Pensando en los orígenes de mi amistad con Borges –dice Adolfo Bioy Casares en su diario–, he recordado, con alguna sorpresa, que no fue admiración por sus escritos lo que me atrajo, fue admiración por su pensamiento expresado en las conversaciones.” El encuentro entre los dos escritores se produjo a comienzos de los años 30 y se prolongó durante toda la vida. Para dar cuenta de la frecuencia con que se encontraban bastaría con enumerar la cantidad de veces que en ese diario, publicado luego de la muerte de ambos, sus entradas comienzan con la frase “Come en casa Borges”.
En el momento de conocerse, “Adolfito” tenía 18 años, y “Georgie”, 32. La disparidad de edades se repetiría luego con quien sería la esposa de Bioy, Silvina Ocampo, varios años mayor que él.
En la amistad suele darse un sutil juego de compensaciones: uno tiene lo que al otro le falta. La relación que sostuvieron estas tres figuras seguramente no fue la excepción.
Al contrario de Borges, Bioy fue un hombre mundano y exitoso con las mujeres al que Georgie siempre consultó cuando tuvo que resolver problemas prácticos. Pero, en compensación, Borges descolló en la escritura y la reflexión literaria, y Bioy quedó ubicado siempre a su sombra. Por su parte, “la fea de las Ocampo” fue eclipsada en su momento no sólo por su hermana Victoria, la gran diva de la cultura argentina, sino también por su marido y el amigo de ambos.
La obra de Silvina necesitó de la desaparición de los tres para ser revalorada por la crítica a partir de los años 80. Borges, en cambio, que mantuvo con ella una relación de estrecha proximidad, la consideró siempre una gran escritora. “De las palabras que podrían definirla –dijo–, la más precisa, creo, es genial.” Y acotó que su prosa “no es menos inspirada que sus versos”.
Amigos inseparables desde que se conocieron, Silvina llamaba a los integrantes varones del grupo “mis dos debilidades” y nunca consideró la presencia asidua de Georgie como una intromisión. “Compartir la cena con Borges –afirmó– es una de las costumbres más dulces de mi vida. Esto me permite creer que conozco a Borges mejor que mis otros amigos, porque la hora de la cena es, sobre todo, la hora de la conversación.”
En 1940, cuando Bioy y Silvina se casaron en Las Flores, Borges fue uno de los testigos. Se lo puede ver en la foto de rigor vestido de traje oscuro. Según parece, de esa ceremonia Borges guardó un muy buen recuerdo. Muchos años después, entusiasmado por la idea de casarse con María Esther Vázquez –lo que jamás sucedería–, le confesó al matrimonio que le gustaría que ese casamiento fuera en Las Flores, como había sido el de ellos. Silvina, conmovida por la soledad amorosa de su amigo, trató de convencer a María Esther de la conveniencia de ese casamiento, pero los resultados de su intervención fueron nulos.
LA LITERATURA MISMA
Entre Borges y Bioy la amistad se cimentó menos en las afinidades que en la literatura misma. Esa es la versión que da el propio Bioy en el texto antes mencionado: “Por dispares que fuéramos como escritores, la amistad cabía, porque teníamos una compartida pasión por los libros. Tardes y noches conversamos de Johnson, de De Quincey, de Stevenson, de literatura fantástica, de argumentos policiales, de L’Illusion comique, de teorías literarias, de Les contrerimes de Toulet, de problemas de traducción, de Cervantes, de Lugones, de Góngora y de Quevedo, del soneto, del verso libre, de literatura china, de Macedonio Fernández…”.
Los tres amigos intentaron una vez la escritura de un cuento conjunto, pero el resultado fue el fracaso, y el texto, inconcluso, no se conserva. El hecho se conoce porque Bioy lo consignó en un artículo autobiográfico para una publicación francesa.
En cambio, Borges y él lograron algo no demasiado frecuente, como es escribir a dúo. La tarea los divertía y los hacía reír a carcajadas, una alegría de la que Silvina solía sentirse excluida. Juntos se dedicaron a la escritura de cuentos policiales, abordaron otros géneros y anotaron obras clásicas. Y juntos crearon también a Honorio Bustos Domecq, un escritor, suerte de monstruo de dos cabezas, al que coronaron autor de una colección de relatos detectivescos publicada en 1942, Seis problemas para don Isidro Parodi. El mismo autor ficticio escribiría más adelante Crónicas de Bustos Domecq (1965) y Nuevos cuentos de Bustos Domecq (1977). En 1946, Adolfo y Silvina escribirían una novela conjunta, Los que aman, odian, pero la dupla Borges-Bioy seguiría activa y publicaría ese mismo año Dos fantasías memorables de Bustos Domecq y Un modelo para la muerte, bajo otro seudónimo del dúo, B. Suárez Lynch.
Esta sociedad literaria tuvo un punto de partida preciso. “En el año 1937 –cuenta Bioy–, un tío mío, Miguel Casares, vicepresidente de La Martona, me encargó que escribiera un folleto sobre las virtudes terapéuticas y saludables del yogur. Enseguida le pregunté a Borges si quería colaborar, y me contestó que sí (…). Entre la bibliografía que consultamos, había un libro que hablaba de una población búlgara donde la gente vivía hasta los ciento sesenta años. Entonces se nos ocurrió inventar el nombre de una familia –la familia Petkoff– donde sus miembros vivían muchos años. Creíamos que así –con nombre– todo sería más creíble. Fue nuestra perdición. Nadie nos creyó una sola línea. El invento nos desacreditó mucho. Ahí comprendimos con Borges que en la Argentina está afianzada para siempre la superstición de la bibliografía. Quisimos entonces inventar otra cosa para nosotros. Un cuento, por ejemplo, donde el tema era un nazi que tenía un jardín de infantes para niños, con el único fin de ir eliminándolos de a poco. (…) Fue el primer cuento de H. Bustos Domecq. Después vinieron, sí, los otros.” Además de la literatura, también los atrajo el cine. Juntos escribieron dos guiones, Los orilleros y El paraíso de los creyentes, que fueron publicados en un mismo volumen en 1955.
Tampoco el campo editorial les fue ajeno. Fueron los creadores y directores de la colección policial El séptimo círculo y los compiladores de las antologías Los mejores cuentos policiales (1943), Cuentos breves y extraordinarios (1955), El libro del Cielo y el Infierno (1966) y Poesía gauchesca (1955). En razón de su obra conjunta, Emir Rodríguez Monegal bautizó al dúo como “Biorges”. En dos compilaciones muy importantes también se sumará Silvina: Antología de la literatura fantástica (1940) y Antología poética argentina (1941).
Entre Borges y ella el acento estuvo puesto en lo afectivo. Cuando le preguntaron a Silvina cómo lo había conocido, contestó: “No sé cuándo ni dónde lo conocí. Me parece que lo conozco desde siempre, como pasa con todo aquel que uno ama”.
Juan Rodolfo Wilcock bautizó a la cofradía como “la trinidad divina”. El grupo tuvo dos devociones: la amistad y la literatura.