La principal política cultural del gobierno de Macri fue la grieta. El Presidente de la Nación es el máximo responsable, al igual que de los resultados económicos y sociales, de las consecuencias culturales. Un balance en esta área trasciende las instituciones de gestión y abarca todas las acepciones del concepto de “cultura”. Macri anunció el 10 de diciembre de 2015 que entre sus tres objetivos estaba unir a los argentinos. Pero en el transcurso de los cuatro años de su gobierno buscó de modo sistemático y a través de los más diversos mecanismos estigmatizar al kirchnerismo y a Cristina Kirchner. En lugar de abordar el desafío de desarmar binarismos que vienen de lejos, inventó la categoría de “peronismo racional”, que atenta contra la cultura democrática: quien propone un proyecto de país diferente no es irracional, tiene una racionalidad distinta. Inventó que si él perdía las elecciones la Argentina sería Venezuela y que su partido era la única garantía democrática. Demonizó a sus adversarios y dejó una Argentina exhausta de una división maniquea.
No es casual esta contradicción flagrante. Menospreció la política y la palabra “política”. Aunque Macri afirmó y sigue diciendo que gobernaron con “la verdad”, todos los argentinos saben que nos alejamos de la “pobreza cero”, de la “lluvia de inversiones” y de sus promesas en el debate presidencial de 2015. Potenció rasgos culturales muy problemáticos de la Argentina, como el cinismo y el doble estándar. Esto último se constata cuando afirma que termina un gobierno honesto, cuando hubo numerosos “conflictos de intereses” y se mantuvo siempre la regla de la puerta giratoria de funcionarios del sector privado al público, y viceversa.
En este plano de la cultura política hay un extenso análisis por hacer con graves consecuencias. La promoción del individualismo, la apropiación de la palabra “meritocracia” cuando nacer en cuna de oro carece de mérito, el reemplazo de los símbolos en los billetes, la doctrina Chocobar, el retorno al FMI, la destrucción de Unasur, son algunas de las decenas de medidas con grandes consecuencias en la cultura argentina y en las subjetividades de los ciudadanos. Al mismo tiempo, esto permite comprender mejor qué fue lo que sucedió en 2015. La sociedad argentina no había cambiado completamente de valores. Una parte del 51 por ciento que obtuvo Macri le creyó en la campaña.
RECESIÓN Y AJUSTE CULTURAL
Un análisis de la situación cultural debe contemplar desde las industrias hasta los tejidos culturales comunitarios, pasando por la promoción de las artes y el cuidado de nuestro patrimonio común. Las actividades públicas y privadas acompañaron el proceso recesivo de la economía argentina y el ajuste estatal. Según un informe de la Universidad Nacional de Avellaneda, la actividad cultural pública y privada se encuentra resistiendo diversas restricciones económicas: 1) el ajuste vía cantidades –caída en la producción–; 2) el ajuste vía precios –precios que crecen menos que la inflación general–; 3) el ajuste vía gasto público –disminución de las partidas presupuestarias–.
Este triple ajuste se presenta en forma simultánea y sostenida resintiendo la producción cultural, principalmente la de aquellas industrias que por su perfil productivo consumen mayor cantidad de mano de obra, insumos importados o insumos nacionales, cuyo precio cotiza en dólares (como el caso del papel para la industria editorial).
Como en la concepción ideológica del gobierno de Macri el presupuesto destinado para cultura no es concebido como una inversión, sino como gasto, sufrió un ajuste constante que tendió a paralizar en diversas áreas el despliegue de políticas públicas. ¿Por qué se trata en realidad de una inversión? Porque el presupuesto para el área promueve el tejido comunitario de centros culturales, estimula las artes, la formación, el despliegue industrial y la creatividad. Y, sobre todo, debe garantizar los derechos al acceso, a la producción y a la distribución cultural. Pero se restringió la promoción y financiamiento de proyectos públicos así como también la expansión de programas y políticas para el sector.
Si se miran los datos del período 2015-2018, se puede observar una caída acumulada del 32 por ciento en valores constantes de las partidas presupuestadas para el organismo cultural (hoy Secretaría de Gobierno de Cultura). Esto significa que el gasto público en el área perdió casi la tercera parte del valor de su presupuesto en los últimos cuatro años.
La línea de cultura comunitaria se paralizó, sin convocatorias ni subsidios para Puntos de Cultura, política emblemática dirigida a sectores populares desarrollada desde 2006. Los abordajes sobre diversidad cultural se abandonaron sin discontinuar los programas que sufrieron un fuerte ajuste presupuestario.
Las ediciones bianuales del Mercado de Industrias Creativas Argentinas (MICA) en 2017 y 2019 fueron sustancialmente menores que la de 2015 en términos de cantidad de rondas de negocios y oportunidades promovidas. Se trata de un espacio generado por el Estado desde 2011 para apoyar a un gran número de pymes de la cultura que no tienen acceso a esas instancias en el “mercado tradicional”, estructurado por otras reglas de juego.
La industria cinematográfica no sólo se vio afectada por la recesión, sino también porque desde hace dos años el Incaa no otorga créditos para la producción de películas argentinas. Además, no se cumplió con la cuota de pantalla de cine nacional. Esto afecta a la industria cultural con más capacidad de generación de empleo y de exportación de la Argentina. El sector del teatro independiente se vio afectado por la constante disminución en el presupuesto de Proteatro (fondo de fomento), el desfinanciamiento del Instituto Nacional del Teatro (INT) y el atraso en los pagos de los subsidios.
La industria editorial ha sido uno de los baluartes de la Argentina. Como toda industria, es una cadena productiva que implica creatividad, autores, editores, correctores, oficios gráficos, imprentas, librerías, lectores y un sinfín de trabajos. En sólo cuatro años, la cantidad de libros impresos en la primera tirada se redujo casi a la mitad: de 57 millones en 2016 a 31 millones en 2019 (comparando las novedades de los tres primeros trimestres). Según datos de la Cámara Argentina del Libro (CAL), la producción editorial acumula una caída de más de 45 puntos porcentuales respecto de 2016.
En nombre de la república se violó la autarquía del Fondo Nacional de las Artes para intervenir sobre los recursos del ente, culminando con la renuncia pública de la presidenta Carolina Biquard. Casa tomada, la exposición artística presentada en la Casa Nacional del Bicentenario, sufrió un acto de censura protagonizado también por el propio ex ministro de Cultura, después secretario, que terminó con la renuncia de la entonces directora Valeria González. La intervención sobre la Biblioteca Nacional, iniciada con carros de asalto de la policía, canceló proyectos y culminó con el abandono del Museo del Libro y de la Lengua. Finalmente, el propio Alberto Manguel renunció a su dirección.
Funcionarios orgullosos de despidos masivos y aleatorios (1.600 reconocidos hace poco por el ex ministro) es todo un síntoma cultural. La mayor parte de los trabajadores con salarios por debajo de la línea de pobreza se combinó con una anomia institucional que implicó pérdidas de capacidades humanas muy valiosas.
El balance para las artes y las instituciones culturales es igualmente negativo, excepto en aquello que depende exclusivamente de universidades que en muchos casos lograron resistir con éxito la embestida. Sólo hubo un par de excepciones en instituciones culturales bien gestionadas. Si el macrismo no logró arrasar con la cultura argentina es sólo por la capacidad de resiliencia de esta.