Por Jorge Dubatti. ¿Por qué una filosofía del teatro? Para responder esta pregunta, debo contar una historia.
A fines de 1993 me puse en contacto con Eduardo “Tato” Pavlovsky. No imaginaba entonces que, en adelante, trabajaríamos juntos, artista e investigador, hasta su muerte, en 2015. Por teléfono, temblando por mi absoluta admiración hacia Tato y porque era la primera vez que hablaba con él personalmente, le expliqué que iba a hacer el doctorado en la UBA y que había elegido como tema su teatro. Le pedí si podía darme una reunión. Quería –le adelanté– hacerle una larga entrevista sobre su historia, hablar con él de poética, política, psicodrama, dictadura, exilio español, desexilio (entrevista que terminó en libro: La ética del cuerpo, 1994). Pavlovsky accedió generosamente.
Llegué a su casa en la calle Sucre, muy cerca de los lagos de Palermo. Me hizo pasar al living. Emocionado, agradecido por el encuentro, le comenté que venía siguiendo sus espectáculos y sus libros desde los años 80, que había visto varias veces sus obras Potestad, Pablo, Paso de dos… (actuadas por él mismo), que además había acopiado las ediciones de sus textos dramáticos y ensayísticos (muchos de ellos, comprados en los mismos teatros donde se presentaban los espectáculos, a la salida de las funciones), así como toda la bibliografía internacional sobre su obra que había caído en mis manos. Le expliqué que era mi emoción de espectador lo que me había llevado a elegirlo como tema de doctorado.
– ¿Y qué vas a estudiar? –me preguntó.
Como yo venía de una formación semiótica (en ese entonces, la semiótica era la línea hegemónica en los estudios teatrales en la Argentina), le contesté, sin tenerlo muy claro, y sin tutearlo todavía:
–Quiero analizar su teatro, Pavlovsky, desde la perspectiva de la comunicación.
–Está bueno –me dijo–, pero, en verdad, a mí la comunicación no es lo que más me interesa.
– ¿Cómo? –pregunté yo, que no esperaba ese revés–.
¿Su teatro no comunica?
–Sí, comunica, pero no es lo más importante de mi teatro. Yo hago teatro porque, si no, me muero.
Para mí el teatro es la vida. El teatro, más que comunicación, es un acontecimiento existencial. Lo peor que me podría pasar es levantarme un día sin deseo de hacer teatro. La mayor intensidad de mi vida la encuentro en hacer teatro en grupo. Es mi micropolítica. Cuando actúo es cuando me siento más vivo y conectado pluridimensionalmente con el mundo. Pura multiplicidad existencial. Para mí el teatro es mi existencia.
Me partió la cabeza. Recuerdo cómo salí perturbado de aquella entrevista. Feliz, porque durante la reunión Pavlovsky había aceptado grabar las conversaciones de La ética del cuerpo, ya habíamos fijado fecha para la primera charla, me había mostrado su biblioteca y puesto su archivo a mi disposición, y ¡regalo inconmensurable!: me había invitado a asistir a los ensayos de Rojos globos rojos, la nueva obra que estrenaría en el teatro Babilonia, en 1994, con dirección de Rubens Correa y Javier Margulis, sobre la que estaban trabajando. Nuestro primer libro fue, justamente, la publicación de Rojos globos rojos, bajo el flamante sello de Ediciones Babilonia.
EL TEATRO QUE NOS CONMUEVE
Pero también me sentía desconcertado. Resonaban en mí las palabras de su planteo inicial. En lugar de comunicación, lenguaje, signos y recepción, Pavlovsky había puesto el acento en otros conceptos: vida, acontecimiento, existencia, deseo, intensidad, grupo, micropolítica, multiplicidad. Era la primera vez que escuchaba hablar del teatro no como lenguaje, sino como acontecimiento. También había hablado de cuerpo, reunión, afectación, experiencia, ética del cuerpo, tiempo, pérdida, muerte. Mientras caminaba hacia Barrancas de Belgrano para tomar el 114 a mi casa, ya sabía que necesitaba replantear la base teórica desde la que estudiar a Pavlovsky, pero no cómo lo iba a hacer. Sus palabras me habían abierto la mirada hacia otra forma de entender el teatro como espacio de existencia, experiencia y subjetivación. En 1993, ningún teatrólogo europeo de los que entonces leía hablaba en estos términos. Lo hacía un artista, un artista excepcional, y con una solidez teórica incontrarrestable.
Ya en casa, busqué en el “estante Pavlovsky” de mi biblioteca su ensayo Reflexiones sobre el proceso creador (1976) y lo releí. Encontré allí observaciones que antes había pasado por alto sobre el teatro como acontecimiento y experiencia, en la misma línea de lo que acabábamos de hablar, por ejemplo cuando Pavlovsky se refiere a su actuación en El señor Galíndez. “No somos [cuando actuamos] un ‘como si’ de la vida, sino que somos ‘nosotros mismos’, en nuestros sueños, en nuestras desesperanzas, en nuestras alegrías, en nuestras angustias; personaje y persona se confunden en un movimiento dialéctico que intenta transmitir lo más profundo e íntimo del actor.”
Por lo que Pavlovsky indicaba, la semiótica no era exactamente el camino para comprender el acontecimiento teatral. Tampoco el psicoanálisis. Había que encontrar otra senda… Era la filosofía, en cuyo sistema los términos “existencia” y “acontecimiento” eran clave. Inicié entonces una búsqueda en la que Pavlovsky fue un gran aliado. Una filosofía del teatro entendida como una filosofía de la praxis artística, de los saberes en/para/desde con el acontecimiento. El “teatrar” del teatro, diría Mauricio Kartun.
Pensar el hacer, hacer el pensar, pensar el hacer el pensar… También como las grandes preguntas filosóficas (ontología, gnoseología, ética, política, etc.) aplicadas al acontecer teatral. Y como filosofía de las ciencias del teatro, análisis de las condiciones de producción de conocimiento y de su validación.
Gracias, querido Tato, por tu enseñanza. Hacer teoría acorde al teatro que hacemos y nos conmueve. Pensamiento cartografiado. Pura territorialidad. Desde la Argentina, desde Latinoamérica. Contra los nuevos colonialismos.