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YO QUIERO A MI BANDERA

Juremos vencer a los enemigos interiores y exteriores, y la América del Sur será el templo de la Independencia y de la Libertad”. Con esa proclama, a orillas del río Paraná, el general Manuel Belgrano hacía jurar a sus soldados fidelidad a un paño celeste y blanco que años después pasaría a ser oficializado como la bandera de la Nación Argentina. Esa acción del 27 de febrero de 1812 no se trató de un mero acto protocolar sino que contenía un inequívoco posicionamiento político. Aquel brillante abogado, testigo de la Revolución Francesa y amante de la “Libertad, Igualdad y Fraternidad”, había tenido que pasar a empuñar la espada para repeler el avance de las tropas realistas que asediaban desde Montevideo. Como lo sostuvo frente a sus soldados, para Belgrano se trataba de un paso más hacia la independencia y la libertad de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Pero desde Buenos Aires, el Triunvirato, conducido por su secretario, Bernardino Rivadavia, no compartía la visión de quien pasó a la historia como el “creador de la bandera”.

Efectivamente, la jornada que dio lugar a la aparición del máximo símbolo nacional estuvo envuelta en las disputas políticas de la época. Tras la disolución de la Junta Grande, el Primer Triunvirato tomó una serie de medidas económicas de claro corte librecambista. Autorizó la libre exportación de oro y plata, el ingreso del carbón europeo y la reducción de los aranceles a los tejidos extranjeros. Se trataba de iniciativas que iban totalmente a contramano de los postulados económicos de Belgrano. En sus Escritos económicos definía claramente su posicionamiento a favor del proteccionismo: “La importación de las mercaderías extranjeras de puro lujo en cambio de dinero, cuando este no es un fruto del país, como es el nuestro, es una verdadera pérdida para el Estado”, afirmaba.

Frente al proceso revolucionario de independencia, Belgrano también tenía claras diferencias con el Triunvirato. Este cuerpo centralizado privilegiaba las relaciones diplomáticas con Inglaterra, a través de su embajador en Río de Janeiro, lord Strangford. Con él, Rivadavia negociaba directamente el retiro de los portugueses de la Banda Oriental, y una de las condiciones de ese diálogo era evitar una definición directa de independencia con respecto a la Corona española. Esa posición timorata del Triunvirato era rechazada por el sector más radical de los revolucionarios de Mayo –representado por Bernardo de Monteagudo, Juan José Castelli y el propio Belgrano– que, ante la persistencia del cautiverio de Fernando VII por parte de Napoleón, entendían que era el momento de declarar definitivamente la independencia de España. En ese contexto, resultó casi una provocación que a las dos baterías de tropas que instaló Belgrano en las orillas del río Paraná las haya denominado Libertad e Independencia.

ESCARAPELAS Y MÁS

Nombrado jefe del Regimiento de Patricios, la misión inicial que el Primer Triunvirato le encomendó a Belgrano fue bloquear el avance de las tropas realistas llevado adelante por Pascual Vigodet, gobernador español de Montevideo. Instalado en el lugar, Belgrano consideró que era necesario que sus soldados estuvieran provistos de un distintivo que los diferenciara de las fuerzas enemigas, ya que en muchos casos sus hombres no contaban siquiera con uniforme propio. Fue así que pidió permiso al Triunvirato para la portación de una escarapela que los identificara. La respuesta de las autoridades porteña fue afirmativa. Pero Belgrano redobló la apuesta y a los pocos días solicitó autorización para enarbolar una bandera con los mismos colores de la escarapela. “He dispuesto para entusiasmar a las tropas y a estos habitantes, que se formasen todas aquellas, y les hablé en los términos de la copia que acompaño. Siendo preciso enarbolar bandera, y no teniéndola, la mandé hacer blanca y celeste, conforme a los colores de la escarapela nacional: espero que sea de la aprobación de Vuestra Excelencia”, decía la misiva que Belgrano envió a Buenos Aires. Pero en esta ocasión el Triunvirato no validó el pedido y le advirtió que “esta será la última vez que sacrificará hasta tan alto punto los respetos de su autoridad y los intereses de la nación que preside y forma”. De todos modos, Belgrano no esperó la respuesta. El 27 de febrero, en la Villa del Rosario, el marino mercante Cosme Maciel, vecino de dicha aldea, se encargó de izar la insignia confeccionada por la vecina María Catalina Echeverría de Vidal, y con ese acto quedó inaugurada la batería Independencia. Y a continuación, cuando su regimiento encaró la Campaña al Alto Perú, el 25 de mayo, Belgrano hizo bendecir la bandera en la Catedral de Jujuy por medio del sacerdote Juan Ignacio Gorriti.

Todo cambió para Belgrano a partir del 8 de octubre, con la caída del Primer Triunvirato y la asunción del Segundo, claramente influenciado por las posturas revolucionarias de José de San Martín y Monteagudo. Las nuevas autoridades le dieron un total respaldo a Belgrano, quien ahora sí pudo enarbolar la bandera en el frente de batalla sin ningún tipo de restricción.

El origen de la elección de los colores sigue siendo un motivo de debate entre los historiadores. Ya nadie sostiene aquella leyenda escolar de que Belgrano miró el cielo como fuente de inspiración. Como hombre de profunda fe, muchos indican que Belgrano tomó el celeste y blanco del manto de la Virgen de la Inmaculada Concepción para volcarlos en la flamante bandera. Esos colores eran también los que identificaban a la dinastía de los Borbones y los del penacho que portaba el Regimiento de Patricios, cuando sus soldados fueron condecorados tras las Invasiones Inglesas.

Tampoco hay unanimidad con respecto a la distribución de los colores de aquel primer paño. En realidad, todo parece indicar que Belgrano utilizó diferentes banderas a lo largo de la Campaña al Alto Perú. En la parroquia de la ciudad boliviana de Macha se encontraron dos banderas originales del año 1812. Una de ellas tiene la franja central de color celeste y la superior y la inferior de color blanco. A su vez, en el tradicional retrato realizado por el francés François Carbonnier, donde Belgrano aparece posando de piernas cruzadas, se observa a la derecha del cuadro la imagen de una batalla –posiblemente sea la de Salta, librada el 20 de febrero de 1813– que contiene una bandera con una franja azul celeste horizontal superior y una franja blanca horizontal inferior.

Hubo que esperar hasta el Congreso de Tucumán, el 9 de julio de 1816, para reconocer a la bandera “celeste y blanca que se ha usado hasta el presente y se usará en lo sucesivo como bandera nacional mayor”. De este modo, aquel grito de libertad e independencia a orillas del río Paraná se convirtió para siempre en símbolo ante el mundo.

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