe la tristeza con Pino. Se lo di todo, estuve con él siempre. Y él estuvo y está conmigo siempre.