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Amistad, escritura y revolución

Juan Gelman y Haroldo Conti. ¡Qué esquina! Esa donde se juntan la tensión por hacerle saltar chispas a las palabras y la otra: aquella donde vida y literatura buscan fundirse.  Qué cruce: el narrador y el poeta. No: el narrador-poeta, el que se guarda los poemas pero lo asaltan mientras escribe un cuento, una novela; y el poeta-narrador que se hunde en lo aparentemente prosaico para encontrar gemas que vienen de la reinvención del lenguaje de su tribu.

Y qué peligro, esa esquina: uno) que el compromiso político público y clandestino lleve a la desgracia de no subirlos hasta la impecable altura de sus desarrollos estéticos; dos) que esas intensidades artísticas lleven a la miseria de desconocer sus opciones políticas y el coraje civil que implicó exilios, desapariciones y todos los círculos infernales de una pasión terrestre. Eliminar cualquiera de estos componentes –y todo lo que cabe entre ellos– siempre será negarlos.

Y qué mezcla de objetos, de sujetos, de climas: del ulular urbano ascendiendo hacia el cielo con ventanas al taller suburbano con olor a nafta; de los derrotados con su traje de nada o la sirvienta que guarda un bebé muerto en la valija a esos tíos flacos, silenciosos y distantes con una lacónica pericia mecánica; desde los pájaros, los soles y el temblor erótico al botero ensimismado que rema en el Delta actualizando a Heráclito en clave fatal.

En ese bazar de dos mundos caben en el mapa radiado del centro de Buenos Aires fluorescente y gris, fenicio y fascinante, subrayado con el parloteo de sus cafés y sus redacciones; la tuñonesca poética barrial; el conurbano de fábricas y reivindicaciones;  las rutas que avanzan hacia los pueblos rurales con sembradíos, aquellas catraminas  con tos seca y aun aquellas viejas canoas que surcan los ríos del Tigre. Y en todos los rincones el deseo y el pecado, la cordial parentela del bostezo y el amparo y hasta el ladrido de los perros.

MANO A MANO

Este mayo de pandemia congrega a Juan y a Haroldo, un dúo contagioso y del todo antiviral. El poeta hubiera cumplido 90 años el pasado domingo 3. Haroldo cumpliría 95 en rima con el 25 patrio. Se habían reunido, antes. Y se habían conocido, por supuesto. Y se quisieron esos muchachos de la cultura, los saberes, los libros, la vida y la política. Todo tamizado con tinto, faso, asados, mate y bares para la conversa (palabra contiana) donde se hablaba del país, de la política internacional, de la mujer imposible, de los pibes.

Los mano a mano entre ambos tienen uno de sus territorios en la primera redacción de la revista Crisis, en la avenida Pueyrredón. Eduardo Galeano estaba a la cabeza; Gelman era el secretario de redacción y Haroldo, el colaborador frecuente que veía luz y entraba porque se había enamorado de la que sería su segunda compañera, la taquígrafa y empleada de la revista Marta Scavac, su ex alumna del Liceo 7 de Callao y Corrientes. Otra re/unión tenía su meridiano en Cuba. Bajo el manto cultural de Roberto Fernández Retamar, animador sempiterno de Casa de las Américas. Los dos argentinos fueron invitados, paseados, premiados y convocados a dictar fallos en esos famosos concursos continentales de literatura. Allí, como tantos intelectuales de los 60-70, latinoamericanizaron doctrinas libertarias previamente rumiadas entre libros y discusiones. Juan y Haroldo volaron juntos en esa flecha ascendente: desde el pueblo rural (el Chacabuco de Conti) o desde el barrio atangado (el Villa Crespo de Gelman) a la promesa de los libros y la tensión por expandirse hasta los límites que impusieran la vida y el lenguaje.

LA CIUDAD Y EL RÍO

Y las palabras se dejaron bien tratar y transgredir. En Conti, con esas extrañas síntesis que se suelen dar al sur del sur, en su caso la contaminación poética y emocional de Cesare Pavese con las curvas aventureras de Ernest Hemingway en sus cuentos y sus novelas, entre un mundo de influencias mucho más vasto. Haroldo ingresó a la narrativa argentina una mirada hacia esos mundos que, como señaló Eduardo Romano, se arman desde una “entrañable comprensión de la cultura popular más que nada suburbana, esa zona fronteriza entre las grandes ciudades y lo propiamente campesino”. Esto lo completa con otra querencia: el paisaje ribereño y humano de las islas del Delta del Paraná.

