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El día que Chacho Álvarez soñó con su 17 de octubre

Octubre del 2000 Chacho Alvarez en conferencia de prensa anuncia su renuncia a la Vicepresidencia de la Nacion Foto: Telam

La noticia de la renuncia de Carlos “Chacho” Álvarez se conoció a primeras horas de la mañana de aquel jueves 6 de octubre 2000. Fiel a su estilo individualista no consultó con nadie esa decisión tan significativa para el futuro del país, su fuerza política –el Frepaso- y del gobierno, excepto con su esposa, la fallecida Liliana Chiernajowsky. Sus compañeros de partido se enteraron por los medios.

Las lecturas iniciales del suceso fueron tres. La primera era entender que esa renuncia implicaba el final de la Alianza y la caída inmediata del gobierno. Una segunda iba todavía más lejos y entendía que el Frepaso rompería con el presidente De la Rúa y pasaría a enfrentarlo, volcándose el partido de Álvarez a la oposición. Finalmente, la tercera era más extrema todavía y fue la que más consenso ganó por aquel momento: se pensó que Chacho emergería como un nuevo líder indiscutible de masas, que habría una enorme movilización espontanea a su casa para respaldarlo por su enfrentamiento al presidente y que tendría su propio “17 de octubre”. De hecho, se prepararon parlantes para la ocasión en el balcón, en la que se especuló que Álvarez daría un discurso épico, a la par que el ex gobernador de Santa Fe, Carlos Reutemann lo llamó “el nuevo Perón” (La Nación 08/10/2000).

Sin embargo nada de eso pasó y los tres escenarios erraron de punta a punta. Álvarez no emergió como nuevo líder potenciado, sino que comenzó a caer en las encuestas y a perder prestigio político. El Frepaso tampoco rompió con el gobierno sino que permaneció dentro de él y tampoco fue el fin de la Alianza, ya que tuvo que pasar mucha más agua bajo el río y más tragedias para que ese fatídico gobierno finalizara.

La causa aparente de la renuncia

Se suele recordar la renuncia de Álvarez asociada al enfrentamiento de este con el presidente Fernando De la Rúa por la sospecha de sobornos en el Senado, conocidos como “causa Banelco”. Así, se suele decir que el gobierno le pagó a algunos senadores del peronismo con dinero de la SIDE para aprobar una reforma laboral que el FMI le había exigido. Según el relato, como Álvarez quiso investigar y el presidente encubrir, la batalla habría trepado hasta desencadenar la renuncia. Sin embargo nada de esto es verdad.

Empecemos por lo básico: esos sucesos de corrupción nunca ocurrieron. A pesar de que prácticamente toda la población recuerda lo ocurrido allí con certeza inconmovible, lo cierto es que eso no fue así. Siendo eso algo que no resiste la más mínima lógica. Señalemos cuatro puntos.

Primero, para aprobar esa ley no hacía falta sobornar a cinco senadores para comprar su voto. Pues la ley se aprobó con 55 votos a favor y 3 en contra. Una mayoría abrumadora, claramente muy lejos de necesitar comprar votos, ya que no fue un resultado ajustado.

Segundo, además del Senado, esa ley también fue aprobada en Diputados y contó en ambas cámaras con el apoyo de todos los bloques políticos: duhaldismo, menemismo, radicalismo, frepasismo, socialismo, cavallismo, partidos provinciales y gobernadores. Es decir, no había sectores opositores a ella (salvo el sector sindical) y nunca peligró su aprobación.

Tercero, tampoco se aportaron pruebas de dichos sobornos. Si bien el escándalo ganó un peso demoledor en los medios, las pruebas judiciales son nulas. Lo único cercano a una “prueba” fueron testimonios muy laxos de dos opositores a esa ley (Hugo Moyano y Antonio Cafiero) y de un supuesto arrepentido (Mario Portaquarto) que nunca aportó nada concreto y sólo dijo vaguedades que rápidamente fueron desmentidas. La otra “prueba concreta” fue un escrito anónimo que circuló en el Senado que no tiene ni ton ni son.

Cuarto, la investigación judicial recorrió todos los indicios, hizo auditorias, tomó testimonios, recabó información, realizó allanamientos, gastó una fortuna siguiendo supuestas pistas y nunca encontró nada. En 2015, pasados 15 años de investigaciones y aún cuando todos los acusados de intervenir en los sobornos perdieron poder, eran ya ancianos o murieron, el tribunal falló que realmente nunca existió nada y que no se aportó jamás evidencia lógica alguna.

Dado que nunca hubo pruebas de esos supuestos sobornos, defender la idea de “corrupción” era imposible. Algo que Chacho siempre supo. Pero también sabía que él mismo, al ser el abanderado del honestismo, no podía ir en contra de la amplia convicción pública que creía que el hecho había existido, quedando frente a la espada y la pared. Oportunidad que permitió al estilo individualista de Álvarez emerger otra vez.

Es que si buscamos la verdadera causa de la renuncia de Chacho debemos analizar una figura que siempre fue un temerario jugar individual y que eternamente privilegió su imagen de progresista ante los medios frente a cualquier otra cosa. Con un estilo de liderazgo que construyó en solitario, sin preocuparse por las consecuencias de sus actos obsesionándose más por parecer un honesto antes que por cuestionar al neoliberalismo: pues a Álvarez nunca le molestaron ni la convertibilidad, ni las privatizadas, la deuda externa o la hiperdesocupación de los 90s.

Por ello mismo, cuando la causa del Senado se adueñó de todo y no tuvo escapatoria, no dudó en hacer lo que siempre hizo: romper para despegarse rápido. Dado que toda su carrera política se construyó así: rompió con el PJ en 1990, rompió su sociedad con Pino Solanas en 1994, rompió su alianza con Bordón en 1996, renunció a la vicepresidencia en 2000, después en abril de 2001 rompió con el Frepaso para abrazarse al ARI de Elisa Carrió, para ya al final romper con la política para siempre.

La cuestión judicial, ética, política o incluso ideológica no tuvo nada que ver. Muchos lo olvidan pero Chacho en su discurso de renuncia se declaró como un “leal al presidente” y dijo que De la Rúa no tenía nada que ver. Además a las pocas semanas se reunió con él y lo abrazó públicamente mostrando su total apoyo sin pruritos.

Por su parte, también buscó regresar al gobierno de la Alianza en diciembre de 2000 y en marzo de 2001 como Jefe de Gabinete, lo cual descarta otra vez la idea de quiebre político irreparable con De la Rúa. Y todavía más: Chacho fue el principal propulsor de que Cavallo se integrara a la Alianza, mostrando que también sus límites ideológicos eran inexistentes a la hora de construir poder.

En suma, este nuevo aniversario de aquella histórica renuncia nos sirve para ver las pésimas estrategias de construcción que se pueden utilizar para la política, las cuales no tardarían en mostrar sus terribles y amargas consecuencias al explotar todo en diciembre 2001. El proyecto “honestista” que soñaba con tener un neoliberalismo sin corrupción murió aquél 6 de octubre.

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