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Sui Generis, a 45 años de la gran postal del adiós

Semanas atrás, la editorial Vademécum editó García, un libro que recopila una serie de entrevistas a Charly de los periodistas Daniel Riera y Fernando Sanchez, realizadas entre 1992 y 2007. El formato, irresistible, permite “oír” al músico en el arco que va del filoso y profundo analista del rock y de diferentes aspectos de su propia vida al tóxico provocador que salta de escándalo en escándalo.

Destaca la entrevista de 2002 que salió publicada en dos partes en la revista Rolling Stone y que ahora aparece con agregados inéditos: Charly recuerda. Por el tono coloquial, por la frescura y el nivel de compromiso con que se brinda García, es una pieza ejemplar del periodismo de rock. A punto de cumplirse los 45 años del Adiós Sui Generis –como se llamó a las dos masivas funciones de despedida del Luna Park del 5 de septiembre de 1975–, resulta interesante poner la lupa en ese instante en el que el genio y la convocatoria transversal de García visibilizaron el rock. Los de Sui Generis eran conciertos policlasistas, con un gran componente de chicas adolescentes. El tema también se trata en Esta noche toca Charly (Gourmet Musical), de Roque Di Pietro, que acaba de ser reeditado con nuevos testimonios, agregados y enmiendas. El trabajo de Di Pietro es tal vez el más minucioso que se ha realizado sobre la obra de Charly.

MEDIO COLGADOS

En 1975 el rock “nacional” era un movimiento que habitaba ciertos márgenes de la sociedad; un fenómeno alternativo con un sistema de códigos propios, endogámico y opuesto al “sistema”. Se ubicaba en un punto equidistante de los jóvenes militantes, muchos de ellos pertenecientes a organizaciones armadas, y las fuerzas represivas del Estado. El rockero era cuestionado por ambos extremos; por izquierda, por escuchar una música foránea, del “Imperio”; por derecha, por contradecir “la moral y las buenas costumbres”.

El adiós ocurrió cuando Sui Generis había logrado un sonido mucho más eléctrico y denso, que empezaba a revelar lo que Charly desarrollaría desde el kilómetro cero en los dos discos de La Máquina de Hacer Pájaros: un rock más sanguíneo, progresivo, groovero. Esa noche la banda se completó con Nito Mestre en voz y flauta, Rinaldo Rafanelli en bajo y Juan Rodríguez en batería. Sui Generis estaba a punto caramelo. Eran años de una bohemia irredenta, de un hippismo tardío, de raros teclados nuevos y de marihuana y LSD.

Vale la pena volver a una de las entrevistas de García, la dedicada al final de Sui Generis. Riera y Sanchez preguntan:

–¿Cómo es que te cansaste de Sui Generis justo cuando habías encontrado el sonido que querías?

–No, lo que pasó fue que, al poder tener teclados, les quitaba mucha preponderancia a Nito y a los demás. Les daba fiaca. Y además, con la llegada de la psicodelia estaban todos medio colgados… Yo también era psicodélico, viste, pero había que ensayar. Les di dos o tres meses de plazo: “Nito, tenés que venir con las cuerdas al ensayo”. Si en esa época se portaban bien, seguíamos. Si no, adiós. Nito se olvidaba la guitarra, no quería ensayar, o se quedaba curtiendo con una minita o una cosa así.

–Pará, vos no eran un santo…

–Sí, es cierto, pero wait: estaba muy copado, porque habían aparecido los sintetizadores. Yo los quería, estaba podrido de tocar en un piano que no se escuchaba nada. Hasta que no llegó el piano Fender, yo no escuchaba nada y la gente tampoco, porque era muy dificil amplificar un piano. Soy un reventando, lo que quieras, pero cualquier tipo se cae muerto con lo que yo tomo en una mañana. Viste que cualquier careta fuma un joint y ve pajaritos de colores… La verdad es que me puedo tomar 18 botellas de whisky y no me emborracho, no sé por qué. Soy muy sensible a los sentimientos, a eso.

–¿No te quedaste conforme con el disco Adiós Sui Generis?

–Sabés que se dice que no le di mucha pelota, pero hace poco lo estuve escuchando y me quedé impresionadísimo con la subdivisión que hacíamos de la música. Juan (Rodríguez, el baterista) tocaba como Keith Moon… Estábamos muy al palo… En vez de pensar el compás como cuatro negras lo pensábamos como dieciséis semicorcheas o algo así.

–¿No le agregaron nada en estudio?

–No, a ese disco no se le agregó nada. No había forma en esa época.

UN MÚSICO DESTINADO A TRASCENDER

Las dos funciones se llevaron a cabo en tal estado de gracia, que en camarines Charly le preguntó a Nito Mestre: “¿Y si seguimos?”. Debían seguir de todos modos: faltaba un suspiro. En efecto, uno de los grandes equívocos generalizados gira en torno al final real. Los del Luna Park no fueron los últimos conciertos de Sui Generis. Por contrato, tenían prevista una serie de presentaciones en Rosario, Córdoba y el sur. El último show fue el 22 de septiembre en el Club Estrella Norte de… ¡Caleta Olivia! Concurrieron unas pocas personas que desafiaron el viento helado que sopló esa noche en toda la Patagonia. El detalle insólito, surrealista, ocurrió después, cuando chocó la camioneta que trasladaba los equipos de la banda. “Yo había llevado todo –se lamentó Charly–. Mellotrón, órgano, sintetizadores.”

Como no podía ser de otra manera, ese sí fue el final. En el aeropuerto de Comodoro Rivadavia, ya de regreso a Buenos Aires, Charly García compró el número anterior de la revista Gente. En su edición 529 del 11 de septiembre se desplegaba una doble página con imágenes de la noche de Luna Park con el título “Qué mambo, loco… Qué mambo”.

Quedó un disco inconcluso que se iba a titular Ha sido, una veintena de temas  cristalizados como clásicos absolutos de los fogones y la certeza de que ese dúo que pasó de cándidas canciones de colegio secundario a la oscuridad en tiempos de la siniestra Triple A representó, ni más ni menos, la irrupción de un músico destinado a trascender. A partir de Sui Generis, Charly García empezó a componer la lúcida y brillante banda de sonido de las últimas décadas del siglo XX de la República Argentina.

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