En cierta ocasión, la periodista Oriana Fallaci escribió sobre “la tragedia del poeta que no quiere ser y no es hombre- masa, instrumento de quienes mandan, los que prometen y asustan, de derecha o de izquierda o de centro… Un héroe que lucha por la libertad y la verdad, sin rendirse jamás, y por eso muere a manos de todos: los amos y los siervos, los violentos y los indiferentes”.
Fallaci hacía referencia a Alekos Panagoulis, líder de la resistencia a la dictadura militar griega, pero sus palabras bien podrían servir de epitafio a la vida del poeta, cineasta, novelista e intelectual italiano Pier Paolo Pasolini (1922-1975), a quien la periodista supo entrevistar.
Siempre polémico y contradictorio, Pasolini osciló durante toda su vida entre la trasgresión y el conservadurismo. Tras un breve paso por el Partido Comunista –del que fue expulsado luego de ser encontrado con dos jóvenes menores de edad en unas matas–, se resistió a ser encasillado de derechas o de izquierdas y no se integró en ningún sector de la sociedad italiana. Su poesía, sus escritosy su corpus cinematográfico solo sostuvieron una coherencia ideológica en su odio visceral hacia la burguesía, su opción erótica y política por el lumpenproletariado y su postura contraria a todo lo que sonara a capitalismo o a políticamente correcto.
Su papel fue siempre el de incomodar y la emprendió contra todas y todos: aún contra aquellos sectores que se definían de avanzada. Así calificó a la rebelión social y sexual de estudiantes de 1968 como “falsa revolución” y manifestó solidaridad para con la policía al tiempo que gritaba contra los “insurrectos”: “Tenéis cara de hijos de papá/ (…) Los jóvenes policías/ a quienes vosotros por sacro vandalismo/ de hijos de papá, habéis apaleado/ pertenecen a la otra clase social/ (…) son hijos de pobres”.
Opuso la fe al ateísmo del autodenominado progresismo y admitió preferir un mundo sagrado a un mundo profano. Su ideal era el mundo precapitalista y creyente. Así, filmó El evangelio según San Mateo (1962), su versión proletaria de la vida de Jesús, película que fue paradójicamente aclamada por organizaciones católicas y críticos de izquierda. Pero, a la vez que defendía el mundo de las creencias religiosas, criticaba el mundo institucionalizado de la Iglesia a la que acusaba de mafiosa y corrupta.
En su poesía y en sus ficciones le cantó a la belleza de los campesinos y del subproletariado romano de los suburbios, a loscuerpos duros y mal alimentados de los lúmpenes que adoraba (“Son miles. No puedo amar sólo a uno”). Ello quedo reflejado en novelas tales como Chicos del arroyo (1955) o Una vida violenta (1959), donde exaltaba el estilo de vida y las raterías contra la ley de los ladronzuelos, los vagabundos pansexuales y el peligro del submundo. A Pasolini solo le parecía que debía salvarse todo lo que quedaba al margen del capitalismo y de la burguesía.
Para sus películas solía elegir a muchachos y muchachas no profesionales y al margen del mercado: era en los únicos en los cuáles encontraba beldad, simpleza y honestidad. Sin embargo, en Mamma Roma (1962), ambientada en los suburbios de la ciudad y con eje en uno de esos jóvenes delincuentes, consiguió una de las actuaciones más memorables de la extraordinaria Anna Magnani.
En Teorema (1968), su obra más conocida devenida novela y película, una especie de ángel bello de ojos azules interpretado por Terece Stamp se infiltra en una familia típica de burgueses industriales, los seduce y termina copulando con todas y todos. Así, con el lenguaje del sexo anal y del amor desarticula a sus miembros, al punto de que el padre terminaba regalando su fábrica a los obreros, la madre se entregaba a la prostitución callejera, el hijo se dedica al arte abstracto y la criada a levitar.
Cuando la sociedad italiana se inclinó indefectiblemente a la industrialización y el consumo, Pasolini buscó en el pasado y en cierto primitivismo la alegría del placer sexual como forma de redención adaptando al cine obras canónicas de la literatura universal. El resultado fue la denominada “Trilogía de la vida”, conformada por El Decamerón (1970), Los cuentos de Canterbury (1972) y Las mil y una noches (1974). En estas películas el sexo, los cuerpos desnudos y los genitales filmados de manera cruda aparecían como alegría y liberación de las sociedades represivas e hipócritas burguesas.
Sin embargo, Pasolini también terminó descreyendo de la inocencia de esos cuerpos lúmpenes hechos para el placer: las pestilencias de la sociedad mercantilista finalmente los había contaminado y absorbido en objetos de consumo.
En su Abjuración de la Trilogía de la vida señaló que el sexo ya no es liberación ni provocación para la burguesía bienpensante sino que es parte fundamental del mercado. Los cuerpos bellos e inocentes del pasado que suponía el último baluarte anticapitalista se habían metamorfoseado en modelos publicitarios o prostitutos de lujo. Dijo preferir además una sociedad que condenaba su homosexualidad a una sociedad que simplemente la toleraba como una graciosa concesión. Entonces comenzó a filmar la “Trilogía de la muerte” donde el sexo ya no es rebelión sino sinónimo de fascismo, sometimiento y degradación. Sólo llego a filmar la primera parte: Saló o los 120 días de Sodoma (1975). Unos días antes de su estreno, en las afueras de Roma, Pasolini moría salvamente asesinado supuestamente por un chapero de diecisiete años al que había seducido. El cineasta había sido golpeado salvajemente y luego atropellado una veintena de veces con su propio Alfa Romeo plateado.
En 2005, el condenado se retractó y señaló que se trató de un asesinato político organizado. El crimen nunca fue esclarecido: se apuntó tan pronto contra la Iglesia Católica, la derecha, los gobernantes, los empresarios, el Partido Comunista o los industriales petroleros. Todos tenían sus motivos porque Pasolini se había metido con todos. Quizás, como señala Fallaci, murió a manos de todos. En todo caso, con la clarividencia de los poetas rebeldes y solitarios, en sus últimos dichos, escritos e imágenes Pier Paolo Pasolini había anticipado su propio destino. Finalmente, como señalaba en una poesía, había muerto en manos de unos de esos jovencitos por cuyo amor quería dar la vida.