No son tiempos para apocalípticos ni deterministas. Como siempre, la tecnología avanza atravesando la vida cotidiana, y los hábitos de lectura se ven envueltos en esa transformación, como signo de una época marcada por la inmediatez y las múltiples pantallas que nos deben mantener distraídos. Los especialistas coinciden en que no se lee menos que antes. La cuestión entonces es qué se lee. Y cómo.
De acuerdo con datos del Instituto Verificador de Circulaciones (IVC), la mayoría de los diarios venden la mitad que hace diez años. Por citar algunos ejemplos, Clarín pasó de 348 mil promedio por día en 2009, a 161.541 en 2018. La Nación, por su parte, cayó de 155 mil en 2010, a 87.876 el año pasado. Lo mismo sucede en las provincias: La Voz del Interior de Córdoba vendía 57.853 diarios en 2009, y hoy sólo llega a 26.008.
Las redes y la televisión llegan primero con las noticias, y los diarios empiezan a ir detrás de la audiencia, hasta producir notas a partir de las principales búsquedas de los usuarios en Google. Hoy, casi un 30 por ciento lee las noticias sólo por internet, según la última Encuesta Nacional de Consumos Culturales (ENCC), que resalta “el consumo simultáneo y deslocalizado e hiperconectado de la cultura digital”.
De acuerdo con la ENCC, una de cada cuatro personas leía algún libro en papel hace cinco años y hoy ya no lo hace. El consumo de libros leídos per cápita pasó en ese tiempo de 3 a 1,5. “Las pautas estrictamente literarias de lectura cambian de generación en generación, y esto tiene que ver tanto con saltos tecnológicos como con cambios en las pautas de escolarización”, expresa el escritor y catedrático Daniel Link. “Convengamos en que la mayoría de la ciudadanía no tiene un interés particular por la lectura y mucho menos por la tecnología, salvo en sus versiones más bastardas (la selfie en Instagram, el like en Facebook). En ese sentido, las nuevas tecnologías de la comunicación y la información influyen sobre todo en personas ya altamente calificadas para la lectura: estudiantes universitarios, profesionales, etcétera”. Link sostiene que lo digital es liberador: “Las tecnologías de la reproducción y distribución actual permiten que circule una cantidad de textos impensada hace un par de décadas”. Y parafrasea: “Cada época lee lo que puede leer y lee como puede leer”.
ABORDAJE MÚLTIPLE
El libro Historias de lecturas, lectoras y lectores, editado por la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, propone un abordaje múltiple, histórico y actual de la problemática de la lectura, considerada como una instancia de producción y de crítica en el marco de la cual tiene lugar una actividad creativa por parte de los lectores. Van desde la demonización de Platón a la lectura hasta propuestas de herramientas a los docentes para generar espacios con las nuevas tecnologías (TIC) donde los estudiantes lean y se apropien de sus lecturas, o el actual fenómeno de los booktubers: jóvenes autodidactas que, por medio de videos en YouTube y sus cuentas en otras redes sociales, comparten reseñas, críticas y recomendaciones de libros. La lógica de la lectura lineal y física se ha roto.
“Hay que segmentar quién lee, qué lee, cómo lee. Los chicos hoy leen todo el tiempo, el tema es que no leen las cosas que quisiéramos que leyeran –explica Ana Broitman, docente de la carrera de Letras y compiladora–. Para leer en papel se necesita tiempo. Y también hay un tema de costos. En la facultad cada vez más estudiantes recurren a la digitalización de los libros, pero hasta hace poco apelaban a las fotocopias”. Broitman menciona “la pestañización de la vida”: la lectura web, sobre todo la que surge en las redes, nos lleva de un texto a otro. El hipervínculo constante. “No terminás de leer algo que ya te fuiste a otro lado”.
En los últimos cinco años, las editoriales en la Argentina vendieron un 35 por ciento menos de ejemplares. A la tendencia digital y la competencia de internet y plataformas de streaming se sumó la crisis socioeconómica del macrismo. Carlos Díaz, director de la editorial Siglo XXI, aclara que los hábitos de lectura mutan todo el tiempo, “pero no quiere decir que se esté leyendo menos. La Argentina es un país muy lector, y de lectura sofisticada. Se refleja en su industria editorial, comparada con la mexicana que tal vez es más comercial”. Y menciona “estrategias” para seguir participando en el mercado: tener buenos diseños y calidad de tipografías, marketing, presencia en redes y segmentar tipo de lectores.
LANZAMIENTOS DIGITALES
Hace seis años, Siglo XXI comenzó a lanzar sus novedades tanto en papel como en formato digital. Sin embargo, sólo el uno por ciento de las ventas son ebooks. Similar al resto del país y la región. Al igual que con el cine nacional, hoy no se produce menos que antes, pero las ventas se concentran en pocos libros, cuyas críticas se viralizan por internet y ya no en los suplementos culturales de los diarios.
Los nuevos hábitos de lectura, más apegados a las pantallas que a la lectura formal en papel, también conllevan problemas de salud, desde dolor de espalda y rigidez de cuello hasta miopía a más temprana edad y mayores casos de ansiedad en jóvenes y niños.
En el servicio de pediatría del hospital público Tornú, ubicado en el barrio porteño de Parque Chas, funciona desde 1996 el dispositivo de Lecturas en Diversidad, una biblioteca con más de ocho mil libros anexa a la sala de espera, donde los pacientes aprovechan para leer, escribir, jugar y dibujar. El foco está puesto en las historias y en la libertad para que se las apropien, en contraposición a miradas mecanizadas y “recetas” de corrientes neurocientíficas y de la llamada educación emocional.
Silvina Espósito, médica del equipo, comenta que “es cada vez más frecuente que lleguen chicos de dos o tres años que aún no hablan, que no tienen lenguaje verbal”. Una de las pediatras del servicio realizó un estudio cuyos resultados arrojaron alta cantidad de horas en pantalla de los pequeños, en un fenómeno multicausal, donde los padres se desligan o usan más el celular que los chicos. “Estamos haciendo intervenciones para recuperar la oralidad, los cuentos, las canciones y la transmisión de la propia cultura, que a veces no se hace en pos de ofrecer productos del mercado. Por eso creemos que habría que regularlo –enfatiza Espósito–. En nuestro hospital tenemos un 30 por ciento de pacientes inmigrantes, y sin embargo conocen más a Barney o a Peppa Pig que a las leyendas de sus zonas de origen”.