Cuando llegó el momento de asumir la Presidencia, el 25 de mayo de 2003, Kirchner quiso ser contundente en su mensaje. Tenía la intención de dejar en claro lo que pensaba hacer en el mismo instante en que el pueblo escuchara sus primeras palabras. Nuestra legitimación política –dada la imposibilidad inicial de lograr mayor apoyo en la segunda vuelta electoral– provendría de una buena gestión, correctamente transmitida a la gente. Verificaríamos el acompañamiento ciudadano dos años después, en ocasión de las elecciones parlamentarias (…)
Su llegada al poder representaba un cambio en la dirigencia política de nuestro país, y la derrota electoral de Carlos Menem, el fin de una etapa política. Recuerdo que ya en la Casa de Gobierno, sentados en mi despacho, una vez concluidas las ceremonias de rigor, le comenté a Kirchner la trascendencia que yo le asignaba a su llegada. Le conté por qué creía que con él asumía una nueva generación política.
–Pensá en el 25 de mayo de 1973 –le dije–. En aquel año, mientras Cámpora llegaba a la presidencia, Menem ya era gobernador de La Rioja, Duhalde era intendente de Lomas de Zamora, Alfonsín le disputaba a Balbín la candidatura presidencial por el radicalismo y De la Rúa era senador de los porteños. De todos ellos, los actores de la política argentina en las últimas tres décadas, el único que estaba aquel 25 de mayo de 1973 en la Plaza de Mayo con la gente eras vos… Y hoy sos vos el que está en el balcón de la Casa Rosada. Ese es el cambio.
Kirchner me escuchó con atención. Ocultaba su emoción hurgando con sus dedos la venda que cubría la herida causada minutos antes por una cámara de televisión, al registrar las imágenes de sus abrazos con la gente.
–Tal vez sea como vos decís –me concedió perdiendo su mirada más allá de las ventanas (…)
Cuando Kirchner llegó al poder, el país estaba en default, carecía de acuerdos de asistencia con los organismos internacionales de crédito, atesoraba en el Banco Central sólo ocho mil millones de dólares de reservas, registraba una desocupación del 25 por ciento y uno de cada dos argentinos estaba en situación de pobreza. Además, el máximo tribunal se aprestaba a declarar la constitucionalidad de las leyes que garantizaban la impunidad de los militares genocidas.
Lo verdaderamente fundacional de Kirchner consistió en evitar la prolongación de ese estado de excepción (…)
Al cabo de los dos primeros años de gobierno, Kirchner resolvió el default de la deuda y reordenó la relación del Fondo Monetario Internacional y los demás organismos de asistencia financiera (BID y Banco Mundial), multiplicó por tres las reservas monetarias y redujo sensiblemente la desocupación y la pobreza. En ese mismo lapso, los genocidas comenzaron a rendir cuentas ante los diferentes tribunales del país.
En la fundación de ese nuevo tiempo que quería protagonizar, Kirchner se valió de sus primeras palabras ante el Congreso Nacional para comenzar a construir confianza, consolidar apoyo social y fortalecer su poder (…)
Al término de esa exposición sobre el futuro que nos esperaba, Kirchner hizo una convocatoria a los argentinos a convertirse en protagonistas de una epopeya.
“Vengo a proponerles un sueño: quiero una Argentina unida, quiero una Argentina normal, quiero que seamos un país en serio, pero, además, quiero un país más justo. Anhelo que por estos caminos se levante de la faz de la Tierra una nueva y gloriosa Nación: la nuestra” (…)
Concluida su lectura, una increíble ovación se oyó en el Congreso. Todos sentimos que otra historia comenzaba a vivirse. El discurso, inmensamente conmovedor para nosotros, cosechó elogios desde todos los sectores. Tan emblemático me pareció, que durante toda mi gestión mantuve sobre mi escritorio una copia del texto como un permanente recordatorio de aquello a lo que nos habíamos comprometido ante el pueblo argentino.
Este texto es parte del libro Políticamente incorrecto. Pasiones y razones de Néstor Kirchner (Ediciones B, 2011), de Alberto Fernández.