Por Nicolás Trotta. (Rector de la UMET). El mundo que nos merecemos y el barrio que soñamos sólo son posibles con una mejor política. Una política desde una dimensión amplia que no se reduce exclusivamente a lo partidario. Aunque nada tiene tanta potencia y capacidad de impacto en la realidad como la política partidaria. La política es lucha. Disputa por los valores que uno cree necesarios para erigir una sociedad de desarrollo pleno. La política es conflicto, es la herramienta que permite administrar las tensiones que se generan entre los diversos actores sociales y sus intereses contrapuestos. Surge de la premisa de lo colectivo sobre lo individual, en momentos de reinado del individualismo más absoluto.
UN ACTO DE AMOR
El capitalismo y su expresión depredadora, el neoliberalismo, excluyen a dos terceras partes de la humanidad, rompiendo los lazos de solidaridad y consagrando un individualismo competitivo. Ya no basta con el progreso individual, la clave de la felicidad es que ese progreso no se expanda. El bienestar y la felicidad parecen un espacio reducido en el que no cabemos todos. “Si ingresan muchos me puedo caer yo”, se autoconvencen por lo bajo. Los sectores que ascienden socialmente parecen estar más preocupados en empujar la escalera que les permitió subir que en marcarles el camino a otros. El equilibrio entre el “yo” y el “nosotros” garantiza una sociedad plena. Todo bienestar individual es resultado del bienestar colectivo y viceversa. La política es un acto de amor. Por eso demanda un compromiso permanente con el otro. El fracaso de la política es simple y manifiesto: la desigualdad. Nunca antes la humanidad tuvo tanta capacidad productiva para resolver las necesidades de todos sus ciudadanos. Pero año tras año se agranda la brecha entre los que más tienen y los que están condenados a una economía de mera supervivencia. La inmoral tasa de ganancia, la captura de la plusvalía que generan los avances tecnológicos y la especulación financiera trastocan nuestras sociedades. Nos gobierna un capital transnacional sin alma, capaz de prostituir a la política y quebrar naciones enteras. El capital es global pero la política está encapsulada en un territorio nacional y las experiencias supranacionales no logran consolidarse. “Al ser las instituciones políticas existentes cada vez más incapaces de regular la velocidad del movimiento de capitales, el poder está cada vez más alejado de la política”, afirma Zygmunt Bauman. La posibilidad de transformar la sociedad es con más política. La ausencia de política, una política devaluada o vilipendiada, se traduce en una herramienta débil, sumisa, para unos pocos y en un sufrimiento para la mayoría. Se constituye en un espacio oxidado que deja de interpelar. Abandona la búsqueda de caminos para transitar las nuevas utopías. Una mala política es la que se resigna a la mediocridad de lo posible. El debilitamiento de la democracia es el camino para la imposición de la agenda de esa minoría poderosa, las elites económicas. Debilitar los partidos políticos, cooptarlos, prostituir a sus dirigentes es la forma más económica de tomar el poder y transformar al propio Estado en un aliado de sus intereses sectoriales. Vencer la resistencia implica también avanzar contra los espacios colectivos, sindicatos y movimientos sociales, que pueden disputarles el poder.
LA LUCHA COLECTIVA
El movimiento obrero ha sido un protagonista central en la lucha por la construcción de realidades emancipatorias en nuestro país. En los momentos más oscuros articuló la resistencia y sus paros y movilizaciones fueron clave en la superación de la proscripción peronista y la recuperación de la democracia. Frente a una nueva oleada neoliberal se los pretende demonizar, hacerlos responsables de la falta de respuesta de nuestra democracia a las necesidades de la mayoría. La ola mercantilizadora de derechos pretende someter a sindicatos y movimientos sociales, derribando sus logros y silenciando sus reclamos para garantizar su posición dominante. El gobierno de Mauricio Macri despliega una ofensiva contra las organizaciones sindicales como mecanismo disciplinador. Con la confluencia de los medios de comunicación más potentes pretenden asociar al sindicalismo a las peores prácticas políticas, a simples mecanismos de enriquecimiento de sus dirigentes. La corrupción de unos pocos dirigentes sindicales se intenta transformar en la regla para debilitar estructuras molestas que condicionan el avance del gobierno sobre los derechos sociales conquistados durante el siglo XX. Para precarizar el empleo y disminuir salarios y prestaciones sociales sindicales es necesario derribar y destruir todo espacio colectivo. Una democracia que ha perdido su audacia necesita más espacios colectivos como los sindicatos. La minoría que concentra cada día más riqueza es ajena a esa profunda incertidumbre que nubla el futuro. Esas 35 familias que acumulan más que 3.700 millones de personas (50 por ciento de la población global). Ese es el mundo que vivimos, que sufrimos. El siglo XXI, años de abundancia, de consumo obsceno, de desigualdad imperdonable. El ser humano parece valer según los bienes materiales que acumula. El éxito se asocia a una acumulación sin sentido, de tintes inmorales. El trabajo se precariza. Las oportunidades se concentran. La pobreza se hereda. Los avances tecnológicos afianzan la desigualdad en vez de ser un aporte sustantivo para el bienestar universal. La realidad corre hacia la concentración mientras las elites cooptan el Estado, construyen una política sumisa que ha renunciado a las utopías. A la desigualdad se la pretende enfrentar con la filantropía de los ricos, con la dádiva de los poderosos o con la limosna para lavar culpas. No con el cuestionamiento de un sistema injusto que somete a la mayoría. El camino es repolitizar nuestra sociedad. Generar una profunda participación que haga entrar en crisis al sistema. Es necesario democratizar la democracia, lograr que rompa su dependencia con el statu quo. Construir realidades que permitan que ninguna persona, empresa, corporación o país tenga suficiente poder para someter a otros. Eso demanda debatir la democratización del poder, la regulación del capital, nuevos cuadros impositivos que promuevan la equidad para luchar contra la desigualdad. En síntesis, ser audaces frente a un mundo en descomposición pese a que nunca tuvo tantas herramientas para progresar. Un mundo que abandonó el cuidado de la naturaleza. Una política sometida a la avaricia de unos pocos, mientras una mayoría desorientada ve licuarse sus derechos y percibe que sus hijas e hijos vivirán en peores condiciones.
¿Podemos contentarnos con un futuro de una mayoría de ciudadanos que ganan salarios de pobreza, inmersos en la incertidumbre más cruel, mientras cada vez menos empresas multinacionales obtienen posiciones dominantes de características globales? La única forma de quebrar la profecía de la desigualdad es mediante la politización de nuestra sociedad, fortaleciendo los espacios de transformación colectiva como las organizaciones sindicales. Sólo ello nos permitirá concertar una mirada común para el desarrollo con justicia social de nuestra sociedad.