“Querida Mirtita, aquí te mando un pedazo de media, se puede lavar con agua caliente y durará un año, si le ponés un papel verás que se puede leer a través de ella”, le escribió Roberto Arlt a su hija en 1942, pocas semanas antes de morir. No le hablaba en el rol de escritor, sino en el que quizás más lo apasionó: el de inventor. Faceta que incluyó en sus obras más destacadas pero en la que nunca, muy a su pesar, pudo destacarse.
Arlt ansiaba salir del hastío. Llegó a concretar un laboratorio de inventos en Lanús, sin embargo sus experimentaciones –unas medias inmovibles, un calendario perpetuo– no llegaron a la fase de la prueba exitosa y la aceptación popular. Ni siquiera la de su familia. La invención está presente en todos los pliegos de su vida, en la real y en la ficcional. Para Beatriz Sarlo, su búsqueda era la del “batacazo”, opuesta a la temporalidad metódica del trabajo y a la vida cotidiana y monótona de la sociedad capitalista: “El triunfo del inventor proporciona, de un solo golpe, fama, mujeres y dinero”.
Eduardo Fernández es director de la Escuela Argentina de Inventores. Desde 1975 estudia la historia de Arlt como inventor, lo que incluyó largas entrevistas con la hija de Roberto, fallecida en 2014, y visitas a lo que fue el taller del escritor, en Tucumán 2433, Lanús Este, frente a la actual plaza Villa Obrera, en una pieza de chapa y madera al fondo de un gran terreno, conseguida en sus últimos años de vida gracias a su amigo y socio inversor Pascual Naccarati.
“Su historia como inventor ha sido muy poco investigada. Desde el punto de vista técnico, sociológico y empresarial, fue un inventor amateur irrelevante”, sostiene Fernández. Las actividades de Arlt no quedaron exentas de accidentes, desde la correa de un motor arrancándole su famoso mechón rebelde hasta la generación de incendios en el barrio. Aunque el vínculo con los vecinos era bastante amistoso. Lo ayudaban a descargar los insumos que usaba en sus experimentos, principalmente bencina y caucho, y también a reparar partes de las máquinas que se le rompían. “En el barrio lo conocían más como inventor que por sus obras literarias. Decían: ‘Ahí viene el inventor’, o ‘el inventor está trabajando otra vez’”, se explaya Fernández.
CREADORES Y PAPANATAS
Por otro lado, lo que en otros países se está Contó el escritor Eduardo González Lanuza que en una ocasión se encuentran en un subterráneo atestado, y Arlt se lamenta a los gritos: “¡Qué suerte la nuestra, hermano! Nosotros somos creadores, inventamos cosas, en tanto que estos papanatas…”. Frente a su gente se sentía principalmente inventor. Solía decir: “Yo no soy un escritor que inventa, yo soy un inventor que escribe”. A pesar de frustraciones, como una máquina para prensar ladrillos ya inventada o un sanatorio para tuberculosos en Córdoba que no pudo concretar por falta de financistas, hasta último momento creyó que estaba muy cerca de tener éxito con sus experimentos, sobre todo con las “medias irrompibles para mujeres”, uno de los dos inventos que llegó a patentar, junto al “calendario perpetuo”, del que poco se sabe. Apenas que era una especie de almanaque circular que permitía calcular la fecha y el día de un mes determinado, en el pasado y en el futuro.
Con las medias resistentes llegó a crear prototipos que regaló a hija, pareja y vecinas, pero le contestaron que parecían “piel de elefante” o “botas de bombero”, e incluso su segunda esposa prefirió pintarse las piernas con un nuevo producto, lo que fue considerado por Arlt como alta traición. “En la actualidad se construyen pequeñas máquinas de coser destinadas exclusivamente a reparar el accidente del ‘punto corrido’”, escribe Arlt en la explicación técnica del patentamiento. “El autor de esta solicitud ha resuelto dicho problema, recubriendo la superficie interna de la malla de una película de goma sólida, lo suficiente resistente para mantener así adheridos los hilos que forman la malla, y lo suficiente delgada para ser tan trasparente como la malla cuya destrucción se trata de evitar”.
MALOS RESULTADOS
Pero los resultados no fueron los esperados. Su Sistema de Galvanización de Medias, con capas de caucho y goma en el talón y las puntas, carecía de la necesaria elasticidad y terminaron siendo objetos rígidos y toscos. Arlt debió seguir escribiendo, aunque ya no volvería a la narrativa. El teatro pasó a ser lo suyo. De hecho, sus allegados comentaron que con lo recaudado por las medias buscaba comprar su propio teatro. No
pudo. “Aun si lo hubiera logrado, no hubiera tenido éxito en el mercado, porque al finalizar la Segunda Guerra Mundial, la industria norteamericana inundó al mundo con medias Nylon para mujeres, que resolvían el problema y que eran más estéticas y baratas”, remarca Fernández. “Más allá de la simpatía, afecto y admiración que me despierta el personaje de Arlt, siendo muy claro y estricto, debo decir que como inventor era un amateur, sin ninguna posibilidad de éxito comercial”. Fernández destaca que los motivos del fracaso eran sus muy escasos recursos técnicos y financieros, que trabajaba solo, que no contaba con experiencia industrial ni contactos en esa área y que tenía una visión romántica y muy ingenua sobre la tarea de inventar. Creía en la posibilidad de que un inventor solitario, trabajando en forma aislada, podía llegar a inventar algo revolucionario y útil para la humanidad, que lo hiciera repentinamente rico y que los salvara a él y a su familia para siempre.
Una de las mayores contribuciones que los inventores le adjudican a Arlt es el de la permanente inclusión de ese mundo experimental en sus escritos. En El juguete rabioso, Silvio Astier asegura haber concebido “un señalador automático de estrellas fugaces y una máquina de escribir en caracteres de imprenta lo que se dicta”. En Los siete locos, Erdosain soñaba con crear una corbata metálica, rosas de cobre y una tintorería para perros. La invención, nuevamente, como la salida mágica e instantánea ante el ahogo del sistema en el que nos toca vivir. Porque, en el fondo, todos soñamos con eso que nos salve.