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Caras y Caretas

           

Eso que llaman amor

Trabajo no pago desde siempre, las tareas domésticas y de cuidado recaen sobre todo en las mujeres. La pandemia profundizó esa situación y expuso de manera brutal la brecha de género que existe en este campo fundamental para la economía.

Si la pandemia tuvo un efecto, fue el de exponer y profundizar las desigualdades estructurales que coexisten en la sociedad. Las personas pasaron a destinar todas las horas de su día a permanecer puertas adentro, y casi de manera directa quedó revelada una de las principales problemáticas que hoy afrontan las mujeres: el reparto desigual de las tareas de cuidado dentro del hogar y la falta de retribución por ellas.

Cuando se habla de tareas de cuidado se entiende a todas las actividades indispensables para satisfacer las necesidades básicas de las personas. Es decir, se habla de bienestar social. Esto es fundamental para comprender uno de los principales reclamos de los feminismos, que exigen que estas tareas sean reconocidas como trabajo, ya que las mujeres son los pilares del funcionamiento de la sociedad.

Tal como señala el informe “Las brechas de género en la Argentina”, elaborado por la Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género del Ministerio de Economía de la Nación, “la definición de trabajo que aparece contenida tanto en las estadísticas como en el diseño de las políticas públicas lo asume como una actividad mediada por un pago y deja fuera del análisis económico al trabajo doméstico y de cuidados no remunerado que se realiza en los hogares”.

De esta manera, aunque para la sociedad moderna el trabajo de cuidados es fundamental para el sostenimiento y desarrollo de la vida productiva, todas esas tareas están subvaloradas y feminizadas, y además, en la gran mayoría de casos, no están remuneradas.

BRECHA DE GÉNERO

La feminización del trabajo doméstico se ve claramente expuesta en la Encuesta sobre Trabajo No Remunerado y Uso del Tiempo, elaborada por el INDEC, sobre el tercer trimestre de 2013. Por un lado, el 88,9 por ciento de la población femenina participa en el trabajo doméstico, a diferencia del 57,9 por ciento de la población masculina. A su vez, mientras que los varones destinan un tiempo promedio de 3,4 horas diarias a las tareas domésticas, las mujeres dedican 6,4 horas diarias.

La brecha de género en la cantidad de tiempo destinado al trabajo de cuidado es alarmante. Todas las horas que las mujeres destinan a lavar, cocinar, educar a los hijos, cuidar a los adultos mayores, entre otras tareas, son horas y recursos que dejan de invertir en su desarrollo personal, productivo, profesional y económico. Tal como señala la escritora y activista feminista negra bell hooks en El feminismo es para todo el mundo, “cuando las mujeres que trabajan en casa pasan la mayor parte del tiempo atendiendo las necesidades de otras personas, los hogares se convierten en un lugar de trabajo para ellas, no en un lugar para relajarse, sentirse cómodas y disfrutar”.

Esta realidad se vio por completo agudizada con la llegada de la pandemia, porque ahora esas mujeres no cuentan con un descanso, sino que trabajan todo el día. Todo esto sumado a la ausencia de las trabajadoras de casas particulares, en las que muchas mujeres delegan los quehaceres domésticos, y que ahora se ven imposibilitadas a ejercer la actividad por el contexto actual.

El informe “Las brechas de género en Argentina” expone la desigualdad que se genera a partir de la división sexual del trabajo social. Mientras que a las mujeres “se les destina el trabajo reproductivo –tareas necesarias para garantizar el cuidado, bienestar y superviviencia de las personas que componen el hogar–, el trabajo productivo –vinculado al que se realiza en el mercado y de manera remunerada–, aparece asociado a los varones”.

Es importante destacar que se trata de una construcción social, y no de una cuestión determinista biológica que destina a las mujeres a las tareas de cuidado. Esto quiere decir que es posible modificar la realidad. Por esta razón, el desarrollo de políticas públicas con perspectiva de género es fundamental para generar cambios en la sociedad.

NECESIDAD, TRABAJO Y DERECHO

Carolina Brandariz, socióloga y directora de Cuidados Integrales en el Ministerio de Desarrollo Social, considera que la Mesa Interministerial de Políticas de Cuidado, presentada públicamente en julio pasado, “puede aportar mucho a tener una mirada integral respecto del cuidado. No solamente el conocimiento de que es este el nudo de la desigualdad que vivimos las mujeres a la hora de transitar en el mundo del trabajo, sino también que es un nuevo derecho que se elige en los estados que se consideran de bienestar”.

La Mesa Interministerial de Políticas de Cuidado, integrada por organismos del Estado nacional, fue diseñada para asumir “el compromiso en el diseño de una estrategia integral para redistribuir y reconocer el cuidado como una necesidad, como un trabajo y como un derecho”. Según indica el documento “Hablemos de cuidado”, la Mesa “constituye una oportunidad para enfrentar las bases de desigualdad social de género y acercarnos a estándares más justos y equitativos en materia de desarrollo social”.

El principal desafío que hoy afronta el equipo que lidera Brandariz en el Ministerio de Desarrollo Social es el de “poder pensar en la realidad de todas aquellas mujeres que no perciben un salario a fin de mes, que no tienen un cuerpo de licencia que las ampare para el cuidado de sus hijes, que tienen que tratar de resolver el cuidado y que en muchos casos, el cuidado puede ser una rama de actividad a la cual dedicarse, pero eso tiene que ser ganando pisos de valoración social y económica de la tarea que hacen, para que podamos proveerles de algún modo la protección social correspondiente a cualquier trabajador en nuestro país”.

En la misma línea, Natsumi Shokida, economista e integrante del equipo de Economía Feminista, considera que pueden plantearse distintas acciones para abordar la desigualdad de género en las tareas de cuidado, más allá de repartir de forma más simétrica los cuidados en los hogares. “Podemos pensar en una socialización que tienda a una indiferenciación, con una búsqueda de una organización más justa, como pueden ser espacios públicos de cuidado situados en diferentes barrios teniendo en cuenta la cercanía espacial y temporal respecto de las personas que requieren estos cuidados, donde les trabajadores sean contratades directamente por el Estado, con salarios que permitan condiciones de vida adecuadas y que, al mismo tiempo, promueva que los varones también realicen este tipo de trabajos”, señala.

La especialista añade que los Estados tienen que tener en cuenta “las diferenciaciones que hay dentro de la clase trabajadora, y en las que se apoya el sistema de cuidados”. La perspectiva interseccional para abordar esta cuestión es fundamental para entender que si el reparto desigual del trabajo doméstico impacta de manera negativa en las feminidades: esta situación se agrava aun más cuando se tienen en cuenta otras desigualdades más allá de la de género, como la de clases, la de los orígenes étnicos, entre otras.

“Aquellas familias que tienen ingresos, contratan por estos trabajos a otras mujeres que provienen en su mayoría de familias de menores ingresos, muchas veces mujeres migrantes”, señala la economista. La Mesa Interministerial de Políticas de Cuidado informa que “las mujeres de menos recursos económicos hacen en promedio más trabajo no remunerado que las mujeres de más recursos”. Si bien las trabajadoras de casas particulares ya cuentan con un sistema de regulación estatal, “estas mujeres cobran prácticamente la mitad de un salario mínimo, vital y móvil”, lo que se traduce en que conformen el grupo de “las trabajadoras más pobres de toda la economía”, indica el informe “Brechas de género en Argentina”.

Escrito por
Chiara Finocchiaro
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