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La pandemia que atacó a los chicos

A mediados del siglo XX, cuando el mundo se dividía en dos bloques, los Estados Unidos y la Unión Soviética, que expresaban sistemas económicos y políticos antagónicos, e iniciaban lo que se conoció como Guerra Fría, otro peligro asoló diversos rincones del globo: la poliomielitis. Se trataba de un poliovirus, el virus de la polio, que atacaba preferentemente a quienes no alcanzaban los cinco años, afectando su sistema nervioso, provocando parálisis en miembros inferiores y/o superiores, que podía dejar huellas de por vida en la forma de caminar. Pero hubo casos, donde la enfermedad se presentaba más virulenta atacaba el diafragma y los músculos respiratorios se veían afectados provocando asfixia y en algunos casos la muerte. La infancia que vivió la polio fue distinta, fueron años difíciles, no había vacunas, el miedo se apoderó de las familias, y se escuchaba hablar intensamente de muletas, sillas de ruedas y pulmotores de acero, como temáticas excluyentes en cualquier conversación doméstica o social.

No se trataba de una enfermedad que irrumpía por primera vez, era muy antigua, sin embargo, en la década del cuarenta se encendió una alarma y la amenaza de un brote mayor había comenzado. Los periódicos de la época, entre el asombro y el pavor, reflejaban el recrudecimiento de la “polio” en países como EE. UU. y Canadá, cuyos altos estándares de vida marcados por el “sueño americano” y con un importante desarrollo socio sanitario, no hacían pensar hasta entonces, que pudieran ser foco de una epidemia, situación que había sido más recurrente en países pobres o emergentes.

Sin embargo, y debido a la alta tasa de contagio de la poliomielitis, no respetó barreras sociales, con la peculiaridad que en un principio los casos se multiplicaron entre los sectores adinerados, y a diferencia de otras epidemias ésta no parecía ser fruto de la “mugre” y la “pobreza” en cuyas márgenes habían proliferado el cólera, el sarampión, la escarlatina, etcétera. Por el contrario, se observaba que aumentaba la frecuencia de la poliomielitis paralitica, en las sociedades (como EE.UU.) que habían logrado una gran mejora higiénica y sanitaria. Fueron estas características, sumadas a que paralizaba a la infancia, lo que le otorgó una visibilidad distinta al del resto de las enfermedades.

En la Argentina, la polio no era una enfermedad desconocida, hay muchos testimonios que la ubican desde principios del siglo XX, pero fue a mediados de éste cuando se desató una epidemia que marcó la memoria pública, aún hoy hay muchas personas cuyos cuerpos fueron marcados por aquella epidemia.

Casos aislados

La década del 50 había comenzado sólo con algunos casos aislados en la Ciudad de Buenos Aires y en la provincia de Santa Fe. En 1953 estos guarismos se dispararon afectando a 2.579 personas, de los infectados 1.300 correspondieron a Buenos Aires siguiendo en número de casos las provincias de Santa Fe, Tucumán y Córdoba. La preocupación médica y política de las consecuencias de ese padecimiento no radicaba tanto en los índices de mortalidad (179 fallecidos) sino en los efectos invalidantes (1.316 inválidos) para las poblaciones de menor edad. El 71 por ciento de los pacientes fueron los menores, entre cero y cuatro años.

Los casos, comenzaron a ser informados por la prensa desde el mes de enero, para entonces el miedo a contraer polio rondaba la sociedad, y todas las esperanzas se cifraban en la aparición de una vacuna. Los matutinos informaban casi a diario sobre opiniones de médicos y científicos, reproducían artículos traducidos de diarios europeos, y señalaban posibles avances de cada centro de investigación, en relación con una posible inmunización. Pero mientras las esperanzan se cifraban en la aparición de la vacuna, en nuestro país lo peor estaba por llegar, a comienzos de 1956, se desató una nueva epidemia de poliomielitis que afectó a más 6500 personas, ahora sí el pánico se apoderó de la población.

