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2 X ROCK

El día que el supremo hacedor me diga ‘vení’, tengo que ir; pero yo pienso que no desaparecen los que mueren, si en cada bandoneón que escucho yo lo escucho a Pichuco”, respondía Roberto Goyeneche en 1991 al ser consultado, en la ex Argentina Televisora Color, sobre cómo quisiera ser recordado. No parece ser falsa tal afirmación si se tiene en cuenta que hoy, a casi 25 años de su desaparición física, en cada fraseo que se presenta en un tango, los que saben dicen escuchar al Polaco. Muchos hablan de su decir al cantar. Otros de su simpleza y su humildad. La mayoría con- cuerda en que sus interpretaciones fueron notables. Y todos afirman que cuando suena es muy difícil de dejar de escucharlo. Peteco Carabajal y Teresa Parodi desde el folklore, Ariel Ardit y Patricia Malanca desde el tango y Hernán “el Cabra” de Vega desde el rock recuerdan cómo se acercaron a sus interpretaciones, analizan sus distintas etapas como cantor y reflexionan sobre las causas que lo llevaron a ser un referente entre los jóvenes.

FRASEO Y NOSTALGIA

“Escucho tango por mi papá. En un principio Gardel y Piazzolla, pero luego me volqué al Polaco y no salí. Cuando grabé un disco de tango, Gardel y Goyeneche fueron mis referencias vocales. El primero, por su forma antigua de cantor; el segundo, por ser el tipo que a partir de los años cincuenta marcó una nueva escuela”, asegura el compositor santiagueño Peteco Carabajal. Esa nueva escuela de la que habla el folklorista tiene que ver con un cambio en su forma de trabajar con la voz. “Hay dos etapas de Goyeneche: la primera, cuando estaba pleno en la potencia, el sostenimiento y la respiración; la segunda, cuando disminuye su capacidad de aire y apela a algo que hizo como nadie: el fraseo”, agrega.

Por su parte, la cantautora y ex ministra de Cultura Teresa Parodi acepta su emoción al escuchar las interpretaciones y la manera de jugar con la melodía que tenía Goyeneche. “Hay gente, como el Polaco, que no necesita estudiar música para mostrar talento. Él tenía lo que tienen pocos artistas: ese puente invisible con el otro que lo mantiene atento, emocionado, conectado. Recuerdo poner un disco de Goyeneche y no poder irme del ambiente en el que estaba sonando. Eso era y eso no se estudia ni en la mejor universidad del mundo”, asegura Parodi. En la otra punta, Hernán “el Cabra” de Vega, líder de la banda de rock fusión Las Manos de Filippi, relata momentos de su infancia: “Viví muchos años a metros de su casa. Dábamos vueltas de manzana con las bicis y cuando pasábamos por su puerta sabíamos que ahí vivía el loco que tenía jilgueros colgados y que era un famoso tanguero. Cuando empecé a construirme como artista descubrí quién era y lo tuve como un ejemplo de cantor”. De Vega, además, tiene un proyecto musical llamado Che Chino en el que se permite adentrar en el tango y la milonga: “Uno de los primeros temas que hice con Las Manos fue ‘El tango’, pero era una composición humorística. Después comencé a entender que ciertas temáticas es mejor abordarlas desde el tango que desde el rock, y así surge Che Chino”. Pero dentro de las propias entrañas del tango, el Polaco es amado. Patricia Malanca, cantora y letrista nacida en el sur del conurbano, retiene que fue uno de los primeros intérpretes hombres que escuchó: “Mi papá era un obrero, clásico escuchador de tango. Mientras arreglaba carburadores en el patio escuchaba a Goyeneche y me decía: “Vení, vení, escuchá”. Malanca también reconoce dos épocas del Polaco: aquella del bel canto, donde las canciones estaban a registro y a tono, y otra donde comienza a trabajar su clásico y especial fraseo. “Si bien sus interpretaciones con Troilo lo pusieron en un lugar único, cuando deja la orquesta hace una gran carrera solista. En esta segunda etapa le encontró la vuelta al paso del tiempo y recreó su carrera, se mantuvo vigente. Eso me parece una clara señal de la inteligencia que tuvo”, agrega la tanguera, próxima a presentar su quinto disco, Plebeyas, que reúne a trece cantoras mujeres.

Ariel Ardit, ganador de los premios Carlos Gardel y Konex como mejor intérprete mascu- lino de tango, recuerda que uno de los primeros casetes que tuvo fue de Goyeneche y al escu- char su interpretación de “El cantor de Buenos Aires” quedó sumamente involucrado. El can- tante cordobés propone analizar la transición del Polaco como una evolución: “Primero tenía esa voz casi de barítono, con un timbre y una manera de cantar que el tiempo fue puliendo. Luego viene el Goyeneche con Aníbal Troilo y el posterior como solista, con una manera de decir el tango más conversado que melódico. Ese es el punto de llegada de Goyeneche”. Para Ardit, el recordado intérprete es resultado de tres cantores claves que lo formaron: el Paya Díaz, Floreal Ruiz y Roberto Rufino.

ROCK Y JUVENTUD

“Un orgullo grande que tengo son los pibes del rock nacional que me vienen a ver”, exclamaba un eufórico Roberto Goyeneche en la misma entrevista a principio de los noventa. Y es que entre el cantor del barrio de Saavedra y la juventud rockera se forjó un vínculo muy estrecho. Según Carabajal, la forma de mantenerse vi- gente y la apertura musical fueron clave para que los jóvenes de los ochenta y los músicos del rock lo descubrieran y quedaran cautivados. “Para mí, Goyeneche es un dios del arte popular”, cierra el folklorista. Un análisis similar realiza Parodi: “Hay artistas que atraviesan la memoria cultural. Que nos representan porque tienen un fuego, una manera de hacernos sentir parte de la memoria entrañable de la música. La forma en que se ponía en el escenario, cómo se inclinaba sobre el micrófono, no eran característicos del género. Iba mucho más allá del tango, nos hacía sentir parte de una patria con música”. El rockero De Vega y la tanguera Malanca lo emparentaron con el mismo personaje: Pappo. Para el primero, el barrio, la noche y las culturas fueron consumidos de maneras muy similares. “El Polaco fue un Pappo más amigable, sencillo y fácil de abordar. Mi hermana recuerda que con sus amigas le golpeó la puerta, él ya siendo famoso, y terminaron todas toman- do la leche en su casa”, agrega el cantante. Por su parte, Malanca rememora que en los años noventa, cuando el tango sufrió una dura crisis, Goyeneche junto a Rubén Juárez y Néstor Marconi, en el Café Homero, generaron un pequeño lugar de combustión para volver a tener un faro de referencia tanguero; y que el rockero, tan nostálgico como el tanguero, descubrió un emblema en su figura. “Yo escuchaba rock y cantaba tango. Hallé en él algo que me facilitaba sintetizar las dos cosas que más me gustaban”, agrega Malanca. Para Ardit, Goyeneche fue uno de los pocos intérpretes que se animó a romper la estructura rígida que le imponía el propio género y eso lo llevó a diferenciarse. Dicha disrupción, sumada al carisma, su color y tipo de voz y su fraseo, lo llevaron a encontrar una manera natural para cantar y definir un estilo que le permitió seducir a gente del rock. “Son artistas que tenían muy claro lo que eran y que no iban a perder su esencia. A partir de ahí, se animaban a romper las estructuras”, cierra. El Polaco fue inteligente para diferenciarse del resto, astuto para reinventarse con el paso del tiempo, humilde para cautivar a los propios y audaz para conquistar a las nuevas generaciones. El Polaco fue tango y fue rock.

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