En un principio fue Steven. El hijo menor de la familia Carrington de Dinastia (1981-1989) fue el primer personaje protagónico gay con características positivas de una serie de televisión estadounidense masiva a nivel planetario. Pero tenía sus límites. Sus historias de amor solían terminar trágicamente: un amante resultaba asesinado en un ataque homofóbico y otro, la única víctima del tiroteo en una boda real, entre tantos ejemplos sangrientos. Parecía haber en esos finales infelices una pedagogía moralizante: si gozaste de placeres prohibidos tendrás que pagar por ello.
El otro límite llevó al actor que interpretaba a Steven, Al Corley, a renunciar a su papel. Para calmar los ánimos conservadores de la era Reagan lo volvieron bisexual y lo hicieron casarse con atractivas mujeres. Corley protestó y eso le valió ser reemplazado por otro rubio que se amoldó a los deseos de Hollywood: para explicar el cambio de actor se valieron de la remanida estrategia de la cirugía estética.
Desde entonces se ha recorrido un largo camino en materia de representaciones de las diversidades sexuales en el mundo de las series. Dos hitos en ese sentido fueron las sitcoms Ellen (1994-1997) y Will & Grace (1998-2020). La primera coqueteó con el lesbianismo de su personaje principal durante años hasta que en una escena hilarante, Ellen – interpretado por la artista Ellen DeGeneres que un tiempo antes había salido del clóset-, confesó su homosexualidad a una amiga y sin percatarse que había encendido el micrófono de intercomunicación lo anunciópor altavoces a todo el aeropuerto.
La segunda serie partía de un romance juvenil que no se consumaba. Al momento de besar a Grace, Will fijaba su vista en un póster de Kevin Bacon y devenía en mejor amigo de ella. Más allá de que Will era el prototipo del gay políticamente correcto tenía sus contrapartidas en las figuras de dos vecinos: el afeminado, promiscuo y egocéntrico Jack y Karen, adicta a las bebidas y al consumo de sustancias. El impacto cultural que tuvo la serie fue innegable. A través del humor se logró empatía con los personajes gays y los heterosexuales amaron al tramposo Jack. Capítulos como aquel en el cual un heterosexual interpretado por Matt Damon se fingía gay para no ser expulsado del coro religioso pleno de mariquitas permitían reírse de la moral hegemónica.
Nuevos tiempos modernos
Ellen y Will & Grace abrieron la puerta a series dramáticas con personajes exclusivamente gays y lesbianas en el siglo XXI: Queer as folk (2001-2005) y The L Word (2004-2009). Paradigmáticas de los tiempos de visibilidad de las comunidades LGTB, se erigieron en modelos de lo representable en la pantalla chica. Nunca como hasta la emergencia de esas series se mostró el sexo explícito entre varones y entre mujeres sin ambages y despojado de aire moralizante, patologizaciones, condenas o enfermedades expiatorias. Era el placer por el placer mismo y la libertad del goce de los cuerpos desnudos.
Pero los límites estaban puestos en la clase social, el color de la piel, la edad y en los cánones estéticos. En este sentido el personaje principal de Queer as folk, Brian Kinney, era el típico publicista bello y masculino, asimilado a un mercado que consume ávidamente -gym, discotecas, bronceados, ropas- y que se hizo a sí mismo en un claro triunfo de la ética neoliberal. The L Word, seguía los mismos criterios: sus lesbianas no solo eran exclusivamente mujeres hermosas y de clases privilegiadas sino que tan femeninas que resultaba obvio que, como en las películas pornográficas heterosexuales, intentaban atraer mayormente la mirada masculina. Las hipersexualizadas escenas de sexo y la recurrencia a las féminas ligeras de ropa no difería de las publicidades que colocan a la mujer en el lugar de objeto. Quizás porque estos varones gays invariablemente musculados y las mujeres lesbianas se comportaban como ciudadanxs respetuosos de la ley y no cuestionaban demasiado, sendas series fueron multipremiadas por el establishment.