Algunos testimonios señalan que, en pueblos y ciudades se organizaban tareas de limpieza, movidas por la creencia de que el virus estaba “en el aire”, limpiar, desmalezar, desinfectar con lavandina el espacio público, eran tareas que frente a la desesperación comenzaron a realizar vecinos autoconvocados por el temor al contagio. Por idéntica razón, se reeditaron añejas tradiciones como colgarbolsitas con alcanfor del cuello de los más pequeños, como instancia esperanzadora que su intenso aroma alejara el temido mal, o pintar paredes y arboles con cal, cosas que por sí mismas no contribuían a ahuyentar el virus, pero que, frente a la escasez de recursos científicos para prevenir su difusión, se multiplicaban este tipo de acciones ciudadanas. En un contexto donde la suspensión en el inicio de clases fue una de las medidas más eficaces que se tomaron para evitar una propagación mayor del poliovirus, entre los más pequeños.

La tan ansiada vacuna estaba cerca, Jonas Salk, un investigador y virólogo estadounidense logró lo que el mundo estaba esperando el 12 de abril de 1955: una vacuna anti poliomielitis efectiva. Hubo algarabía generalizada, dieron la bienvenida al anuncio, Salk se convirtió en uno de los personajes más populares de la época y su imagen como la descripción de su trabajo ocupaba la primera plana de los diarios nacionales e internacionales.

El brote más cruento

Pero ocurrió que el virus fue más veloz que la llegada de tan anunciada vacuna. La Argentina, como muchos países, incluso europeos, no contaba con laboratorios capaces de prepararla de ahí la necesidad de recurrir a EE.UU. y al laboratorio Parke David, el cual debido a la gran demanda mundial no pudo entregar las partidas de forma inmediata. La demora en dicha entrega, dilató los plazos pautados para los planes vacunales, y a principios de 1956  y ya bajo el gobierno de facto del General Pedro Eugenio Aramburu, el brote más cruento de poliomielitis castigaba a la Argentina. Por esos motivos y debido a la falta de dosis necesarias, se iniciaron las primeras aplicaciones con gamma-globulinacon con la finalidad de inmunizar a 300 mil niños, como forma de complementar las escasas dosis de Salk que habían llegado al país. El suministro externo de vacunas se normalizó, durante el período 1957 a 1960.

Pero la polio ya había atacado y había dejado secuelas cruentas de sobrellevar, porque si bien hubo preocupación, dolor y pena por quienes padecieron, la enfermedad también multiplicó estigmas, que se reflejaron en conceptos tales como “tullido”, “rengo”: fiel reflejo de una mirada del cuerpo y del “otro” bajo ciertos paradigmas que marginaban a la discapacidad. Había que luchar por la rehabilitación de esos cuerpos, por extirpar esos estigmas y por cambiar el paradigma, con esas metas surgieron los Centros de Rehabilitación.

La pionera fue ALPI, Asociación de Lucha contra la Parálisis Infantil, creada el 17 de diciembre de 1943,  producto de la organización ciudadana con el aval de una vieja y tradicional entidad como era el Rotary Club, en cuyas instalaciones se llevaron adelante la mayoría de los momentos fundacionales de estas entidades.

Luego se sumaron en Mendoza, de la mano del pediatra Humberto Notti, el Instituto Cuyano de Rehabilitación del Inválido y lucha contra la parálisis Infantil (Irpi, 1954). En Mar del Plata, otro médico Juan Tesone impulsó la idea de crear un Centro de Rehabilitación y de esta manera dio inicio al Sanatorio Escuela que se fundó en mayo de 1952, Cerenil (Centro de Rehabilitación para los Niños Lisiados). Pero sin duda fue la gran epidemia de 1956 la que aceleró la aparición de estos centros en distintas provincias a lo largo y a lo ancho del territorio nacional.

Los centros de rehabilitación compartían un mismo denominador: fueron creados por familias con hijos/as con polio, que acompañados por médicos que en su gran mayoría habían realizado estancias en Centros de Estados Unidos, donde el concepto de rehabilitación se entendía en términos integrales: físicos, laborales y sociales. Estos centros fueron acompañados por el apoyo financiero comunitario mediante alcancías públicas, colectas, maratones, rifas, etcétera y lograron construir edificios acordes al nuevo paradigma que buscaban instalar.

La historia de la polio es mucho más extensa, pero sin duda el punto más álgido está en 1956. La infancia fue castigada y al año siguiente lo serian los “viejos”, ya que otra pandemia nos asolaría: la gripe asiática que atacó entre 1958-59. Fueron tiempos de pandemias, en los que las esperanzas estaban puestas en las vacunas y en la ciencia.

* Investigadora Independiente del Conicet, docente investigadora del INHUS, Universidad Nacional de Mar del Plata.

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