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Las orillas de la Memoria

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Por María Seoane. Directora de Contenidos Editoriales

Una película sobre otros suele ser la película de muchos. Puede ocurrir que la propia vida sea un microscópico backstage que la historia y el azar sincronizan como épica de una generación. La película La noche de 12 años, dirigida por Álvaro Brechner, que se estrenó a fines de septiembre, narra magistralmente los años de cárcel, aislados entre sí y en las condiciones más inhumanas con el propósito de enloquecerlos, de Eleuterio “Ñato” Fernández Huidobro, Mauricio Rosencof y José “Pepe” Mujica, líderes del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros de Uruguay. Está basada en el libro de Huidobro y Rosencof, Memorias del calabozo, una narración conmovedora de sus años de cárcel, entre 1973 y 1985, en distintos fosos y celdas de los cuarteles más aislados del territorio uruguayo. El mismo destino atroz que tuvo el líder del MNL-T Raúl Sendic, el botín de guerra más preciado de los militares golpistas que se alzaron con el poder en 1973. Vi la película de Brechner en el silencio de mi casa durante una medianoche. Me costaba distinguir la diferencia entre la oscuridad de esas celdas malditas en los fotogramas –agujeros mugrientos donde se torturaba a esos hombres– y la oscuridad de mi estudio. Viajé al tiempo en que la palabra Tupamaros se pronunciaba en voz baja y era sinónimo de revolución; a un encuentro en el ya desaparecido Café Ramos de la calle Corrientes, en noviembre de 1971, cuando un compañero de la facultad me dio, por debajo de la mesa, un cuadernillo impreso a mimeógrafo con el nombre Actas Tupamaras, donde se contaba la fuga de más de cien guerrilleros del Penal de Punta Carretas rodeada de detalles épicos, ocurrida el 6 de septiembre de ese año, y considerada la fuga de presos políticos más grande no sólo de Uruguay sino del mundo. Construida a principios del siglo XX, la prisión se hizo célebre en 1931, cuando un grupo de ocho anarquistas huyó cavando un túnel que aprovecharon los “tupas”. De allí se habían fugado los dirigentes Sendic, Mujica y Huidobro, entre otros. La pasión con la que clandestinamente leímos entonces ese texto era comparable a devorar la mejor novela épica de todos los tiempos; la búsqueda de la piedra filosofal con la que mi generación creía que eran los caminos de la liberación de las dictaduras y la construcción –tal como el Che y Cuba mostraban– de otro mundo sin opresores ni oprimidos.

Ya para entonces, había cientos de presos políticos en la Argentina, asolada por golpes militares desde 1955 con pequeños interregnos democráticos. Ya para entonces, se cantaba la rebelión con el “Desalambrar” del uruguayo Daniel Viglietti, leíamos los versos de Mario Benedetti y repetíamos como mantra –sin reparar en la falacia– que la guerra era la continuación de la política por otros medios, según Clausewitz, aunque en verdad fuera su negación. De alguna manera, “los tupas” eran un ejemplo a seguir para cada una de las fugas posibles de los presos políticos de las dictaduras que ensangrentaban el Cono Sur de nuestra Latinoamérica. Y lo fue en la fuga de Trelew en 1972, que concluyó trágicamente a pesar de la huida de los principales dirigentes de la guerrilla peronista y guevarista, y el fusilamiento de 19 guerrilleros en la base naval Almirante Zar el 22 de agosto. El tiempo por venir era oscuro. Trágico. No lo sabíamos a ciencia cierta pero entendíamos que luchar contra la opresión era un deber moral y no sólo político. La historia quiso que veinte años después, luego de prisiones, exilios y retornos democráticos rioplatenses, coincidiéramos con “el Ñato” Huidobro en La Habana, en 1991, como periodistas y jurados del Premio Casa de las Américas, en el género Testimonio. Entonces volví a ese texto pasado debajo de una mesa en un bar de Buenos Aires y le pregunté si lo recordaba. “Nada de lo escrito con sangre se olvida”, me dijo en el bar del hotel Riviera frente al Malecón. Y aunque la historia dio revancha –porque sólo se trataba de resistir, de sobrevivir, como se muestra en la película La noche de 12 años, y Mujica llegó a ser presidente de su país, Huidobro fue senador y ministro y escribió numerosos libros de historia, y Rosencof se convirtió en escritor y periodista– no olvidé jamás esa definición certera sobre la memoria de nuestros pueblos que baña ambas orillas del río tremendo que nos une.

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