De ese alto y flaco de Chacabuco que fungió de seminarista, camionero, bancario, piloto civil, periodista, docente, publicista, de ese graduado en Filosofía, de ese andariego con y sin rumbo, salieron  novelas como En vida (premio Barral, con García Márquez y Vargas Llosa en el jurado), Sudeste, Alrededor de la jaula, Mascaró, el cazador americano y tres tomos de cuentos, algunos de ellos, como “Las doce a Bragado”, en embargo para cualquier antología de narrativa breve. Desde ya que consta una producción más amplia donde caben el teatro y el cine. Su militancia en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), brazo político del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), y su negativa a abandonar el país antes y después de que fuera secuestrado por el Ejército el 5 de mayo de 1976, terminó con su desaparición en el campo de muerte El Vesubio.

EL LENGUAJE ORGANIZADO

Gelman se ennovió con la poesía a los 9 años por culpa de una vecinita a la que no le interesaron sus versos. Gracias a esa nena que le hizo pito catalán él se quedó metejoneado con el lenguaje y publicó sus primeras rimas a los 11 años en la revista Rojo y Negro. Tercer hijo –y el primero argentino– de una pareja de judíos ucranianos exiliados del zarismo, Juan vivió la infancia porteña en Villa Crespo, jugó al fútbol en los baldíos y asumió los trabajos ásperos de la pobreza –camionero de una mueblería, entre ellos–. También se afilió a la Juventud Comunista a los 15 años y encontró oficio fijo en los años 60: periodista hasta los tuétanos.

En todos los sitios del vivir lo asaltaba la señora poesía. Lectomaníaco, crecido mientras se difundía la literatura social del grupo Boedo y ya publicaba Raúl González Tuñón, que fijaba la mirada en los recovecos menos lustrosos de la ciudad. El joven bardo tomó por el camino de mixturar la invención propia con el dolor cercano. Tuñón será el padrino del grupo El Pan Duro, al que Gelman perteneció en la era de su celebrado ingreso a la poesía con Violín y otras cuestiones y Gotán.

El poeta Jorge Boccanera sintetiza el laboratorio al aire libre de don Juan, el lenguaje “organizado a través del fraseo coloquial y en el que funcionan como goznes el tono de epístola, las locuciones de enlace, la jerga callejera, los refranes, las onomatopeyas, locuciones populares y guiños al lector a mano”.

La máquina Gelman se calibró con la gran poesía del mundo. Pero él ejercía ese arte de descapitalización que conocen pocos creadores: una vez alcanzado un tono, una forma propia, se la usa, se la tira y se sale por ahí a buscar otra.

La vida lo despoja –milita en organizaciones guerrilleras, en FAR y en Montoneros, donde el peronismo se cruzaba con un marxismo latinoamericano–. Desaparecerán amigos entrañables, Conti entre ellos. Pero también el hijo, y la nuera y la nieta reencontrada con rastreo militante en Uruguay. En los humeantes 70 no quiso irse del país matador pero la dictadura encontró al plurilingüe Gelman cumpliendo –desde Montoneros, antes de renunciar y objetar a la organización por militarismo– funciones de denuncia al genocidio militar en Europa.

La vida lo despoja y él despoja a su poesía: se abraza con los místicos, con los sefardíes, llega a un tono filosófico sobre el ser y el “mundar” sin ser lector de filosofía. El poeta consigue retornar al país en 1988 pero elige vivir en México DF, donde seguirá escribiendo dentro de una imbricación que lo acompañará hasta su muerte, el 14 de enero de 2014: el estado de pérdida en vecindad con la  celebración vital, con la emperrada fe en que “obligaremos al futuro/ a volver otra vez”. Gelman se colmó de laureles nacionales, continentales y mundiales, que coronó con el Premio Cervantes en 2007.

AMIGOS

Conti y Gelman se homenajearon en sus textos. Haroldo recuerda al amigo en su último cuento, “A la diestra”, donde los muertos queridos se juntan en un gran asado festivo con “Don Dios”. Desde la tierra llegan fiesteros invitados, Juan Gelman sobre todo, que se pone a recitar “medio desafinado” mientras el Tata Cedrón lo acompaña con su guitarra: “El Juan se zampa un vaso de vino Falasco y antes de que se apaguen los aplausos arremete con ‘El árbol’”.

Gelman recuerda a Haroldo, siempre junto a sus cófrades, también desaparecidos, Francisco “Paco” Urondo y Rodolfo Walsh. Por excelencia en el libro Si dulcemente donde desafía “te voy a matar/ derrota” y dice: “Con Haroldo te mato un pedacito más”. O en el poema “Aquí”: “Como Haroldo a cada sauce decía sí/ como Paco decía así a cada combate”.

Hay más  tributos de ida y vuelta. Y siempre habrá más para hurgar en Juan Gelman y en Haroldo Conti. Al menos cada vez que se pretenda convocar a un nosotros posible  para salir de nuevo a husmear la buena suerte.

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