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Caras y Caretas

           

SOLIDARIDAD PARA SOBREVIVIR

La pandemia del coronavirus afectó de una vez y para siempre las relaciones laborales y dejó en evidencia que el sistema es mucho más flexible y pasible de ser precarizado de lo que sospechábamos. Teletrabajo, despidos y compromisos del Estado y los sindicatos.

El mundo no será igual después de la pandemia. Se la compara con las dos guerras mundiales, pero omitiendo una diferencia esencial: mientras en esos años todo el sistema productivo se organizó para matar a millones de personas, en esta “guerra” el sistema productivo se paralizó para cuidar y salvar vidas. No hay nada en la historia parecido a esto. No sólo por el tamaño del sacrificio, sino antes que nada por la magnitud del acto solidario. Según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), prácticamente la totalidad de los trabajadores y trabajadoras del mundo podrían sufrir un daño “devastador” si las empresas y el Estado no los protegen. El desempleo amenaza con alcanzar tasas catastróficas, mientras que las cadenas de suministro de alimentos y medicamentos penden de un hilo.

La comunidad científica mostró que sólo una estricta cuarentena de unas ocho semanas, seguida de varios meses de distanciamiento regulado, podía evitar un colapso hospitalario, que arrastrara al colapso de todo el sistema económico y social. Pese a ello, algunos economistas propusieron “balancear” salud y economía. La realidad dejó en evidencia que era una opción falsa, porque ante la velocidad del contagio, la economía misma depende de la salud. Los países que siguieron los consejos de los gurúes económicos y lobbies empresariales están pagando muy caro la “moderación”, con resultados aun peores.

ESTADO O VACÍO

La Confederación Sindical Internacional (CSI) salió de inmediato, en marzo, a apoyar a los doce países, entre ellos la Argentina, que adoptaron una política de poner a “las personas primero, protegiendo las vidas, los empleos y los ingresos”. La CSI pidió también que se estableciera con urgencia una coordinación global. Pero el liderazgo global no ha estado a la altura de las circunstancias.

Hoy prácticamente todas las personas viven al día, dependiendo de mercados de trabajo urbanos “flexibles”, con altos grados de informalidad y desigualdad. La lucha contra el virus requiere que las empresas y los Estados reorienten urgentemente todos los recursos disponibles para preservar la salud, el empleo y el ingreso de las personas, transfiriendo además recursos de las potencias hacia el resto del mundo. Esto demanda cambios drásticos en el discurso predominante en las últimas décadas, recurriendo a políticas denigradas como “populistas” que hoy, cuando todos los libros se han quemado, son las únicas que aparecen para dar soluciones: rol del Estado, gasto público, redistribución de la riqueza, impuestos progresivos, suspensión del pago de la deuda, desendeudamiento social, subsidios a los servicios públicos, prohibición de los despidos cuando hay subsidios estatales, planes sociales, revalorización de los sindicatos.

La CSI, los sindicatos globales, la dirección de la OIT y el Vaticano están solicitando una instancia global multilateral, que no sólo pueda liderar el salvataje durante la emergencia, sino que además pueda establecer las bases de un nuevo orden mundial más equilibrado.

Algunos sectores empresariales han optado por un camino de “sálvese quien pueda”, disponiendo despidos masivos, especulando, usando fondos públicos para fugar capitales e incluso amenazando la estabilidad de los gobiernos que suspendan el pago de las deudas. Pero hay que destacar también la solidaridad de otros grupos empresariales, como la Cámara Internacional de Comercio, que acompañó a la CSI en la carta que el 10 de abril dirigieron al FMI y el Banco Mundial, pidiendo suspender los pagos de las deudas externas. En la Argentina el sector empleador no recurrió a los despidos masivos, salvo excepciones, a diferencia de países como Brasil, Chile y Estados Unidos, donde la “flexibilidad” de las leyes laborales permitieron despedir al personal durante una catástrofe como la actual.

PRESERVAR EL TRABAJO

La respuesta de la Argentina ante la pandemia ha sido elogiada, aunque hay que tener en cuenta que el país ya estaba devastado y se encuentra en un estado de extrema vulnerabilidad. La respuesta del liderazgo político ha sido óptima, mostrando una madurez y una unidad notables ante el riesgo de disolución social en caso de que los contagios desborden los sistemas de supervivencia básicos. El Ministerio de Salud, las obras sociales sindicales, los hospitales públicos, el sistema estatal de ciencia y tecnología y hasta la aerolínea de bandera, tan amenazados por las políticas privatizadoras y de reducción del gasto público, aparecen ahora como pilares de la lucha contra el coronavirus.

El 15 de abril, el Consejo Directivo de la CGT se reunió virtualmente. En sintonía con el movimiento obrero mundial, la CGT apoyó la decisión del presidente Alberto Fernández de “priorizar la salud de todos los argentinos por sobre cualquier otro interés”, preservando los puestos de trabajo y garantizando los ingresos. Pidió además conformar un comité interministerial con participación de trabajadores y empresarios para gestionar la emergencia y constituir el Consejo Económico Social para enfrentar la reconstrucción que espera al país.

La crisis del liderazgo global ha dejado a cada país librado a su propia suerte. Pero la reconstrucción del mundo sólo será posible si impera el principio de solidaridad que conlleva la cuarentena. El problema de fondo será comprender que la pandemia no fue un accidente, sino una falla sistémica (económica, política, social, laboral, ambiental, moral), causada por el desequilibrio permanente en que se mueve un sistema mundial altamente desigual y asimétrico, que debe corregirse antes de que llegue la próxima pandemia. El movimiento obrero nacional e internacional debe movilizarse para participar activamente en la reorganización del mundo que se avecina. Hoy, otro mundo es indispensable.

Escrito por
Alberto "Pepe" Robles
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