La pandemia del nuevo coronavirus desnudó las desigualdades y las iniquidades de los sistemas de salud de Estados Unidos, de la mayoría de los países de Europa y de vecinos estratégicos para la Argentina, como Chile y especialmente Brasil. A partir de las decisiones de su presidente, el ex capitán de Ejército y líder ultra-derechista Jair Bolsonaro, el gigante amazónico se encamina a una posible crisis sanitaria y política por negar el impacto del incremento de contagios y no aplicar una cuarentena estricta a pesar de sus consecuencias económicas. El desarrollo de ese escenario avanza a una velocidad directamente proporcional a la agudización de la curva de contagios. Su aceleración construye un espejo de comparación con la realidad argentina y los desafíos que plantea para el futuro la decisión del presidente Alberto Fernández de implementar una versión anticipada del aislamiento social preventivo y obligatorio a partir de la segunda mitad de marzo, con una duración que podría llegar hasta la primavera.
LA CUARENTENA
A un paso de transitar los dos meses de vigencia, la mayoría del arco opositor reconoce que su aplicación permitió controlar la curva de contagios y retrasar el pico que se esperaba para abril. La cuenta regresiva para llegar a ese punto se extiende en la medida que la cuarentena demuestra su eficacia, pero ahonda la incertidumbre sobre cómo será el día después y cuáles serán las consecuencias económicas cuando concluya la parte más dura de las restricciones. Sin embargo, desde su comienzo, la cuarentena fue acompañada por una serie de medidas económicas que confirman la centralidad que tendrá el Estado para afrontar esta difícil situación y también para salir de ella, frente a un futuro que se asoma incierto y sin un horizonte concreto de finalización.
En ese trance, la gestión de la crisis desde el Estado comenzó a delinear un nuevo mapa político en el oficialismo, a partir del rol que decidió jugar Fernández, y también en el arco opositor, donde las diferencias que venían de la derrota electoral de las presidenciales de 2019 se cristalizaron con más fuerza desde el inicio de la cuarentena. Fernández eligió al jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, y a los gobernadores Gerardo Morales (Jujuy), Gustavo Valdés (Corrientes) y Rodolfo Suárez (Mendoza) como los interlocutores institucionales del Gobierno con el arco opositor, pero la principal coincidencia que une al funcionario del PRO y a los tres mandatarios radicales con el Presidente pasa por la necesidad política de afirmar el rol del Estado ante la pandemia como la principal herramienta disponible para evitar que las consecuencias económicas del aislamiento empeoren una dramática situación social que se agudizó en los últimos cuatro años.
Dentro de Juntos por el Cambio, la crisis de liderazgo luego de la derrota de octubre también se agudizó con la pandemia y la gestión de la pandemia terminó de definir su interna. Ante la velocidad de lo inesperado, ninguno de los referentes de la alianza opositora se anima a imaginar qué habría hecho Mauricio Macri si hubiera sido reelecto el año pasado. Parece una eternidad remota en el pasado, pero la aceleración de la crisis impide dimensionar que Fernández todavía no terminó su primer semestre como presidente y la serie de medidas que adoptó para afrontar lo dramático del momento le sumó más aliados dentro del arco opositor de los que se hubiera imaginado.
La coordinación con Rodríguez Larreta y con el gobernador bonaerense, Axel Kicillof, impactó de lleno al interior del tablero opositor y marginó, al menos por ahora, a la conducción que Macri buscó erigir con su ex ministra Patricia Bullrich como titular del PRO y primus inter pares frente a una Coalición Cívica que ya no tiene a Elisa Carrió como jefa visible, y a la UCR, que se debate en las internas que mantiene su presidente, el ex gobernador y diputado Alfredo Cornejo, frente a Morales y el jefe del interbloque de Cambiemos y titular del bloque de Diputados de la UCR, Mario Negri. La ex funcionaria no logró consolidar el antagonismo con el peronismo que el entorno más duro de Macri buscaba, porque el impacto de la pandemia la alejó de los planteos más prácticos y urgentes que propusieron los gestores provisorios de la crisis, tanto en los ejecutivos provinciales como en el Congreso.
PANDEMIA Y DESPUÉS
No sólo los une el espanto ante el coronavirus, sino también la elección de la política como una herramienta determinante para definir de qué modo el Estado intervendrá y definirá la vida de los argentinos de aquí en adelante. La fragilidad de la economía ante la extensión de la cuarentena revela la importancia que tendrá ese Estado, pero también las disputas que vendrán sobre quién pagará los costos cuando comience la economía de la pospandemia.
La centralidad de esa disputa definirá el rol que tendrá la oposición y el perfil que adoptará Fernández para el segundo semestre de su primer año de gobierno, cuando haya concluido la renegociación de la deuda externa, que también cuenta con un amplio apoyo opositor. No es unánime y registró otro dato inesperado por la gestión de la pandemia, como la presencia de Larreta en el lanzamiento de la oferta a los bonistas que compartió con Fernández; la vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, y el ministro de Economía, Martín Guzmán. El gesto fue costoso para el funcionario macrista, pero cuenta con el aval de los intendentes del conurbano del PRO, que estrechan su interlocución con el Presidente.
Las respuestas de las grandes potencias también aportan un contexto propicio para comprender la dimensión del debate que experimentará el sistema político argentino. Países como Estados Unidos, España, Italia o Alemania han dedicado entre el cinco y el doce por ciento de sus respectivos PBI para financiar la atención del Estado, un paradigma que los sectores más duros de Cambiemos se resisten a elaborar y a debatir, aunque el oficialismo se prepara para debatir en el Congreso la implementación de un impuesto extraordinario a las grandes fortunas, en busca de más recursos para que la red de contención, que hasta ahora sólo representa el tres por ciento del PBI, se duplique en el próximo año. En esa arena se definirá el futuro de la sociedad argentina, pero también se interpelará al oficialismo y la oposición, entre quienes consideran al Estado como la principal herramienta para afrontar la crisis y aquellos que se niegan y no tienen otro programa posible que un ajuste que garantice la sobrevida de un sistema que cruje en todo el mundo.