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Caras y Caretas

           

EL FASCISMO LIBERAL Y EL ORTODOXO

La llegada de un extremista como Bolsonaro a la presidencia de Brasil se explica por la larga historia de la derecha en el país vecino. Con otro sesgo, Plínio Salgado fue el padre de una tradición.

Por Mario Rapoport. Leyendo las distintas interpretaciones sobre el triunfo de Jair Messias Bolsonaro en las últimas elecciones brasileñas, sorprende que por lo general el pasado no estuviera tan presente en el análisis. Mi primer camino para introducirme en la historia brasileña fue una famosa novela de Jorge Amado, que años después abandonó las ideas expresadas en ese libro. Se trata de Los subterráneos de la libertad, de tres espesos tomos, hoy casi olvidada. La novela respondía a los cánones del entonces realismo socialista, pero carecía del colorido y la picaresca de sus obras posteriores, y estaba atada a un discurso político de época que describía el Brasil priorizando la lucha de ideas y de clases imperante en los primeros gobiernos del presidente Getúlio Vargas. Sin embargo, este –un gran hacendado del sur, de ideas nacionalistas e industrialistas, que se puso al frente de la revolución de 1930 iniciada por el movimiento de los “tenientes” y fue nombrado presidente constitucional en 1934– transforma su país, que ya no será más el de la oligarquía del “café con leche” (San Pablo-Minas Gerais).

Esos cambios fueron inicialmente el producto, entre otros factores, del movimiento “tenientista”, de oficiales jóvenes de origen nacionalista en los años 20, que integró el capitán Luís Carlos Prestes, quien organizó como forma de protesta frente a los gobiernos oligárquicos una columna de soldados y campesinos que atravesó gran parte del país para difundir sus ideas. Convertido al comunismo, y de gran prestigio popular, encabezaba una respetable alianza de fuerzas de izquierda y jugó su futuro en noviembre de 1935 en una revuelta para deponer a Vargas, frustrada rápidamente por el gobierno, lo que lo llevó a la cárcel y al ocaso de su posible ascendencia política. Esta breve introducción sirve necesariamente para presentar, en ese gran rompecabezas geopolítico que fue la Segunda Guerra Mundial, incluyendo sus orígenes y consecuencias, a un personaje que ahora sale nuevamente a la superficie como importante antecedente de Jair Bolsonaro, la nueva expresión de una derecha emparentada con el fascismo, que en la Argentina sólo tuvo dimensiones individuales.

EL PADRE DE LA DERECHA

Se trata de Plínio Salgado, quien utilizó, con cierta repercusión, la ideología que hoy plasma el nuevo presidente brasileño. En octubre de 1932, luego de la revolución constitucionalista que llevó en 1930 a Getúlio Vargas al poder, Salgado, intelectual y político de formación militar, en este sentido parecido a Bolsonaro, crea la Acción Integralista Brasileña (AIB). Su bandera, una doctrina nacionalista para combatir el capitalismo financiero y pretender establecer el control del Estado en la economía; su lema, “Dios, patria y familia”. Pero su proyecto económico principal era el de establecer un Estado integral, opuesto al sistema democrático, constituido por el jefe de Estado, abarcando en su interior organismos representativos de profesiones y entidades culturales, al estilo del fascismo de entonces.

Ideológicamente, identificaba a sus enemigos como el liberalismo, el socialismo y el capital financiero en manos de los judíos. Dos hechos principales marcaron su presencia en la política: un apoyo incondicional al gobierno de Vargas, que después no fue tal, y varios enfrentamientos, que tuvieron numerosas víctimas, con la Alianza Nacional Libertadora (ANL) de Prestes. El Congreso aprobó una ley de seguridad nacional destinada a resguardar el orden, con fuertes medidas represivas. El trabajo se le facilitó al presidente brasileño por la insurrección comunista de 1935, el último grave error que frente a la amenaza fascista bregaba por la constitución de frentes populares en todo el mundo.

En 1937, Vargas, mediante un golpe de Estado, antes de las nuevas elecciones que se iban a desarrollar un año más tarde, crea el Estado Novo hasta su caída, en 1945. El nuevo régimen le da amplios poderes no sólo frente a los comunistas sino también frente a la corrupta y desgastada derecha oligárquica y las fuerzas profascistas de Plínio Salgado. Estas últimas habían apoyado el golpe, pero frente al desdén hacia ellos que veían en Vargas, un grupo de integralistas intentó asaltar el palacio presidencial y en el choque con la guardia interna muchos murieron en el acto y otros fueron fusilados posteriormente. De este modo, Vargas se desprendía también de ellos. Desde el punto de vista internacional, el sagaz Getúlio realizaba también un “pragmático equilibrio”, como en lo interno comunistas y fascistas. Alemania tenía una gran influencia económica y militar en Brasil, similar o mayor a la de los Estados Unidos, y algunos de sus principales generales eran abiertamente pronazis. Según Boris Fausto, en estas difíciles circunstancias el Estado Novo fue instrumentado como un Estado autoritario y modernizador que debería durar muchos años. Sin embargo, aunque Alemania e Italia festejaron su creación, Vargas, con sus ideas nacionalistas y el propósito de inclinar a su favor el pretendido equilibrio estratégico en el orden militar con la Argentina, comienza en 1940 a negociar con los estadounidenses el financiamiento para la instalación de una industria siderúrgica en Volta Redonda, y en 1942 estrecha sus vínculos con Washington, a la inversa de los conservadores argentinos probritánicos, que mantuvieron una postura neutralista y agravaron sus discrepancias con el Departamento de Estado. Vargas no sólo rompió relaciones con el Eje, sino que le declaró la guerra, enviando un contingente de tropas a Europa. Cabría preguntarse qué tiene en común Jair Bolsonaro con Plínio Salgado (fallecido en 1975), cuando el viejo neofascismo ha modernizado su fachada con las consignas del neoliberalismo. No nos engañemos, estos sucesores tienen el Estado, y si antes los thyssenkrupp necesitaban el apoyo de Hitler, los bolsillos abiertos de las finanzas internacionales garantizan ahora sus fortunas. El verdadero populismo es el nuevo recurso de poder de los muy ricos, para mantener el mundo de los Macri y los Bolsonaro en sus manos; las maneras sucias (corrupción, represión, torturas y asesinatos) de sus aliados locales no les importan. La tercera guerra mundial tiene otras vías de desarrollo, y los enemigos son los más pobres y necesitados de la población. El próximo turno será el de las clases medias, a quienes también les llegará el momento del desalojo. La concentración brutal de la riqueza y de la tecnología no es para siete mil quinientos millones de habitantes, no alcanza siquiera ni para el diez por ciento.

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