El legado
A partir de Queer… y The L…, ficciones no exclusivamente gays comenzaron a mostrar sexo más explícito y a incorporar casi obligatoriamente subtramas homosexuales y alternativas a la heteronormatividad. Aunque en ocasiones lo hicieron para ser políticamente correctas, en otras superaron a sus antecesoras. Para dar algunos ejemplos, que en The Tudors (2007-2010) Enrique VIII se masturbe loco de deseo por Ana Bolena y que el hermano de la Bolena se acueste con el compositor Thomas Talliso que los menage a trois se sucedan como moneda corriente igual que en la Roma antigua de Spartacus (2010-2013) hubiera sido impensable sin las ficciones precedentes.
También las orgías que no diferencian géneros en seriales tales como Sense8 (2015-2018), True Blood (2008-2014) -cuya aparición de vampiros centenarios en diferentes momentos históricos puede interpretarse como los nacientes derechos de homosexuales y lesbianas- y The Vampire Diaries (2009-2017) -¡por fin el regreso de vampiros gays malditos y marginales!-. De manera análoga el onirismo homosexual de los cirujanos protagonistas en Nip/Tuck (2003-2010), la familia de varones y una bebé vietnamita en Modern Family (2009-2020), el cambio de género de la clásica escena de la ducha de Psicosis en Bates Motel (2013-2017), el mujeriego Pol Rubio que deviene gay en Merli (2015-2018) y se masturba con un rotulador en la secuela de la serie, la historia de amor entre gladiadores de Spartacus y el sadomasoquismo como práctica sexual gozosa en diversas ficciones televisivas son hijos deseados de aquellas series pioneras. En los últimos años representó todo un avance la familia De la Mora en la telenovela mexicana La casa de las flores (2018-2020). Planteando desde el apellido una nueva moral familiar, presenta identidades sexuales diversas y una protagonista absoluta, Paula, que ama a su esposo que devino trans a la voz de “sin darme cuenta éramos lesbianas”.
No es país para viejos
Un rasgo en común parece ser la ausencia de sexualidad de la mediana edad para arriba. Un dato brasileño parece dar cuenta de la transgresión que implica el sexo en la tercera edad. En 2015 apenas un beso apasionado entre las actrices octogenarias Fernanda Montenegro y Natalia Thimber en la telenovela Babilonia terminó con el reinado de la Red O Globo. Los sectores evangélicos lanzaron una campaña de boicot y comenzaron a promocionar a su competidora, Moisés y los diez mandamientos, producida por la Rede Record comandada por el fundador de la Iglesia Universal del Reino de Dios. A partir de allí el sexo gay -hasta ese momento frecuente en las telenovelas brasileñas- comenzó a ralear reemplazado por los bodrios bíblicos que, como Jesús, siguen reinando actualmente desde Telefe y que en su país natal coincidieron con el arribo de la era Bolsonaro.
Como contrapartida la comedia Grace y Frankie (2015- ) -interpretadas por Jane Fonda y Lily Tomlin- constituye un auspicioso punto de partida al mostrarlas teniendo una vida sexual muy activa tras ser abandonadas por sus ancianos maridos que viven un romance entre ellos.
La amistad entre Will y Grace anticipa la de Grace y Frankie. Esas relaciones indefinibles de sentimientos intensos que no pueden clasificarse resultan más subversivos que un acto sexual para representar modelos alternativos de amores y familias. ¿Para cuándo una tierna amistad entre varones que desestabilice la idea del macho?
La deuda interna
Las deudas pendientes son: la poca o nula representación de las travestis, las transexuales, las locas afeminadas y las mujeres masculinizadas y la escasez de variedad del movimiento queer. No suelen aparecer personajes protagónicos que no se identifican con los roles binarios de género, ni de género fluido, ni intersexuales, ni personas cuya identidad de género autopercibida no coincide con el asignado biológicamente, entre otras.
A su vez, falta celebración de la pansexualidad y de la belleza proletarias, personajes estafadores, pícaros o compadritos que se burlen de lo establecido. Escasean argumentos sobre las dificultades de jóvenes y adultos para vivir plenamente sus sexualidades atravesados por condicionamientos de clase, religión, color de piel…
En este sentido la reciente aparición en clave de comedia oscura de I May Destroy You (2020), cuya protagonista pobre, negra, alejada de los estereotipos de belleza y víctima de una violación -y que no va a casarse con el violador como en tantas novelas románticas- promete nuevas ficciones que traten sobre injusticias seculares y sobre las posibilidades de las marginalidades de subvertir formas de amar y de vivir al cuestionar en un mismo movimiento el sistema de clases y de género.